El 12 de junio próximo se encontrarán cara a cara en Singapur Donald Trump y Kim Jong-un. Luego de un período turbulento de amenazas de distinta índole, comienzan a disiparse los fantasmas de una guerra, al menos en la península de Corea y sus alrededores.

A su debido tiempo se conocerán los pormenores de los acuerdos a los que arribarán Trump y Kim, aunque puede esperarse un compromiso del régimen norcoreano de dejar atrás su programa nuclear con fines bélicos a cambio de cooperación occidental para su economía.

El foco de mayor tensión global ya no está puesto en Corea del Norte. Esta semana, volvió a ser el régimen iraní el que ocupó el centro de la escena, aunque no por una decisión propia.

Para decirlo claramente: el problema actual ya no es la dictadura comunista de Corea del Norte, pero tampoco lo es el régimen teocrático de Irán. El problema es -una vez más- el complejo industrial-militar de los Estados Unidos.

El obediente Donald

Con sus desplantes y caprichos, sus intrigas palaciegas, su curiosa tonalidad de piel y la blonda cabellera que lo caracteriza, Donald Trump hace como presidente lo que hacía como empresario: sobreactúa. Con una mano hace un truco para captar la atención del público, pero es con la otra con la que que ejecuta la verdadera acción.

Mientras Trump acuerda con Kim Jong-un la paz, garantiza con la ruptura del acuerdo nuclear con Irán un foco de conflicto más duradero y potencialmente más rentable para el complejo industrial-militar de los Estados Unidos. El -aparentemente- ingobernable presidente, resulta así un leal soldado de este grupo que reúne una amplia red de contratos, flujos financieros y recursos económicos que circulan entre empresas privadas vinculadas a la defensa, el Pentágono, el poder político y los medios de comunicación. Este núcleo de poder tan difícil de definir, dispone de poderosos lobbys dentro del aparato del Estado y es el que, de manera más o menos visible, gobierna de hecho en los Estados Unidos.

Paz con Corea, tensión con Irán

Al acordar con Kim, Trump lograría alejar por tiempo indeterminado el fantasma de cualquier ataque nuclear con misiles de largo alcance sobre suelo estadounidense, aunque se trate solamente de territorio insular. En su reemplazo, una escalada conflictiva con Irán, es un problema que deberán digerir en última instancia europeos o rusos, pero la zona de conflicto pasaría a situarse mucho más lejos de los Estados Unidos. Esto explica el afán de los gobiernos del Reino Unido, Francia y Alemania por intentar convencer al presidente estadounidense de no romper el acuerdo laboriosamente elaborado y finalmente suscripto por Barack Obama. Más aún, el presidente francés Emmanuel Macron, la primera ministra británica Theresa May y la canciller alemana Angela Merkel, expresaron la voluntad de sus respectivas administraciones por sostener el acuerdo con Irán.

El documento se había firmado en 2015 y además de los gobiernos ya mencionados, también lo rubricaron los de Rusia y China. Su objetivo inmediato era desactivar durante al menos una década el acceso iraní a la bomba nuclear, a cambio de levantar las sanciones económicas que asfixiaban al país. Pero en el largo plazo suponía algo más importante. Demostraba que dos enemigos declarados, con 35 años de disputas a cuestas, eran capaces de negociar y bajar la tensión nuclear.

Las verdaderas razones para romper unilateralmente el acuerdo, están relacionadas con la redefinición del poder imperial de los Estados Unidos frente a Rusia y a China. A los estadounidenses les resulta particularmente irritante el reciente éxito militar de Rusia, luego de que el gobierno de Vladimir Putin lograra vencer al Estado Islámico (ISIS) y rescatar a su aliado sirio, Bachar al-Asad, con la activa colaboración de Irán y Turquía.

Además, el gobierno estadounidense favoreció claramente a sus dos aliados preferenciales en Oriente Medio, curiosamente acérrimos enemigos del gobierno iraní. Se trata de Israel y Arabia Saudita.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, siempre demostró disgusto por el acuerdo y sostuvo que la pretendida paz nuclear era sólo una maniobra dilatoria. Nunca le alcanzó que el gobierno de Irán cumpliera escrupulosamente con los términos del acuerdo. Tampoco que se bloqueara el enriquecimiento de uranio y plutonio, cerrado instalaciones y sacado del territorio iraní la mayor parte del combustible nuclear. Para Netanyahu, el documento no representaba un punto final al programa atómico, sino que era una mera postergación en busca de una recuperación económica que permitiera retomarlo más tarde con más fuerza. Netanyahu enfrenta además el desprestigio interno de una gestión larga y salpicada por escándalos de corrupción, y sabe que el miedo es un gran factor de aglutinación de los pueblos en torno a sus gobernantes.

Apenas roto el pacto por los estadounidenses, comenzaron los intercambios de misiles entre Israel e Irán en la frontera del primero con Siria. Para variar, son los sirios quienes siguen llevándose la peor parte de todos los desatinos cometidos en Oriente Medio

La monarquía de los Saúd que gobierna Arabia, sostiene desde hace años una guerra en segundo plano con Irán fundada en profundas diferencias idológico-religiosas. Logró finalmente convencer a los estadounidenses de los beneficios de romper lanzas con los iraníes. Recuérdese también que Arabia Saudita es uno de los principales países tenedores de bonos de la deuda externa estadounidense. Las presiones siempre existen.

El daño es grande, los perdedores muchos

El acuerdo roto por Trump no contemplaba mecanismo de salida, motivo por el cual, al reactivar las sanciones contra Irán, el gobierno estadounidense rompe unilateralmente lo firmado. Las consecuencias son difíciles de calcular.

Irán podría abandonar el pacto alegando su incumplimiento por parte de los Estados Unidos y reiniciar el programa nuclear. También puede ensayar un acercamiento a los otros firmantes y ofrecerle un rol protagónico mucho más activo a Rusia y a China. Sobre los firmantes europeos pesa la amenaza de las penalizaciones estadounidenses, dado que en el pasado, además de castigar a las finanzas iraníes, dificultaba extraordinariamente las operaciones financieras en los Estados Unidos de aquellos países que mantuvieran transacciones con régimen teocrático. Algo que en los últimos años hicieron países tan amigos de los Estados Unidos como Francia.

Excepto para el complejo industrial-militar estadounidense, y los gobiernos de Israel y Arabia Saudita, la ruptura del acuerdo nuclear con Irán representa una derrota para la paz. Produce inestabilidad, miedo y dejará un sabor amargo sobre cualquier eventual éxito que se consiga en la mesa de negociaciones con los norcoreanos.