POR LAUTARO MURIALDO 

Una semana atrás fue asesinado Ariel Leguizamón, y pareciera que su muerte no había sido suficiente cuando el viernes por la madrugada dos personas tiraron una bomba molotov en la puerta de la vivienda donde ocurrió la fatal balacera. Así el fuego quemó la fachada de esa casa en Centeno al 2500, y agravó la sensación de incertidumbre y temor del vecindario.

Lo que pasó con “Nico” –tal como todos conocían a Leguizamón en el barrio Itatí– fue el clímax de una violencia latente que los vecinos perciben a diario. Y por eso no es fácil que alguno de ellos acepte hablar con la prensa, ni siquiera que se los vea con alguien desconocido en la zona. 

Es que la familia Leguizamón se encuentra amenazada, y también varias de las personas de la cuadra sufrieron este tipo de intimidaciones en los últimos días. Entre el frío de las mañanas y la tensión en el ambiente, poca gente que circula en esas calles acordonadas por zanjas malolientes que deberían ser cloacas. Lo que pasó con Nico suspendió el hábito de sentarse a matear en la puerta de calle, y conversar con algún vecino de vereda a vereda.

Pero aun así hay que seguir saliendo, a trabajar o a la escuela y es por eso, que ya desde hace un tiempo los vecinos se organizan para acompañarse hasta la parada del colectivo o algún punto de la ciudad que sea un poco más seguro. 

En este punto de la zona sur de la ciudad, donde se intercalan casas de materiales con jardines en el frente y casillas de chapa, los vecinos ya ni siquiera se ilusionan con salir de la pobreza, los deseos tienen más que ver con volver a tener cierta paz. Que salir a hacer los mandados no sea una aventura de vida o muerte. “Miren lo jodido que está el barrio que hasta le quisieron afanar a los bomberos cuando vinieron a apagar el incendio”, comenta un vecino en su bicicleta cuando ve a la prensa en la esquina de Centeno y Rodríguez. Así rapidito y al paso, es como se recogen testimonios en lugares donde hay más amenazas que presencia del Estado. 

Al momento del atentado incendiario, la vivienda señalada se encontraba sin moradores debido a que la familia de Ariel decidió mudarse luego del asesinato. Y ahora, además de las huellas de las balas, quedó el tizne del hollín en la fachada, por el recipiente con combustible que estalló junto a la puerta. 

A través de una ventana rota quedaron mudos objetos de una familia en fuga por la intimidación mafiosa, que ni pudo hacer el duelo de Nico en paz. Una sillita para niños, unos sillones, la mesa, el split, todo lo que las llamas alcanzaron. 

Al cabo de estos días en los que el ataque criminal prevaleció como tema de conversación, se afirmó el rumor de que el crimen de Nico fue un encargo que confundió el blanco. Al momento del crimen, este muchacho, militante del Movimiento Evita, y panadero en la unidad productiva de un centro comunitario cercano, tenía una lesión en una de sus piernas por un accidente sufrido con su moto. Aparentemente los atacantes estarían buscando a otra persona que también se encontraba con muletas.