La declaración de Pandemia por el SARS-CoV-2 ha marcado un antes y después en la vida de la población, afectando todos los estratos de atención sanitaria. Las estrategias de contención de la infección incluyeron la redistribución de los recursos sanitarios, con suspensión de la actividad no urgente. En esas circunstancias, el seguimiento y el tratamiento del dolor crónico fue disminuido o interrumpido, afectando tanto a la salud articular como a la salud mental de los pacientes. Además, la pandemia ha desencadenado consecuencias sociales como el confinamiento, el cese de las actividades habituales, el impacto financiero, entre otros, aumentando las tasas de ansiedad, estrés y dolor físico. 

Los pacientes con enfermedades crónicas y edad avanzada tienen mayor riesgo de infecciones (incluida COVID-19), así como mayor prevalencia de dolor crónico. A su vez, muchos de los individuos infectados que necesitaron atención hospitalaria han presentado a largo plazo limitaciones funcionales, trastornos psicológicos y dolor articular.

El cierre de muchos servicios (rehabilitación, fisioterapia, grupos de apoyo psicológico, etc.) y actividades sociales o recreativas, han limitado los recursos disponibles para que muchos pacientes controlen sus síntomas. El confinamiento ha limitado la actividad física y el ejercicio, empeorado los hábitos alimentarios y disminuido la ayuda de servicios domésticos. Estos cambios han provocado el agravamiento de muchas enfermedades subyacentes, incluyendo a las de origen reumatológico. 

Podemos reconocer entonces que hay un circuito en el cual las consecuencias biológicas y psicosociales de la COVID-19 pueden influir en el dolor, así como a la inversa. Aquellos pacientes que ya tenían dolor crónico tendrán posiblemente un impacto negativo relacionado con la infección, mientras que aquellos que no tenían previamente dolor crónico pueden comenzar a padecerlo.

Hay que recordar que todas las enfermedades crónicas conjugan simultáneamente factores biológicos, psicológicos y sociales. En este sentido, la enfermedad COVID-19 parece influir en cada uno de estos pilares.

La información que hemos recogido durante estos meses vertiginosos nos resalta la importancia de reevaluar constantemente a las personas con patologías dolorosas durante una crisis global como la que estamos viviendo. Como equipo de salud nos queda el desafío permanente de diseñar intervenciones interdisciplinarias, trabajando en conjunto los médicos con psicólogos, kinesiólogos y enfermeros para minimizar el malestar de los numerosos pacientes que padecen síndromes asociados a dolor crónico.

(FB/IG @Dr.Dguzzardo)

Director Equipo de Formación e Investigación en Dolor (Efid.online)

Reumatólogo (Matrícula Nº 18.305)