El vínculo entre los antibióticos y el alcohol siempre fue tortuoso, o mejor dicho a esta dupla muchas veces le ganaron las creencias y mitos populares con afirmaciones a mitad de camino que generaron dudas y temores a lo largo del tiempo desde en que se usan este tipo de medicamentos. La frase típica en un asado de amigos, y sin asidero, es: “Beber alcohol si estás tomando antibióticos hace mal”, en esas circunstancias alguien puede tener otra versión de los hechos y decir que “no hace mal, pero anula el efecto de la medicación” ¿Qué tiene la ciencia para decir sobre esto?

RosarioPlus conversó con un profesional de la salud para averiguar cuáles de las principales creencias que circulan en torno a estos medicamentos utilizados para prevenir y tratar las infecciones bacterianas son ciertas, y cuáles no. El doctor Eduardo Street, quien además es profesor adjunto de Clínica Médica en Universidad Nacional de Rosario (UNR), explicó que se debe seguir el consejo del médico en cuanto al consumo de alcohol durante su ingesta.

“Los antibióticos que usamos habitualmente, de uso ambulatorio, en general la mayoría no tienen muchas interacciones con el alcohol. De todas maneras, se recomienda no tomar alcohol en grandes cantidades”, adujo el profesional, y dijo que en una ocasión social de una fiesta lo aconsejable si se quiere tomar es servirse, como mucho, dos copas.

“Eso no tiene ningún efecto sobre el antibiótico, salvo que ese paciente tenga una patología de base, digestiva sobre todo”, añadió.     

Sin embargo, hace una salvedad, ya que no todos los antibióticos son iguales. Algunos no muy utilizados en el consumo habitual pueden generar si se combinan con alcohol lo que se conoce como efecto antabus o efecto disulfiram. "En algunos casos en particular, como por ejemplo con el metronidazol, usado para algunas infecciones abdominales y genitales, o trimetoprima, para infecciones respiratorias o cutáneas", explica el médico.

Por otro lado, adujo que aunque no esté contraindicado, "hay que tener en cuenta que la persona que está tomando un antibiótico se puede sentir enferma, por lo cual consumir alcohol, y más si es en exceso, puede hacer que sus síntomas empeoren”.

"El objetivo es eliminar la bacteria que está causando el proceso infeccioso. De manera que si el médico indica antibióticos por 5, 7 o 10 días deben cumplirse esos esquemas de manera completa", indicó el profesional que atiende su consultorio en el Hospital Provincial de Rosario y aprovechó para decir que el peor error que puede cometer una persona es automedicarse, y menos con antibióticos.

Los que no hay que mezclar 

Metronidazol. De todos los antibióticos que causan contrariedades significativas con el alcohol, este es el único que se receta con cierta frecuencia. Se utiliza sobre todo para el tratamiento de infecciones dentales o ginecológicas, asimismo contra úlceras en las piernas o escaras.

Disulfiram. Se utiliza para el procedimiento contra el alcoholismo. Como inhabilita la acción de la enzima que procesa los metabolitos más tóxicos del alcohol, su ingesta -incluso en sumas muy pequeñas- provoca en apenas diez minutos los efectos más ásperos de una borrachera: sonrojo, dolencia de cabeza, náuseas, vómitos, dolor en el pecho, debilidad, visión borrosa, desconcierto, secreción, agobio, ansiedad y problemas para respirar. Y ese mismo efecto es el que se produce al ingerir alcohol mientras se está tomando metronidazol.

Tinidazol. En general este medicamento se receta para el proceso de infecciones intestinales como la giardiasis y la amibiasis y para ciertas enfermedades de transmisión sexual, como la tricomoniasis. Su combinación con el alcohol también da lugar a un efecto cuya intensidad depende de las cantidades del fármaco y de alcohol que se hayan ingerido: puede durar desde 30 minutos hasta varias horas, en los cuadros más severos.

Linezolid. Este antibiótico sirve para combatir la neumonía e infecciones de la piel. Origina reacciones secundarias cuando se combina con una sustancia llamada tiramina, presente no solo en las bebidas alcohólicas (en particular, en la cerveza y el vino tinto), sino también en alimentos que han sido escabechados, ahumados o fermentados. Como resultado, se puede producir somnolencia, mareos, dificultad para concentrarse y episodios de hipertensión.

Isoniacida, rifampicina y pirazinamida. Se trata de antibióticos empleados sobre todo para el tratamiento de la tuberculosis pero también en el tratamiento de otros problemas. Son medicaciones muy agresivas para el hígado, por lo cual se desaconseja la ingesta de alcohol durante su administración.

Doxiciclina. Este fármaco, empleado para el tratamiento de diversas infecciones, es el que más resentida ve su eficacia farmacéutica a causa del consumo de alcohol. Solo en casos excepcionales provoca efectos graves (sueño, dolor de cabeza, calambres, desorientación, alteraciones del ritmo cardíaco e incluso alucinaciones), pero su acción puede resultar muy reducida, dado que el alcohol acelera la descomposición del fármaco y su eliminación del cuerpo.

El efecto de estos antibióticos es duradero, por lo cual los especialistas aconsejan dejar pasar al menos 48 horas, en el caso del metronidazol, y 72 horas, en el del tinidazol, para volver a consumir bebidas alcohólicas. Por otra parte, hay varios otros antibióticos, de uso poco frecuente, que pueden ocasionar trastornos. Conviene consultar con el especialista que los receta sobre los posibles riesgos del consumo de alcohol durante el tratamiento.