Con escasos aciertos literarios y una trama pirotécnica organizada en torno al sadomasoquismo, la saga 50 Sombras de Grey lleva vendidos más de 70 millones de ejemplares y promete revalidar su éxito con la adaptación cinematográfica homónima que llega este jueves a los cines argentinos, a pesar de las voces críticas que la acusan de funcionar como un alternativa falsamente liberadora que encubre nuevas formas de opresión femenina.

La leyenda replicada al infinito por las redes sociales y los medios sostiene que hace cuatro años, a partir de la aparición del primer volumen de la trilogía, mujeres de amplio rango etario se volvieron consumidoras impenitentes de pornografía, diversificaron los métodos de introspección erótica, coparon los sex shops en busca de arsenal para escenificar sus fantasías y ya no sintieron pudor para explicitar sus demandas sexuales.

Frente a las evidencias de su repercusión -que incluyen matices bizarros como la noticia de una cadena de ferreterías que agotó su stock de sogas como las utilizadas en el libro para los rituales bondage o que los bomberos no paran de socorrer a parejas atrapadas tras emular los juegos eróticos de los protagonistas- más revelador que cuestionar la legitimidad de la saga es rastrillar los motivos por los cuales esta obra se ha convertido en un boom editorial.

No alcanza con ponderar las habilidades del marketing para justificar el posicionamiento de esta historia -editada por Grijalbo- que plantea un vínculo asimétrico entre un déspota millonario y una joven frágil que lucha por su autonomía y lentamente la conquista a través del sexo.

La clave de esta empatía radica en un relato donde la transgresión irrumpe sutil y disciplinada con el propósito de horadar el paradigma del relato romántico centrado en la búsqueda del yo a través del amor, pero al mismo tiempo preocupada en controlar su potencia disruptiva captando de este modo a un universo lector que acepta ser desacomodado, pero sólo a medias.

El mérito de "Cincuenta sombras..." parece quedar replegado a su astucia para instalar en la agenda global una visión del imaginario sexual femenino, cuyas formas de representación se acercan más a la reversión de antiguos tópicos patriarcales que a una indagación profunda sobre la naturaleza del deseo.

# Imagen de la película homónima

"La novela combina con habilidad las fantasías femeninas tradicionales con una fachada de aparente liberalidad, que hasta hace poco se reservaba a los varones. El erotismo de la protagonista se despliega sin inhibiciones, pero se combina con el amor romántico y la exclusividad erótica", explica la psicoanalista Irene Meler.

"Se ha cultivado entre las mujeres un imaginario que estimula su dependencia de un personaje masculino poderoso y atractivo, que las colmaría hipotéticamente de dones económicos y les habilitaría un ascenso social ganado a base de encanto y seducción” analiza.

Y agrega: “No es cuestionable que estimule la masturbación, lo discutible es su incitación a la voracidad, la promesa de placeres interminables, en fin, la explotación comercial de un deseo infantilizado que viste con ropas actuales el viejo sueño del príncipe encantador".

El sadomasoquismo "soft" que se despliega en la novela recicla el dominio masculino de forma evidente según advierte Meler, pero cumple también con el objetivo de "operar como antídoto contra la soledad, el aislamiento y las notables dificultades para el compromiso, que se observan en los sectores jóvenes y educados".

"Sesenta años después de las novelas de Corín Tellado, la 'sombras de Grey' parecen su reverso. Esta saga es todo lo que en esos libros no se decía pero se imaginaba en las entrelíneas, señala la psicoanalista Patricia Malanca. Más allá de esto, la novela no ayuda a revelar, ni a concientizar respecto a la desigualdad de género.

Al contrario, consolida un goce del pensamiento que ratifica esa dominación, y trata de convertir a sus lectoras en cómplices, y como tales nunca inocentes, de un sistema que así lo requiere. Mientras tanto esperamos que la representación sexual evolucione hacia territorios donde el goce sexual, el descubrimiento sexual, no implique la dominación de un sexo por sobre el otro, o de un sexo que tenga que enseñarle al otro.

La saga activó, también, la curiosidad de la ensayista marroquí Eva Illouz, que le dedicó el volumen "Erotismo de autoayuda", un breve ensayo que arriesga una hipótesis sobre el éxito: a pesar de su escritura precaria y sus lugares comunes, la trilogía condensa las preocupaciones de una sociedad que ha convertido a la autoayuda en una de las maneras cruciales de organización de la subjetividad contemporánea, postula la autora de "Por qué duele el amor".

"La sexualidad nunca es simplemente el encuentro de dos cuerpos, sino también una forma de poner en acto las jerarquí­as sociales y la moralidad de una sociedad", apunta la autora, para quien el placer de leer esta novela de "pésima calidad literaria" radica en su articulación de las tensiones que asedian las relaciones heterosexuales modernas y la utopía del amor sexual, "resucitado de las cenizas de las convenciones de la pasión romántica y concebido en una relación sadomasoquista".

"Como plantea Illouz, los varones que controlan el mercado sexual y matrimonial, o sea aquellos bien empleados en las corporaciones, disfrutan un prolongado período donde usufructúan la oferta erótica que se encuentra en una cultura que ha levantado las prohibiciones que antes regían para las mujeres respetables. Sólo muy avanzado su ciclo vital, aceptan formar una familia y hacen uso para ese fin de su privilegio patriarcal, uniéndose a mujeres mucho más jóvenes, en edad de procrear", sostiene Meler.

"Esta tendencia nos enseña a desconfiar de alternativas pseudo liberadoras y a comprobar la astucia del dominio masculino, que tiende a reciclarse resistiéndose a desaparecer", alerta la también Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA).

"Enamorarse implica una pérdida de soberanía. En el romanticismo esto se siente como una experiencia directa y exaltada de la pasión, como una fuerza primaria y cruda de la naturaleza. Pero en la modernidad, la pérdida de soberanía es un problema, una situación que amenaza la integridad del yo porque amenaza su autonomía en cuanto parece someterse a la voluntad de otro. Eso ocurre porque en la modernidad la autonomía es el principal código cultural del ser", destaca por su parte Illouz.

Alineada con la lógica de las sociedades post-capitalistas, la sexualidad encarna en "Cincuenta sombras..." un bien supremo que se comercializa en distintos soportes -libros, películas, objetos- y, bajo una engañosa prédica liberadora, recicla viejas relaciones de poder a la vez que ensaya nuevos modos de control.