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Un doble atentado con camiones bomba que sacudió la capital de Somalia se convirtió en uno de los peores atentados de las últimas décadas en el país africano, luego que el saldo de víctimas alcanzara este domingo a 215 fallecidos y 350 heridos, según fuentes hospitalarias. 

El atentado golpeó al hotel Safari y a un concurrido mercado de Mogadiscio, por lo que la mayoría de los fallecidos eran civiles, principalmente vendedores ambulantes que comerciaban en una de las calles más transitadas de la ciudad. El portal de noticias local Radio Garowe también informó que un importante funcionario del Ministro de Comercio murió en el lugar.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), por su parte, confirmó este domingo en un comunicado que cuatro de sus cooperantes locales fallecieron en el atentado, un balance que podría aumentar ya que hay varios miembros de la organización desaparecidos.

El presidente de Somalia, Mohamed Abdullahi Farmajo, decretó tres días de luto e hizo un llamamiento urgente a la población para que donase sangre a los hospitales, que están desbordados tratando de salvar la vida a los heridos.

El gobierno, que convocó una reunión de emergencia para reaccionar al atentado, ha desplegado más tropas para tratar de encontrar supervivientes.

Sin embargo, algunos de los edificios de la principal calle comercial de Mogadiscio han quedado totalmente destruidos por las explosiones y se teme que haya cadáveres bajo los escombros, pues muchos habitantes de la ciudad siguen buscando a sus seres queridos desaparecidos tras el ataque.

Por ahora, aunque los medios locales y analistas den por hecho que la milicia Al Shabaab está detrás del atentado, el grupo islamista que busca instalar un Estado confesional en el país aún no reclamó su autoría.

La milicia islamista, que se afilió en 2012 a la red internacional de Al Qaeda, controla parte del territorio en el centro y el sur del país y aspira a instaurar un Estado islámico de corte wahabí -una interpretación extrema del islam sunnita- en Somalia.

Este país del este de África vive en un estado de guerra y caos desde 1991, cuando fue derrocado el dictador Mohamed Siad Barré, lo que dejó al país sin un gobierno efectivo y en manos de milicias radicales islámicas, señores de la guerra que responden a los intereses de un clan determinado y bandas de delincuentes armados.