Beatriz Portinari es el nombre de la musa inspiradora de Dante Alighieri, de la que muchos dudan de su existencia real, y es también el seudónimo con el cual la escritora platense Aurora Venturini se presentó en 2007 al concurso Nueva Novela, organizado por el periódico Página 12, en el que obtuvo el gran premio por su trabajo “Las Primas”. 

Real o imaginada, Beatriz Portinari ha pasado a la historia como una de las musas más determinantes de la literatura italiana y de las letras universales y es también el nombre que Agustina Massa y Fernando Krapp eligen para el film de la escritora: Beatriz Portinari, un documental sobre Aurora Venturini.

Dueña de una vida intensa, llena de vivencias y con amistades notables –como la de Eva Perón, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, entre otros- Aurora Venturini no deja de ser un personaje enigmático, escurridizo, que se ha encargado de dar a la prensa diversas versiones sobre su vida y de mezclar realidad con ficción. Una realidad siempre cruda, hostil, pero llena de pequeñas venganzas o redenciones que son auténticos giros poéticos. Real e imaginada.

Algo de esa vida, y de esa huida en la que siempre se encontraba Venturini, es lo que se muestra a lo largo de una hora dieciséis minutos de diálogos con la escritora, intercalados con imágenes de su vida urbana, de su casa, de su rutina y las fotografías, libros, y papeles con los que se rodeaba.

Aurora Venturini a lo largo de sus noventa y un años nunca paró de escribir, como un ser atado a su escritura con insistencia, como arma vital. En el documental se lo preguntan:

- ¿Seguís escribiendo?

- Y sí, claro. Qué voy a hacer si no, es lo único que hago. 

También en Las Primas, Yuna, que es un poco ella, no puede más que pintar. “…soñaba los hechos vívidos transformándolos en figuras cada vez más coloreadas y preciosas que adentro de mi imaginación se movían y conversaban conmigo obligándome a que las sacara de adentro y las volcara en los cartones y en las telas y yo era algo así como un  ser extraño y dependiente de los mandatos que aquellas formas o figuras indicaban tiránicamente y que si no les respondía mordían con dientes de vidrio mi cerebro y mi corazón…”.

Aurora en huída, en la última imagen que lograron tomarle los camarógrafos en su hogar.
Aurora en huída, en la última imagen que lograron tomarle los camarógrafos en su hogar.

Esta película es una invitación a entrar en el universo de Venturini, un universo en el que la percepción de la realidad ejerce un constante corrimiento hacia el delirio. Una realidad en la que tuvo de mascota una araña, a quien consideraba familia. De hecho, esta extrañeza fue fotografiada por la prensa para ilustrar una de las tantas notas que le hicieron. “Un periodista de Crítica vino y la fotografió. Cuando yo le mandé a decir que había muerto, me mandó el pésame. Es lógico, era un pariente mío. Cada cual tiene los parientes que puede. Y fue una araña y me acompañó”, cuenta ante la cámara con pesar. Una vieja loca, como la abuela de cualquiera, como ninguna.

Aurora Venturini tenía un duro modo de referirse al mundo. “Ahora la niñita sostiene un canastito de mimbre con rosas de papel. Esa nena es la difunta de mí, el duende del huraño hemisferio de mis penas futuras que mete la mano y hasta el bracito en arcones de otoños y de inevitable invernada, Había comenzado mi temporada en el infierno cuatro años antes de esa foto, el día que nací”, relata ante la cámara mostrando una fotografía de la niña que fue, la difunta de ella. Y así entendía al mundo, a la vida: una temporada en el infierno. Un infierno, sin embargo, que celebraba y al que se aferró cuando tuvo un fuerte accidente que la mantuvo en coma varios días y de donde salió teniendo que volver a aprender a caminar.

“Yo les aconsejo que cuando se les caiga el alma y sientan que está por morirse, se agachen, se levanten y se la pongan de nuevo. Fue lo que hice. Todo está tan cerca que si se animaran a caminar como tuve que caminar yo de bien. Qué lindo que es estar en este mundo. En este tan servil, tan ordinario, tan de comer lo que sea. Tan de caminar, que es lo más grande que hay: caminar”.

El documental termina de un modo abrupto, ya que sus propios directores fueron echados por Venturini cuando perdió interés por el proyecto y dijo no recordar de qué se trataba cuando la llamaron para seguir filmando. Testimonio de una actitud de vida, no podía terminar de otro modo: sin tristezas ni consuelos. Como también lo expresa en Las Primas: “Pero todo pasa en este mundo inmundo. Por eso no es lógico afligirse demasiado por nada ni por nadie”.