El 2023 empezó con la presentación de un juicio político contra el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti. El presidente Alberto Fernández anunció la decisión a través de una carta por el año nuevo y convocó a los gobernadores para que lo respalden para investigar
también la conducta del resto de los supremos.

La difusión de los chats entre el ministro de Seguridad de Horacio Rodríguez Larreta, Marcelo D’Alessandro y el hombre de confianza de Rosatti, Silvio Robles que le iba comunicando al funcionario porteño cómo venían las gestiones por el reclamo de coparticipación de CABA y por la integración del Consejo de la Magistratura. Es el mismo D’Alessandro que viajó a Lago Escondido con jueces, gerentes de medios y hombres de Inteligencia que después intentaron borrar los mensajes en los que acordaban qué versión dar sobre ese encuentro inconveniente en la estancia del magnate Joe Lewis.

La exhibición impúdica de los vínculos del máximo tribunal con un sector de la oposición política, revela no sólo el comportamiento irregular de los jueces cortesanos, sino el serio límite que ponen esas acciones al normal desenvolvimiento de las instituciones y de la democracia. La Corte aparece como garante del statu quo, de los privilegios de esos sectores concentrados, del establishment político, mediático y económico. Como un árbitro que te bombea todo el partido,
dijo la vicepresidenta Cristina Kirchner en el contexto del mundial.

Por eso las críticas al gobierno nacional, las propias y las ajenas, deberían dejar de recaer solamente en la actitud que muestra el presidente Fernández para pasar a preguntar qué otra cosa podría haber hecho Cristina en el marco de dos años de pandemia global, tres años
de crisis económica heredada del macrismo y una cancha inclinada sin disimulo alguno hacia los intereses de la oposición. La mayoría del kirchnerismo está convencida de que otra hubiese sido la suerte de la gestión.

Eso es de lo que hay que empezar a dudar. O quizás hubiesen sido no más que modos y matices. De éstos últimos la propia vicepresidenta los conocía y por eso lo ungió como candidato del Frente de Todos para ganar en 2019.

Más claro, la gestión de Alberto Fernández no es buena y difícilmente mejore en la consideración de la gente en este último año de mandato, aunque quedan las esperanzas de un par de triangulaciones en el área que pueda hacer el superministro Sergio Massa. No mucho más que eso.

Lo que está claro es que el peronismo no está en 2014, en el último año de mandato de Cristina. Está en retroceso, acicateado permanentemente para que aquello no vuelva a ocurrir. Pero lo que muchas veces desdeña Juntos por el Cambio es que esta vez, como en 2019, también hay una memoria de cómo fue su gestión. El que se anime a decir que el de Mauricio Macri fue un buen gobierno es porque se ubica lejos de la realidad. A lo sumo podrá señalar que la inflación
era más baja.

Eso sin mencionar que la suba de precios actual tiene mucho anclaje en el fuerte endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional y coyunturas internacionales que Argentina no puede manejar, además de un problema estructural propio de su economía que
se estrangula cuando empieza a crecer y a generar actividad y la dependencia absoluta del dólar.