El Reino, creada y escrita por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro y producida por Netflix, es la serie del momento. Es la primera en Argentina en la lista de los contenidos más vistos por el publico local en la plataforma de streaming más importante a nivel mundial. La serie se estrenó en simultáneo en 190 países y a tan sólo dos semanas de su emisión inaugural, Netflix confirmó la segunda temporada. 

La creación de una producción de estas características, involucrando a actores y acretices de primer nivel, poniéndolos en papeles que les son ajenos y en muchos sentidos incomodos, es para celebrar. Perimite ver las capacidades adquiridas y acumuladas a lo largo de años en el país. Para destacar en lo actoral se puede mencionar el trabajo de Peter Lanzani, componiendo un personaje introvertido, con ciertas difucultades para el habla y que sorprende por la naturalidad del registro. Mercedes Morán no se queda atrás con la creación de una mujer fría, calculadora y rígida, pero con una gestualidad medida que sólo deja estallar en el momento en que define cuál es el enemigo de su iglesia.

La narrativa funciona, por más que hay capitulos que duran 34 minutos y otros arriba de 50. Sin embargo, por más que se exploten las capacidades adquiridas locales, todo se enmarca en un modo de proeducción que nos es ajeno. Los gestos, los escenarios, los expteriores, son argentinos pero pasados por una tamiz, pulidos, sin regionalismos que incomoden a la hora de poder ser presentada en los otros 189 países.

Para mencionar como ejemplo, son pocas las escenas en las que se ve un mate, los diálogos excluyen modismos y tampoco hay menciones a la actualidad política de la región, o si aparecen son excentas de complejidades y reducidadas al bien y el mal. Otra particularidad que me hacía notar un amigo es que no se sabe quién gobierna en el marco de toda esta disputa. Es una Argentina aséptica, purificada de argentinismos que incomoden al espectador de otras latitudes.

Hay una mención específica que es cuando el pastor ensaya modos en que podría llamar a sus seguidores: amigos, hermanos, compañeros. "Compañeros no, da peronista", le señala su socio político. Este diálogo en los doblajes y subtítulos está modificado. El mopañero se reemplaza por camarada, y el señalamiento es que "da comunista". Una solución sencilla pero nuevamente desconociendo las particularidades históricas en que este relato podría tener lugar. 

Que la narrativa se desconecte de la realidad que es su fundamento es el resultado de un deseo universalizante, un único modo de narrar, un único ritmo. Detrás de ese deseo, como su condición de posibilidad, están las redes, las plataformas de streaming con contenidos de todo el mundo, las nuevas tecnologías y un modo de producción globalizado. En en que, hay que decirlo, lo que se considera bueno o malo está reglado por Hollywood, que ha dado origen a una cultura mononarrativa. El resultado es el agotamiento de recursos propios, de una inventiva descolonizada y la formación del especador ritmado en ese modo de narrar. 

"La modernización en cuanto globalización es un proceso de sincronización que hace converger diferentes temporalidades históricas en un único eje temporal global y prioriza formas específicas de conocimiento como fuerza productiva. Es la tecnología lo que hace posible ese proceso de sicronización", expresa Yuk Hui en su libro Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad en el que justamente propone que para poder apartarnos de esta sincronización, necesitamos una fragmentación que nos libere de una temporalidad histórica lineal. 

Retomando, una producción de estas caracterísitcas se celebra en tanto mueve el circuito económico y perimite demostrar el potencial artístico de un país y hasta despertar el interés de otras latitudes en lo que se desarrolla de manera local. Se trata sin dudas de un buen modo de producción pero que nos es ajeno y que responde a una sincronización narrativa para que pueda ser consumible en diverasas latitudes, pero que no es la única. Muchos de los actores presentes han participado y participan en proyectos con otras características, en los que se puede observar el potencial descolonizador y la necesidad de desarrollar y preservar una narrativa local y diversa. Si los éxitos de Netflix sirven para indagar más en esa cartilla amplia que está por fuera de la plataforma, bienvenidos sean.