“Toda historia es una historia de escucha”.   
-John Berger “And Our Faces, My Heart, Brief as Photos (1984)”-

El Eternauta llegó a las pantallas argentinas de la mano de Netflix con una producción ambiciosa que despierta entusiasmo, expectativas y también debates intensos. Adaptar una historieta mítica como la de Oesterheld y Solano López implica mucho más que trasladar una historia al lenguaje audiovisual: es intervenir en un relato fundacional de la cultura popular argentina, cargado de simbolismo, memoria política y sensibilidad colectiva. En ese cruce entre entretenimiento global y tradición local, la serie se vuelve terreno fértil para pensar no sólo sus decisiones narrativas y estéticas, sino también su resonancia en un país atravesado por crisis, disputas de sentido y memorias aún abiertas. 

Lo primero que hay que decir como hecho innegable es que la serie expandió las fronteras de la industria audiovisual argentina y al hacerlo empujó a todo un acervo cultural nacional a la primer plana de la cartelera mundial. Todo en la serie eleva la cratividad y el oficio argentino: desde la decisión de llevar adelante la producción y postproducción con equipos técnicos locales, hasta la musicalización de cada uno de los seis capítulos de la serie. En ellos se puede escuchar, además de una banda sonora creada para la ocasión por el célebre compositor también argentino Federico Jusid, más de una decena de temas nacionales de una gran variedad de artistas y géneros. Desde Gilda, la mítica cantante de cumbia y santa popular, pasando por las bandas Manal y El Reloj, grupo pionero del hard rock argentino, hasta llegar a la Misa Criolla de Mercedes Sosa.

En una entrevista el director Bruno Stagnaro cuanta cómo fue la decisión de elegir esta música, particularmente El Reloj, una banda no tan conocida. "Los conocía por un proyecto viejo que no salió, en el que tuve que buscar música argentina de la década del ’70 no tan conocida. Llegué a ellos y me pareció increíble cómo sonaban. Así que cuando arrancamos con esto me pareció que tenía algo que sumaba, porque le daba una particularidad a ese grupo de amigos de 60 años: además de escuchar bandas conocidas, también eran fanáticos de El Reloj”, detalla. 

La anécdota resuena porque muestra también de la materia que están hechos los grandes éxitos: muchas pequeñas obras, muchas cosas que no se pudieron y también algunos fracasos. Toda esa experiencia se conjuga para lograr de repente, y no tanto, una obra de arte. Así como cuando un jugador de futbol logra ser estrella mundial y se habla insistentemente del semillero que son las inferiores del fútbol argentino, El Eternauta nos recuerda el gran semillero que es nuestro cine en donde se formaron los equipos técnicos que hoy realizaron El Eternauta.

PLAYLIST EL ETERNAUTA
Cecilia Macarena Pelliza

Al igual que ocurrió en el año 1998 con Pizza, birra y faso y en el 2001 con Okupas, Bruno Stagnaro vuelve a dejar una huella en la historia audiovisual argentina. Esta vez logra hacer escalar la ciencia ficción y la historieta nacional a nivel mundial. Además, como un guiño con aquellos con los que surgió en la movida del Nuevo Cine Argentino, hace parte de este éxito a alguno de los actores que lo acompañaron hace más de 20 años. Este es el caso de Ariel Staltari, antes Walter en Okupas y ahora Omar en El Eternauta, Jorge Matropierro, antes el Negro Pablo hoy Grandote, y también Jorge Sesán, compinche en Pizza, birra y faso, villano en Okupas y ahora Franco, uno de los aliados de nuestro protagonista y quizás quien se perfila como uno de los grandes compañeros en lo que será la temporada dos. 

El Eternauta, en su versión serial, se suma al linaje de ficciones que logran capturar el pulso de una época, reinterpretando un mito popular sin perder potencia estética ni densidad política. La decisión de que Juan Salvo sea un excombatiente de Malvinas llena de memoria colectiva al personaje, hace conectar con su dolor y logra colar imágenes de otra invasión con la que convivimos los argentinos. Stagnaro, otra vez, construye desde lo local algo que conmueve más allá de sus fronteras: un relato de ciencia ficción que no abandona la humanidad de sus personajes, ni la tensión social que atraviesa el relato original.

El vagabundeo de fin de siglo que "okupó" la televisión argentina
Cecilia Macarena Pelliza

Seba De Caro, en su columna Cómo acabar con la cultura, remarcó un punto que resume gran parte del fenómeno: “Está en cartelera Thunderbolt: 180 millones de dólares costó y dura dos horas. El Eternauta que dura seis horas costó 20 millones de dólares. Cuando lo cuenta Ricardo Darin lo están poniendo como estándar en todo el continente y la región diciendo ‘se puede hacer esto por 20 millones de dólares’. Permitime que me ponga un poco chauvinista: los técnicos de argentina pueden hacer eso por 20 millones de dólares". La afirmación no sólo genera orgullo sino que inyecta dignidad a una industria golpeada, especialmente desde el desprecio explícito que la gestión presidencial actual ha manifestado hacia la cultura. Frente a ese desinterés estatal, fue la industria audiovisual global la que celebró el logro: la ovación vino desde afuera, pero con eco interno. En esos aplausos también se escucha el aliento silencioso a nuevas generaciones para seguir creando, aun cuando el contexto parezca hostil.