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Ya hablamos y tuvimos un panorama general del 9 de julio de 1816 pero hoy hablemos de alguien que aunque no formó parte del Congreso de Tucumán y de la declaración formal independentista, tuvo siempre la independencia como bandera y peleó por ella en diferentes campos de batalla.

José de San Martín llegó a Buenos Aires en 1812, proveniente de Inglaterra. Había solicitado la baja del ejército español en 1811 y estaba instalado desde hacía tiempo en suelo inglés.  Allá empezó a juntarse con otros muchachos americanos (incluyendo a otro argentino, Carlos María de Alvear) en la llamada Logia de la Gran Reunión Americana, fundada por el venezolano Francisco de Miranda con la idea fija de la independencia de los americanos.

Así fue que San Martín y Alvear, ni bien pusieron un pie en Buenos Aires en 1812, empezaron a rosquear. Fundaron la Logia Lautaro, destinada a la defensa y motorización de la independencia americana, formada además de rioplatenses por soldados chilenos, paraguayos, venezolanos y mexicanos. La Logia se hizo sentir: sacó al gobierno que estaba en Buenos Aires por aquel entonces (el primer triunvirato, de cierta simpatía con la corona española o por lo menos bastante pasivo materia de independencia), metió mano en la formación del segundo triunvirato (los lautarinos pusieron a parte de su gente como triunviros), fue fundamental para la Asamblea del Año XIII (que posibilitó avances fundamentales en materia de derechos y garantías) y, mientras San Martín se fue a hacer frente a los españoles por todo Sudamérica, Alvear tomó el gobierno en 1815. Carlos María, en vez de fogonear la emancipación de España, terminó ofreciendo las Provincias Unidas del Rio de la Plata a Inglaterra.

Pero, volviendo al Libertador, el tema era que para 1815, mientras San Martín venía preparando hombres y armas para la causa independentista (incluyendo una biaba a los realistas en San Lorenzo en 1813), en los papeles la independencia no llegaba y Fernando VII, al volver a la corona de España en 1814, había empezado a reconquistar puntos estratégicos americanos que se le habían escapado al dominio español entre 1809 y 1811.

En 1815 se convocó a un Congreso en Tucumán, que es el que terminaría declarando la independencia un dia como hoy de 1816, y uno de los representantes de Mendoza sería el jovenzuelo Tomás Godoy Cruz.

Tomás tuvo que lidiar con la presión de San Martín, que le insistía con la declaración de independencia para poder pasarse a Chile y empezar a hacer de las suyas con los españoles. 

Ya estando en Tucumán, Godoy Cruz (que miraría al cielo y evocaría a un pelotón de santos cada vez que le llegaba una carta de Don José) recibió más presión: "¿Cuándo empiezan ustedes a reunirse? por lo más sagrado les suplico hagan cuantos esfuerzos quepan en lo humano para asegurar nuestra suerte. Todas las provincias están en expectación esperando las decisiones de ese Congreso (...)".

En otra posterior le escribió: "¡¿Cuándo se juntan y dan principio a sus sesiones?! Yo estoy con el mayor cuidado sobre el resultado del Congreso, y con mucho más si no hay una unión íntima de opinión. (...) . Dígame usted algo sobre los diputados llegados, ábrame su opinión sobre los resultados que espera de esa reunión, puesto que esto me interesa más que todo (...)".

En abril las cosas estaban ríspidas y San Martín agitaba la pluma con cierto apuro: "¡¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia?! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? (...) Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Vamos claros, mi amigo, si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes (...)".

Godoy Cruz, quizás por el respeto que San Martín imponía y sabiendo que otra no le quedaba, había bancado bien las presiones pero se animó a retrucarle y le escribió que el tema de la independencia no era tan simple como José lo veía desde Mendoza y que la cuestión no era "soplar y hacer botellas".  ¿San Martín se la dejó pasar? No. Le contestó: "veo lo que usted me dice sobre el punto de que la independencia no es soplar y hacer botellas. Yo respondo que es más fácil darla [a la independencia] que el que haya un americano que haga una sola botella".

El 9 de Julio de 1816 finalmente se declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tomás debió haber respirado tranquilo, no solo por la histórica gesta sino también por saber que las presiones del General terminarían.

En los papeles ya estaba todo hecho, ahora había que salir a la cancha a defender la teoría con la espada. San Martín, finalmente, salió a la cancha. Y ya sabemos cómo le fue.

Autor: Ulises Lanza. Abogado. Docente Historia Constitucional, Facultad de Derecho, UNR. @dehistoriasomos.