“El gobierno quiere terminar con las tomas de escuelas en el próximo ciclo lectivo que empieza el 1° de marzo”, reza la noticia en un diario nacional. Con ese fin, el Ministerio de Educación porteño dictó pautas de acción para la convivencia escolar con el fin de restaurar las responsabilidades que les caben a quienes participen o alienten esas acciones.

"Queremos que las responsabilidades por las tomas queden claras", enfatizó Soledad Acuña, ministra de educación de CABA, quien precisó que el año pasado en Buenos Aires se registraron 30 tomas de escuelas.

No caben dudas que los jóvenes son protagonistas de fenómenos políticos de alto impacto y con una amplia demanda de sus derechos. El año pasado, una treintena de escuelas de la mencionada ciudad fueron tomadas por los alumnos. Algunos señalan que tuvo que ver más con una cuestión política que educativa. Y, si bien hay pujas muy fuertes respecto de dicho acontecimiento, cabría pensar qué pretenden estos alumnos con el “cierre”  de sus escuelas.

A diferencia de los años 70, hoy por hoy los jóvenes se vinculan entre unos pocos y se anudan entre ellos de distintos modos a corto plazo. Y, en esa sujeción, prevalece lo individual ante lo grupal. La característica más importante de la juventud de hace 30 años era la construcción colectiva, la cual eclipsaba las individualidades y cimentaba un colectivo mayor, con identificaciones a largo plazo y con ideales compartidos.

Estos estudiantes de hoy, quienes ocupan el espacio público como propio, se aglutinan  con unos pocos con una alta visibilidad por las redes de las que son parte. Y aquí comienza el problema de los adultos. Lejos de asumir el problema y retomar el diálogo, temen las repercusiones mediáticas y optan por esperar que “todo fluya”. En el mientras tanto, se pierden clases, los aprendizajes se truncan, las  oportunidades se pierden y la participación tan deseada se suspende.

El problema que sucede es que, a veces, nos quedamos en una encerrona trágica, la cual define  muy bien el psicólogo institucional Ulloa, quien dice que alguien, a veces,  para vivir o  trabajar,  depende de  otro que lo maltrata o lo destrata y, como en una mesa de tortura, se organiza hasta el extremo salvaje una situación de dos lugares sin tercero de apelación.

Esta conclusión es más que elocuente desde lo teórico, no hay alguien que intervenga para aportar a la solución del conflicto; ahora bien, deberíamos ponernos a pensar cómo ayudar a no obturar con discursos cerrados y obsoletos, para ir dando lugar a caminos de búsqueda de respuestas mancomunadas y espacios de reflexión donde podamos tomar conciencia de las diferentes problemáticas, identificando sus necesidades y los reclamos justos, pero enseñando a los alumnos otras vías de  construcción de consensos.

Si bien es fundamental  generar espacios de participación democrática donde todos sean protagonistas, es necesario aprender que las decisiones finales las toman otros y no siempre son las que deseamos.

El protocolo porteño señala que uno de los principales puntos que establece es que, a partir de este año, cuando en una escuela sus autoridades pierdan el gobierno del establecimiento, deberán citar de manera inmediata a los padres o responsables de los alumnos para que los retiren, dejando una constancia de la notificación.  Además, los rectores que no cumplan con las obligaciones procedimentales establecidas en el nuevo protocolo serán pasibles de distintas sanciones sobre su carrera docente, según el caso: apercibimientos, sumarios administrativos o pérdida de consideración en los concursos.

Es cierto que otra escuela secundaria es necesaria, con otro formato, con otro tipo de cursado, más flexible y no tan atomizado. Todos y cada uno de los estudiantes deben ser parte del cambio para que este nivel sea más significativo. Pero para eso, los docentes tenemos que estar en las escuelas debatiendo, consensuando y enseñando y los padres, en casa, educando y haciéndonos cargo como adultos responsables.

Participar en el gobierno de las instituciones podrá ayudar a los jóvenes a  ser ciudadanos más activos, compenetrados con la realidad, pero a sabiendas que hay niveles de decisión de los que no pueden ser parte.

Es nuestro deber, como profesionales de la educación, enseñar a defender lo que nos corresponde y merecemos, pero también con responsabilidad. Para ello, algunas prácticas políticas deben ser resignificadas en la escuela, donde lo colectivo se construya entre todos.