La arquitecta se muestra inquieta en los minutos previos a que el jurado integrado por doce ciudadanos diera su veredicto sobre si es culpable o no del crimen de su amante. Flotando boca abajo en la pileta de su casa en el coqueto country Kentucky, Mario Aguirre fue encontrado muerto por el vigilante del lugar y la investigación policial apuntó rápidamente hacia su amante, que vivía en la casa de enfrente: la mujer “despechada”.  

Así fue presentado el caso en la improvisada sala judicial que, durante más de cuatro horas, simuló este miércoles un juicio por jurados con la intención de informar y educar sobre este modelo de enjuiciamiento. El auditorio de la Federación Gremial, acostumbrado a eventos de otra índole, sirvió de escenario para que la representación actoral ayudase a entender de qué se trata esta propuesta que debe salir por ley para complementarse con la nueva justicia penal santafesina.

Lito Cruz se adelantó y dijo algunas palabras de presentación. Aplausos y despedida, ya que no actuó sino que dirigió de antemano la “obra”, aunque luego se prestó a la conversación y las fotos.

Desde el inicio se comprendió que se trataba de un simulacro aunque no todos eran actores. El juez (real) Javier Beltramone tomó el centro del escenario para interpretar el rol que ejerce a diario, lo mismo que los fiscales (tampoco actores) Silvia Castelli y David Carizza, quienes impulsan la iniciativa a través del Centro de Estudios Penales de Rosario. Igual situación fue la del abogado, un histriónico Daniel Cuenca, quien defendió a la joven acusada.

La escena montada buscó poner el acento en la interpretación del jurado, trabajo que daría sus frutos al final, al darse a conocer el veredicto. Incluso tiraban constantes guiños actorales (como cuando a la acusada se le escapaban palabras indebidas), que buscaban que el jurado advirtiera a la hora de tomar su decisión.

Un jurado que, ubicado a un costado de la sala, se mostraba atento: doce personas de distintas profesiones, edades y lugares geográficos de la ciudad, que escuchaban de piernas cruzadas y sin inmutarse las declaraciones de los testigos que desfilaban ante el juez y, elocuentes, contaban su historia ante los fiscales y la defensa.

El socio del fallecido se sienta a declarar y la defensa lo ametralla con preguntas sobre cuestiones económicas que podrían derivar las sospechas hacia su persona. Responde, toma agua, responde de nuevo entrecortado, y luego lo desobligan. La siguiente testigo es la mucama de la casa de la acusada, quien llora y aprieta hasta hacer un bollito el pañuelo descartable, al responder en sintonía con la defensa. Llora un poco más y la liberan del banquillo. También cuentan sus versiones el policía que inició la investigación -un poco más charlatán-, y el vigilante que encontró el cuerpo flotando en la pileta. Por último, el esposo de la joven amante del fallecido, es el que hace estremecer la sala al asegurar que “bien muerto está Aguirre”.

Quizás la declaración clave sea la que se escucha de la (real) titular del Instituto Médico Legal de Rosario, Alicia Cadierno, por su verosimilitud, por su rigor y por ser la parte más atrayente de los relatos. Plantea que la víctima murió electrocutado en la pileta y arroja un rango horario estimado de muerte, ya que el cuerpo no presentó maceración tras estar en el agua. Hubo tiempo de mostrar las evidencias: la fiscal exhibió al jurado el cable que generó corriente en el agua y otros elementos necesarios.  

La sala se compenetra con las escenas y mentalmente cada uno va haciendo suposiciones sobre la culpabilidad o inocencia de quienes declaran. Los 200 espectadores -en su mayoría estudiantes de Derecho- creen por momentos estar en una película estadounidense, donde los jurados deciden el destino del acusado en nombre del pueblo y la justicia está a mano de cualquier ciudadano.

Los silencios son respetados, salvo a las horas de rodaje cuando la tensión y el encanto de la actuación ganan espacio cada tanto y se convierten en risas por parte de los presentes, a modo de complicidad. Sin embargo, la información jurídica con que emprenden el simulacro los fiscales, y sobre todo el juez, es precisa y rigurosa. Más aún cuando le hace saber al jurado de la presunción de inocencia y el concepto de duda a la hora de dar el veredicto, cuestión que deja en evidencia que no se trata de una mera y simpática actuación, sino que persigue la docencia sobre este sistema.

La defensa busca destruir en el alegato la acusación de la fiscalía, explicando de forma histriónica y expeditiva su visión del caso. Mirando uno por uno la cara de los doce jurados como forma de influir aún más en sus decisiones. Allí está el punto que genera resistencias, sobre todo del sector académico: la imparcialidad, la instrucción, y los intereses de un ciudadano común a diferencia de un profesional. 

Es hora del veredicto. “En nombre del pueblo decidimos que la acusada es no culpable”. Punto y aparte. La joven que presuntamente mató a su amante se va a la casa. Así termina el juicio, sin fundamentos obligados por parte del jurado, sólo la decisión de un “sí” o un “no”. En una votación paralela, de 72 presentes en el público, 69 decidieron igual que el jurado. Esta contundencia, quizás sirva para alejar -al menos de manera prematura- los prejuzgamientos sobre el jurado expuestos en el párrafo anterior, y también el preconcepto de que el jurado tendrá una inexorable tendencia de culpar al acusado. 

Más allá de su posible sanción y aplicación, más allá de la tela que dará de cortar y polémicas a debatir, el simulacro de juicio con jurado encarado este martes fue una forma de mostrar una nueva modalidad, más democrática según los impulsores. Una mezcla rara e interesante entre el rigor judicial y la desfachatez actoral. Por lo pronto, tuvo ficción. Ahora, espera convertirse en realidad.