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La participación de la selección argentina de fútbol femenino en la Copa América disputada en Chile expuso como nunca la precariedad de las condiciones en que las jugadoras de nuestro país desarrollan su práctica. Las propias mujeres del equipo nacional dieron a conocer en redes sociales y medios de comunicación el escaso apoyo que reciben de AFA, confirmando que el fútbol, en Argentina, es una “cosa de hombres”. Las jugadoras viajaron cobrando entre 200 y 300 pesos por entrenamiento en concepto de viáticos y sin haber concertado premio alguno por objetivos logrados. Algunas de sus rivales, en cambio, cuentan con sistema de sponsoreo, indumentaria y calzado propio, viáticos justos y recompensa acordada en relación al rendimiento, como ocurre en el fútbol masculino. Tenemos que hablar de una doble subalternidad: mujeres que juegan al fútbol, que ni siquiera comparten el deseo de “llegar” y “vivir del fútbol”, sino que en su mayoría juegan por el placer y el amor al deporte, en un país donde el fútbol femenino se mueve entre el puro amateurismo y el “marronismo”.

En los últimos años asistimos a una expansión de la práctica del fútbol femenino en Argentina, que tuvo su correlato en declaraciones de “Chiqui” Tapia presentándose como “el presidente de la igualdad de género” y en disposiciones de CONMEBOL y AFA que establecen que todos los clubes de la Superliga que quieran participar de competiciones continentales deben poseer una estructura de fútbol femenino a partir de 2019. La Ley del Deporte, sancionada en 2015, estableció que debe haber al menos un 20% de mujeres entre los integrantes de las Comisiones Directivas de los clubes. Para dar el ejemplo de mayor representatividad femenina, la nueva Comisión Directiva de AFA cuenta –por primera vez en la historia– con… una única mujer: la vocal María Sylvia Jiménez (presidenta del Club San Lorenzo de Alem de Catamarca). Sin embargo, para dirigir la Comisión de Fútbol Femenino se designó a dos varones, Ricardo Pinela y Jorge Barrios, mientras que el cargo de secretaria fue para Bárbara Blanco.

La Copa América dejó en claro el mínimo desarrollo con el que cuenta el fútbol femenino competitivo en nuestro país. En un espacio gobernado por y para hombres, las condiciones en que compiten las mujeres son absolutamente precarias. Sin apoyo económico, estructura ni representatividad en AFA, la decisión del Seleccionado de ir a competir a Chile con todo para perder, sin la mirada de nadie y con la improvisación que conocemos del campo futbolístico argentino, fue de enorme audacia. Con un escenario tan adverso, como dijo Mónica Santino, fundadora de la escuela “La Nuestra Fútbol Femenino”, “lo de las pibas tiene carácter de hazaña deportiva”.

Sabemos, claro, que en nuestro país la práctica deportiva ha sido históricamente androcentrista. La excepción, considerando la relación entre “éxito”, visibilidad y legitimidad, han sido “Las Leonas”, el combinado nacional que obtuvo más títulos internacionales que cualquier otra selección argentina, de varones o mujeres, en este siglo. Su legitimidad se cimentó a base de logros, medallas y campeonatos ganados, lo que les permitió a las jugadoras de hockey trascender el campo deportivo hacia el del marketing, el publicitario y el jet set. Pero, pese a su paulatina democratización, el hockey ha sido un deporte reservado mayormente para las mujeres de sectores sociales acomodados: mujeres blancas, urbanas, femeninas y refinadas. Para los medios, el aparato publicitario y el relato estatal, “Las Leonas” funcionaron como un ejemplo de civilidad, buen gusto y ciudadanía deseable. Es que el amateurismo entre los círculos deportivos de los sectores dominantes, en Argentina, no sólo tiene que ver con el amor al juego. El valor amateur es retórico y material. Significa sostener la práctica distinguiéndose de lo “espurio” de recibir dinero por jugar. Algo que las jugadoras de la selección de fútbol piden a gritos: condiciones dignas, remuneración y reconocimiento.

El futuro cercano y el movimiento de mujeres proponen un escenario de reivindicación y espacios de apertura para la igualdad de género también en el fútbol, reconciliando lo femenino con lo deportivo, antiguamente asociado sólo con lo masculino. Es prioritario dar la palabra a las mujeres deportistas, quienes han sido históricamente estigmatizadas en nuestro país. Junto con el aumento de la visibilidad de la disciplina y el giro en cuanto a la aceptación social del fútbol practicado por mujeres, restará seguir avanzando, exigiendo y comprometiendo a los órganos que regulan el deporte para que garanticen salarios y viáticos dignos, divisiones juveniles, trabajo y formación a largo plazo, cuerpos técnicos profesionales, canchas decentes, prevención de episodios de violencia de género en los clubes y reconocimiento para las protagonistas.

Fuente: Télam

(*) Dr. en Comunicación (CONICET – IDAES/UNSAM)- ONG Salvemos al Fútbol.
(**) Antropóloga social (CONICET – IGG/UBA).
(***) Sociólogo (CONICET-IDAES) – ONG Salvemos al Fútbol.