Por Camil Straschnoy

A 31 años de la salida de Nelson Mandela de la cárcel, las diferencias raciales en Sudáfrica están lejos de la segregación violenta de la época del apartheid, pero se mantiene una fuerte desigualdad con un mayor desempleo y pobreza entre la población negra, más propensa, además, de morir por coronavirus en un país severamente afectado por la aparición de una cepa muy contagiosa.

El 11 de febrero de 1990 Mandela salió de la cárcel tras estar preso 27 años en condiciones infrahumanas y declaró: "El sufragio universal en una Sudáfrica unida, democrática y no racial es el único camino hacia la paz y la armonía", en un mensaje reconciliatorio con un llamado a los "compatriotas blancos para que se unan a configurar" un país nuevo.

Parte de su sueño se cumplió: se terminó el apartheid, un sistema que institucionalizó el racismo, y a partir de 1994 hubo elecciones libres que gana hasta la fecha el Congreso Nacional Africano (ANC), incluyendo los cinco años de Presidencia de Mandela o "Madiba", nombre de un jefe de la etnia thembu con el que lo bautizaron con cariño sus seguidores.

Otra parte de esa lucha del ganador del Nobel de la Paz quedó inconclusa ya que pese a los avances, Sudáfrica es hoy uno de los países más desiguales del mundo, según el Banco Mundial, con un reparto muy desequilibrado de la riqueza y una escasa capacidad de ascenso de la población más pobre, en su mayoría negra y mestiza.

"No se progresó lo suficiente en la erradicación de la pobreza y la reducción de la desigualdad que se mantienen en niveles extremos", afirmó a Télam Daryl Glaser, profesor de Estudios Políticos en la Universidad del Witwatersrand, ubicada en Johannesburgo.

De acuerdo a estadísticas oficiales, los trabajadores blancos tienen en promedio un sueldo tres veces más alto que los negros y casi la mitad de la población negra está por debajo de la línea de pobreza, situación en la que está solamente el 1% de los blancos. También existe una desigualdad por género, con peores índices económicos de las mujeres en comparación a los hombres.

En este contexto, Glaser aseguró que en la actualidad "las relaciones raciales siguen siendo tensas y se manifiestan en forma de disturbios localizados, delitos violentos y xenofobia".

"Al mismo tiempo –agregó- sería erróneo pensar que el partido gobernante ANC no entregó nada significativo a sus votantes. La clase media negra se expandió mediante la acción afirmativa en el empleo estatal, licitaciones públicas y acuerdos comerciales, y el trabajo formal se benefició con un marco legal protector".

Durante estas últimas tres décadas, el acceso a servicios públicos como electricidad, agua corriente y cloacas mejoró considerablemente en los hogares de menos ingresos y la economía de Sudáfrica, una de las más grandes del continente junto a la de Nigeria y Egipto, consolidó períodos de crecimiento que la llevaron a aportar la “s” al acrónimo Brics, el bloque que comparte con Brasil, Rusia, China e India, y que fue creado por una calificadora de riesgo para definir a las potencias mundiales en ascenso.

Ese posicionamiento internacional también es parte de un legado de Mandela: Sudáfrica tuvo un rol fundamental en la creación de la Unión Africana, el grupo que promueve la unidad en el continente, y mantiene una relación muy estrecha con Cuba, país que aportó mucho al sistema de salud sudafricano, incluyendo visitas de sus misiones internacionales de médicos.

Sin embargo, ese progreso no frenó la profundización de las diferencias. “Los pobres obtienen migajas de tamaño considerable en forma de subvenciones sociales en viviendas y servicios, mientras los blancos disfrutan, en su mayoría, de niveles de vida del primer mundo, aunque detrás de muros y cercos eléctricos”, evaluó Glaser.

El coronavirus se convirtió en un nuevo factor de desigualdad en el país más golpeado de África por la pandemia con cerca de 1,5 millones de casos y casi 47.000 muertos.

“La raza tiene una asociación con la mortalidad hospitalaria, con un mayor riesgo de mortalidad en las personas negras, en comparación con las personas blancas”, señaló un informe del Instituto Nacional de Enfermedades Transmisibles, la agencia pública de referencia local en la lucha contra la Covid-19.

El ente indicó que se observó una tendencia similar en estudios realizados en los Estados Unidos, donde los afroestadounidenses, los hispanos y aquellos sectores de la población con un nivel socioeconómico más bajo tienen más probabilidades de fallecer por el virus.

“Sudáfrica tiene una mala experiencia con la Covid-19: el exceso de muertes nos coloca en el mismo nivel que el Reino Unido, y ahora, por supuesto, tenemos la temida variante sudafricana”, dijo Glaser en referencia a una de las cepas más contagiosa y que ya se expandió a 31 países, según la OMS. Las consecuencias sociales y económicas de esta alta circulación del virus se sienten con fuerza.

"Sudáfrica ya tenía una de las tasas de desempleo más altas del mundo, y los efectos directos e indirectos del coronavirus lo empeoraron. Se pusieron de manifiesto las desigualdades entre los trabajadores de primera línea y de oficina, empleados y desempleados, y ciudadanos y extranjeros", relató el académico.

Ante este contexto, el Gobierno sudafricano busca avanzar lo más rápido posible con la campaña de inmunización y el presidente Cyril Ramaphosa denunció semanas atrás en el Foro económicos de Davos a los países ricos que "acaparan" las vacunas y pidió terminar contra todo tipo de "nacionalismo" en las estrategias de adquisición de las dosis.

Las palabras de Mandela, en su primer discurso en libertad hace 31 años, hoy parecen tener más valor que nunca: "Esperamos mucho tiempo por nuestra libertad. No podemos seguir esperando. Ahora es el momento de intensificar la pelea en todos los frentes. Relajarnos será un error que las generaciones futuras no podrán perdonarnos".

(Télam)