Sensaciones de una periodista en el helicóptero policial
En el marco de la llegada de las fuerzas federales hubo una convocatoria de parte del secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, para que algunos periodistas de Rosario vieran cómo estaban equipados los efectivos que llegaron a la ciudad: automóviles, camionetas, y helicópteros, todos con tecnología de avanzada para patrullar las calles.
Así que yo me quise subir al helicóptero porque ¿cuántas veces en la vida una tiene la posibilidad de subirse a uno? De hecho, luego de la experiencia agradezco que no sea algo que tenga que hacer todos los días, como tomarse la K. Algo muy sencillo que, sin embargo, me resulta hostil cuando el único asiento libre es el que mira hacia atrás.
Así que esta persona que se marea en un cole urbano fue con el entusiasmo de quien va a hacer algo que no hizo nunca y que, probablemente, nunca lo vuelva a hacer. Una anécdota para superar el hecho de que no se silbar.
El despegue, un encanto: simplemente, sentís cómo vas para arriba, como en un ascensor, pero con mucho más ruido, y un policía federal al lado y otro adelante, que es quien maneja y por lo tanto se hace cargo de un tablero que tiene un montón de relojes de distintos colores y botones. Mucho más lindo que un teclado. Las hélices empiezan a girar y es como si estuvieses adentro de un motor, prácticamente no se escucha otra cosa así que ellos, los efectivos, tienen unos auriculares con micrófono para comunicarse.
Uno adelante manejando y el otro atrás con una pequeña computadora fija apoyada en un mini escritorito, va observando lo que apunta el infrarrojo, hace zoom, aleja, enfoca para otro lado, y si llega a ver algo sospechoso le dice a su compañero vía microfonito que se acerque más, que gire o que siga y por radio pueden avisar a la patrulla terrestre por dónde debe ir. También puede haber un tercer efectivo en el helicóptero, que estaría al lado del segundo, en donde en ese momento estaba yo. Si bien tenía ventanas amplias, ninguna se podía abrir, salvo una pequeña de unos veinte centímetros de largo por unos quince de alto, la cual fue clave para tomar aire y que no me bajara la presión. Por lo pronto, mi compañero la usaba para asomar la cámara y tomar algunas imágenes desde la altura.
El aterrizaje fue un alivio, y se sintió tanto como un ascensor cuando llega a planta baja: nada. Ojo, no digo lo del alivio porque el vuelo haya sido duro, para nada. No es que se ande a los saltos y tumbos adentro del helicóptero, es una sensación similar a la que experimentamos cuando vamos en auto por altas cumbres, y quizás hasta más amable. Seguramente, los efectivos tendrán que hacer vuelos más osados al que experimenté, pero para esta novata, unos veinte minutos de vuelo fueron más que suficiente.
Ahora es grato sentir el piso bajo mis pies, digamos un piso que uno sabe que en la gran mayoría de los casos es tierra firme, salvando algún que otro terremoto. Pero bueno, no es el piso de un alguacil gigante que está a 300 metros de donde uno por lo general camina.
En cuanto al mareo, aún continúa y recuerdo las cosas como en cierta ensoñación. O quizás lo soñé. Si Chuang Tzu soñó que era una mariposa y al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. Supongo que pude haber soñado que fui en helicóptero. O quizás estoy soñando que escribo, mientras continúo semi desmayada en el helicóptero.