Con el juicio político contra la presidente Dilma Rousseff en marcha, Brasil atraviesa una crisis institucional cuyo desenlace es imprevisible. Suenan voces pidiendo elecciones anticipadas y la ecologista Marina Silva aparece como una alternativa posible.

Fue vergonzoso ver cómo la mayoría de los diputados brasileños convirtieron la votación con la cual avalaron el juicio político a Dilma Rousseff en un tumulto. Especialmente cuando más de 300 de ellos están procesados o bien son investigados por incurrir en actos de corrupción en el marco del escándalo del petróleo.

Roberto Cunha, presidente de la Cámara, está procesado porque no puede explicar la procedencia de los 5 millones de dólares que tiene depositados en una cuenta bancaria en Suiza. Sólo sus fueros lo amparan. Y justamente él quien promovió el juicio político.

Tres tristes crisis

Vale aclarar algunos aspectos en referencia al impeachment. El país atraviesa una triple crisis. En primer lugar, una socioeconómica, porque Brasil se contrae y muchas de las personas que habían salido de la pobreza en la última década están volviendo a ella.

En segundo lugar, una crisis ética, producto de los hechos de corrupción investigados por el poder judicial, mayoritariamente vinculados al escándalo del petrolao. Y en tercer lugar, una crisis política, producto de las dos anteriores, donde la legitimidad del sistema político entró en crisis y el gobierno está siendo fuertemente cuestionado.

Pero debe aclararse que en Brasil no hay golpe institucional ni de ningún otro tipo porque la legitimidad que tienen los legisladores para llevar el juicio político adelante es la misma que la de la presidente: el sufragio popular.

El motivo por el cual se somete a Dilma al impeachment nada tiene que ver con el petrolao, sino con el ocultamiento del verdadero déficit fiscal del país en época de la campaña electoral presidencial de 2014. Se trata, en última instancia, de una irregularidad administrativa y no de un delito penal.

En cualquier otro país del mundo no se suele enjuiciar a un jefe de Estado o de gobierno por estos motivos. Está claro entonces que Dilma está pagando por su debilidad política y por el vaciamiento de su legitimidad, del cual ella es la principal responsable, porque sus votantes no la habían elegido para que llevara adelante un ajuste con un gabinete plagado de tecnócratas con el manual neoliberal bajo el brazo.

¿Hubo traición, conspiración y abuso de la posición comprometida de la mandataria? Sin dudas. Los diputados eligieron pensando en su propio futuro político personal, no en la fortaleza o debilidad institucional del país. Alcanzar el poder primero y mantenerlo después, dicta el razonamiento maquiaveliano. Y así son las reglas de la política, que tanto Dilma como su mentor, Luis Inazio Lula Da Silva, conocen perfectamente.

Sin embargo, si hay algo que no se puede subestimar, es la buena fe y la inteligencia de los pueblos. Los brasileños saben muy bien que el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) o al menos sus principales autoridades, son corresponsables de todo lo que sucede y que hace solamente unos días le soltaron la mano al gobernante Partido de los trabajadores (PT) para votar ahora a favor del juicio político de quien era su aliada.

El vicepresidente Michel Temer, quien en breve ocupará interinamente la presidencia del país, operó políticamente en contra de Dilma, está involucrado en el petrolao y atraviesa su momento de gloria, que podría ser efímero. Sólo el 2 por ciento de los brasileños lo votaría para ocupara la presidencia. Más del 60 por ciento lo quiere ver fuera del gobierno igual que a Dilma. Y peor aún, el Supremo Tribunal Federal (STF) está investigando la financiación de la campaña electoral que protagonizó junto a Rousseff en 2014 porque se presume que podría haberse nutrido de fondos procedentes del petrolao.

Si esto se comprueba, el juicio político será una mera anécdota, porque el STF podría revocar los mandatos del presidente y el vicepresidente. En tal caso, la debacle institucional de Brasil podría tener consecuencias no solamente imprevisibles, sino más bien catastróficas para su economía, con un impacto difícil de sobrellevar para toda la región.

¿Qué hacer?

Desde el empresariado, los mercados financieros y ciertos sectores del poder político, se espera con ansia la llegada de Michel Temer a la presidencia para que termine de llevar adelante el ajuste que -a entender de ellos- devolvería a Brasil a la senda del crecimiento económico. A ninguno de esos sectores parece importarle demasiado el futuro de los “ajustados” que son invariablemente, los sectores más vulnerables de la sociedad. Las expectativas económicas son magras en todos los casos. Las más optimistas hablan de cinco años para que Brasil vuelva a crecer, las pesimistas de diez.

También flota en el aire la sensación de que Temer quiere llegar a la presidencia para “arreglar” la situación de muchos de sus correligionarios -y la suya propia- ante las investigaciones del poder judicial. Él y los presidentes de las dos cámaras del Congreso, pertenecen al PMDB y están siendo investigados.

Son numerosos los analistas y los políticos que entienden que hay que barajar y dar de nuevo, es decir, llamar a elecciones anticipadas para que sea el pueblo el que decida quién será el presidente y otorgarle una legitimidad de origen incuestionable para que adopte las medidas necesarias que permitan sacar al país del barro político, ético y económico. Ante este cuadro de situación, emerge la figura de Marina Silva.

Un futuro posible para Brasil

Formó parte del PT junto a Lula quien en algún momento dudó si elegirla a Dilma o a ella como sucesora. En 2008 se distanciaron porque ella sintió que el presidente no apoyaba consistentemente las medidas que impulsaba como ministra de Medio Ambiente.

Marina Silva sabe en carne propia lo que es ser pobre. Comenzó a alfabetizarse recién a los siete años y sufrió varias enfermedades tropicales por carecer de acceso a la salud. Esta mujer de 58 años, protestante (profesa el pentecostalismo), comprometida hasta la médula con la protección del ambiente y que fue concejal, diputada, senadora, ministra y dos veces candidata presidencial, aparece como una de las pocas opciones de incuestionable honestidad en la vapuleada política brasileña. Su mensaje político está ligado estrechamente a los sectores populares y a la juventud.

Silva es una de las impulsoras de una salida electoral, que va encontrando cada vez más adhesiones. Un sondeo de opinión de Datafolha realizado a comienzos de abril sorprendió a muchos. Ella aparece segunda en intención de voto para las presidenciales de 2018 con un 19 por ciento, detrás de su antiguo jefe político Lula, que ostenta el primer lugar con el 21 por ciento.

Tras ellos se encuentra el líder del Partido Socialdemócrata Brasileño, Aecio Neves, representante de los grupos de poder económico tradicionales. La clave para interpretar mejor estos datos, es que Lula y Neves tienen una imagen negativa muy alta (53 y 33 por ciento respectivamente), a diferencia de Marina (20 por ciento). Ella podría crecer en las preferencias populares con escasas resistencias ante sus eventuales adversarios.

Marina silva obtuvo el tercer lugar en las dos elecciones presidenciales que disputó. La última vez fue en 2014 cuando se esperaba que llegase al ballotaje contra Dilma. En una final entre candidatas progresistas, tenía buenas chances de vencer a la presidente. Quizás por eso, soportó durísimos ataques tanto del oficialismo como del candidato del PSDB Aecio Neves. A ambos sectores les convenía mucho más una polarización del espectro ideológico entre izquierda y derecha. En aquel entonces Silva fue acusada de ser frágil por haber llorado en público, de ser intransigente por no querer formar alianzas de conveniencia solamente para ganar las elecciones, y de tener un programa de gobierno contradictorio.

Ella dice que es una torpeza confundir sensibilidad con fragilidad, se mantiene intransigente ante el negociado político no frente a la legítima negociación política y fue quien presentó el programa de gobierno más completo en las últimas elecciones. Contradecirse fue  lo que hizo Dilma. Además, Marina cuenta con una de las virtudes más demandada en Brasil por estas horas, la honestidad.

Quizás su mayor debilidad sea contar con un partido demasiado pequeño, la Red de Sustentabilidad, que ella misma fundó cuando se fue del PT. Hay otros partidos que la apoyan, como el Partido Socialista que la llevó como candidata presidencial hace un año y medio. Pero siempre dependerá de alianzas para llegar lejos.

A modo de compensación de esa debilidad, su discurso ecologista, muchas veces criticado por interpretarlo contrario al desarrollo económico, actualmente tiene el aval de uno de los máximos referentes éticos planetarios: el Papa Francisco. El mensaje de su encíclica “Laudato Si”, con fuerte contendido ambientalista, podría ser capital para que Marina Silva logre penetrar el corazón y la mente de muchos de sus compatriotas.

Brasil ofrece un precedente preocupante para la región. Está juzgando a su presidente por sus deficiencias administrativas y por sus desaciertos económicos, que fueron evidentes y que acabaron en la conflictiva situación actual. De generalizarse este antecedente en una región políticamente tan volátil, las consecuencias sociales podrían tornarse catastróficas.

El crecimiento económico de Brasil es necesario para toda la región, pero también es importante que se mantenga dentro de un marco de institucionalidad democrática que garantice la libertad y la plenitud del ejercicio de los derechos por parte de los habitantes. Lo que sucede hoy en Brasil significa un retroceso de esa institucionalidad y unas elecciones presidenciales anticipadas podrían encausar al país. Políticos capaces, sensibles y honestos no faltan. Marina Silva reúne esas cualidades.