Javier Milei es el presidente electo y gobernará el país, uno que no se sabe cómo será. Decir que se avecina un cambio de época parece quedar corto ante un escenario de incertidumbre total. La bronca se sobrepuso al miedo, y no tuvo miedo a lo incierto.

Lo que aprieta en la cabeza y martilla son las formas y recetas que podría aplicar el libertario, que en su discurso no dio señales de concordia ni de cerca. Prometió “cambios drásticos, sin gradualismo” y al que no le guste y se ponga fuera de la ley con la resistencia no tendrá garantías.

La precariedad de su armado político es alarmante, con un Mauricio Macri que si lo apoya no será de manera convencional sino despiadada. El expresidente utiliza el juguete para terminar con lo que no pudo lograr en el período 2015-2019 y se envalentona con eso de “no hay lugar para gradualismos”. Pero como está fuera de la estructura, en otras palabras, como no es el presidente, puede ser más impune aún.

Imposible en este caso separar la obra del artista. Hace dos años se sentaba en un rincón en un estudio de televisión y esperaba su turno para el show. Hablaba a los gritos de dar vuelta la economía, de zurdos de mierda, de Estado creador de pobres, todo con una espuma en la boca que parecía graciosa por ser lejana de aplicar, pero acechaba cerca. Estaba a una crisis más y a un desgaste abrumador de la clase política. El “haz tu gracia” que le regalaron Mauro Viale, Alejandro Fantino y otros, salió carísimo.

El mandato que le dieron las urnas es para bajar la inflación y acabar con la crisis. ¿Podrá o en el tránsito habrá más sudor de lo esperado? ¿Podrá o se perderá en conflictos que pongan espesos el sudor? Por lo pronto avisó que no hay vuelta atrás y no le temblará el pulso para conseguir lo que quiere.

Claro que no hay que desayunarse la cena antes del almuerzo pero, por más incierto que sea el futuro, hay señales inequívocas. Por empezar es un líder de vocación autocrática que durante la campaña y los últimos años puso en discusión cuestiones básicas como el pluralismo por más que hable de libertad, la convivencia pacífica, la tolerancia a quien no opine igual, y hasta el viernes pasado dudó de la democracia que, generosamente, lo ha puesto en un lugar inimaginable. 

La primera reacción que abundó desde que se conoció su victoria por 11 puntos sobre Sergio Massa era simple pero difícil de responder: ¿Y ahora?