Los músicos se saludan, se agrupan y se apropian de un espacio público que sabe de pedidos de justicia. La plaza Pringles rebosa de artistas acostumbrados a los decibeles altos. Sin embargo, las voces apenas se escuchan. El profundo y atípico silencio marca que quienes están allí aún no pueden asimilar el duelo. Ninguno, al cabo, entiende una muerte tan absurda. El nombre de Adrián Rodríguez está estampado con letras blancas en las remeras negras que llevan su familia, sus amigos y los integrantes de la banda en la que tocaba. Pero Adrián no está. Un disyuntor “puenteado”, un bar que no debería haber estado funcionando y un Estado ausente truncaron todos sus sueños, según denuncian los manifestantes.

La familia de Adrián prefiere no hablar. Tampoco los integrantes de Raras Bestias, la banda que el domingo 18 de octubre en un abrir y cerrar de ojos se quedó sin su bajista en el escenario del Café de la Flor. Deciden marchar en silencio hasta las puertas de la Municipalidad. Quienes sí tienen ganas de hablar, de contar qué es lo que ocurre hoy en día en la noche de Rosario, son los músicos que se acercaron hasta la plaza para decir “así no podemos seguir”.

“Sentís un chispazo y seguís tocando igual. ¿Dónde vas a tocar si no?”

A Pablo Antonelli se lo conoce como “Pabliko”. Es uno de los máximos referentes del referente del hip hop rosarino y líder de la banda Purple House. Es crítico y autocrítico. Pide que “todos abran los ojos”. Los empresarios que invierten, quienes controlan y los propios músicos. “Tenemos que despertar de una vez para reclamar cosas que están a la vista de todos pero que les hemos dejado naturalizar y dejado pasar durante mucho tiempo”, señala.

Antonelli aclara que ningún músico quiere ser millonario, pero sí pretende un “trato justo y equitativo” por ser un eslabón fundamental en la rueda del negocio. “¿Por qué si el músico no cobra tiene que tocar igual? El cocinero, los empleados del local y los de seguridad cobran, de lo contrario no trabajan, como debe ser  En la música hay gente que sigue aceptando”, se queja

De inmediato, sin embargo, arremete contra el sistema y las “falencias estructurales”. “También es cierto que hay una desesperación en Rosario de mostrar el arte de uno. Son tantas las puertas cerradas, que uno acepta estas condiciones. Pasás de tocar en un Quilmes Rock y en lugar de seguir creciendo tenés que tocar en un bar con tres mesas porque no tenés mucha opción. Sentís un chispazo y seguís tocando igual. ¿Dónde vas a tocar si no”, se pregunta.

Pabliko cuenta que el mes pasado tocaron en el Café de la Flor y que en la prueba de sonido se cortó la luz y tuvieron que cambiar zapatilla. “En muchos lugares vos ves que te enchufan un cable y no sabes de dónde viene. Uno piensa que no le va a pasar, por eso sostengo que los músicos somos un poco responsables de esta situación”, marcó.

“Este es el peor momento en cuanto a las condiciones en las que tocamos”

José y Valerio asisten juntos a la marcha. No se separan ni un segundo. Son padre e hijo. Ambos son músicos. José lleva más de 30 años arriba de un escenario. Valerio, en cambio, recién arranca a despuntar el vicio.

José se apellida igual que su banda: Amaro Lucano. Se niega a “concebir semejante tragedia”. Para eso, pide “menos hipocresía”. “Estamos en una ciudad donde el municipio hace tantísimos controles inútiles que son utilizados para perseguir a los artistas, y lo que debería ser controlado como una instalación eléctrica no se controla”, sostiene.

Este guitarrista recuerda que en la década del 70 su padre instaló el primer disyuntor en su casa y desde ese momento “se terminaron todos los problemas”.  “En el 2015 no puede pasar esto. No podemos tocar dos acordes seguidos con la excusa de que algún vecino realizó una denuncia. Pero resulta que están habilitando lugares sin disyuntor”, denuncia.

En su relato, aparece una anécdota relacionada a una vieja película y a un pensamiento de un colega suyo. “Yo me había obsesionado de pendejo con una película inglesa en donde se veía que un músico moría arriba del escenario. Recuerdo que en su día un compañero de la banda estaba también preocupado por eso. Y yo le decía que no sea cagón, que no nos podíamos electrocutar con la guitarra. Y pasó. El tema es que no matan las guitarras o los disyuntores. Mata la desidia”

José no se olvida del rol y la complicidad del empresario. “Se antepone el rédito extremo. Se trata siempre de apretujar el trapo hasta que salga la última gotita. Es imposible que las cosas salgan bien entonces”, concluye.

“Es indignante que en el afán de ganar dinero se escatime en un disyuntor”

A Marcelo no le gusta que lo llamen por su nombre. “Todo el mundo me conoce como Tarkus, decime así”, dice ni bien se enciende la grabadora. Se autodefine como un “viejo” que tiene un “largo recorrido en el rock de Rosario”. Segura que se llegó hasta la plaza para acompañar a la familia de Adrián y porque como rosarino siente “vergüenza” por una muerta tan inexplicable.

“Es bochornoso para Rosario que los lugares que supuestamente tienen una habilitación y que cuentan con inspecciones sucedan este tipo de situaciones. Yo digo que el municipio se lleva gran parte de la responsabilidad. Y también el empresario de turno. Es indignante que en el afán de ganar dinero se escatime en un disyuntor. Esto nos costó una vida, que no es poca cosa, es irremplazable”, resalta.

En su opinión, un eje impostergable de debate está relacionado a las “precarias y desfavorables” condiciones en las que hoy en día tocan los músicos. Habla de que ya no existen “propuesta públicas” y que la “oferta privada es escasa”.

Antes en los 80 y en los 90 había mucha movida de bandas en las plazas, de festivales. Ahora eso no existe. Y cuando se organizan algo tocan las bandas amigas de la municipalidad. Hay una falta de pluralismo en la oferta cultural”

Este panorama, dice, fomenta la precariedad. “Muchos músicos con el afán de mostrarse caen en la locura de hasta pagar para tocar. Ese es el gran error. Ser músico es un oficio. Y hay que defenderlo”, remata.