El encuentro refleja la necesidad de buscar coincidencias y sosiego en la relación entre los gobiernos de las dos principales potencias armamentistas del mundo. Antes de que que Joe Biden se convirtiera en presidente de los Estados Unidos, la relación con Vladimir Putin ya no era buena. Biden fue junto a Hillary Clinton uno de los cerebros detrás de la política exterior de Barack Obama. El presidente ruso acusó a la administración Obama de manipular elecciones para perjudicarlo. Y pagó con la misma moneda, colaborando con el triunfo de Donald Trump en 2016. Ya en 2020, ante la posibilidad de que Trump perdiera las elecciones frente a Biden, la intromisión rusa en la campaña electoral estadounidense volvió a hacerse presente, pero esta vez sin el mismo éxito. Eso explica en buena medida el mal comienzo de la relación entre ambos mandatarios desde que Biden asumió su cargo en enero. Recuérdese que cuando un periodista le preguntó al estadounidense si consideraba que Vladimir Putin era un asesino, respondió sin dobleces que sí. “El que lo dice lo es”, devolvió Putin.

Pero el recelo personal no es ni lo único ni lo más importante que hay en el medio. El gobierno estadounidense acusa a su par ruso de avalar a grupos de cibercriminales que a diario intentan hackear -muchas veces con éxito- a sus organismos gubernamentales. Lo acusa de intentar asesinar al principal -¿único?- opositor al gobierno, Alexei Navalny. Lo acusa de proteger al autócrata bielorruso, Alexandr Lukashenko, quien hace pocos días hizo descender un vuelo comercial de pasajeros con el objetivo de detener a un periodista opositor. Lo acusa de amenazar con una guerra convencional a Ucrania. Lo acusa de otras tantas cosas. Y podría presumirse que todas o casi todas son total o parcialmente ciertas. Y por cada acusación aparece una sanción económica que perjudica a Rusia.

Pero también es cierto que los sucesivos gobiernos estadounidenses no acusan desde la inocencia. Desde que la Unión Soviética se extinguió, los gobernantes estadounidenses le pidieron a Rusia que implementara capitalismo y democracia. Prometieron a cambio que respetarían sus esferas de influencia y que no presionarían sobre sus fronteras directas. Rusia abrazó el capitalismo, hizo la parodia de una democracia durante algún tiempo -es un país sin historia ni vocación democrática- pero pudo constatar rápidamente que ni los Estados Unidos ni sus aliados de la Unión Europea (UE) eran muy afectos a cumplir promesas. Mediante el avance de la UE como instrumento de poder político-económico y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como instrumento de poder político-militar, los Estados Unidos y sus aliados cercaron cada vez más al “oso ruso”. El límite fue tajante: en 2014 Putin ordenó el desmembramiento de Ucrania y anexionó la península de Crimea a Rusia. Ucrania se convirtió en la línea roja que el Kremlin jamás dejaría pasar. Ya desde antes, Rusia utilizaba sus fabulosos recursos energéticos para chantajear a Europa que carece de ellos. También alienta a grupos de piratas informáticos a espiar y atacar agencias estatales e infraestructura: a comienzos de mayo un grupo de hackers desactivo el Oleoducto Colonial, el más extenso e importante de los Estados Unidos. Los piratas también robaron más de 100 GB de información.

Cuando hay mucho desacuerdo, hay mucho para acordar

Como puede apreciarse, la previa de la cumbre no es precisamente un lecho de rosas. Y como si todo esto -que está lejos de incluir todos los aspectos en discordia- fuera poco, la pandemia de Covid-19 abrió la puja de la “diplomacia de las vacunas”.

El manejo de la crisis sanitaria en los Estados Unidos durante la era Trump fue deplorable. Ya con Biden en el poder, las cosas mejoraron, pero solamente para los propios. Los Estados Unidos -Europa hizo otro tanto- acapararon dosis de vacunas de distintos laboratorios. Si alguien en alguna parte del mundo esperaba contar con el liderazgo y la tracción de la primera potencia mundial para superar la pandemia, se quedó con las ganas.

Con una diplomacia mucho más astuta, los gobiernos poco democráticos de Rusia y de China, optaron por desparramar sus vacunas por todo el globo, algo que la mayoría de los países no olvidará.

La posición respecto a la distribución de las vacunas contra el coronavirus será entonces un tema central en la cumbre Putin-Biden. El lider ruso intentará obtener algún compromiso para que se permita la aprobación del uso de la vacuna Sputnik V en Europa, frenado en gran medida por la presión estadounidense. No es ni el primero ni el único caso. En Latinoamérica se despliega la diplomacia de las vacunas en todo su esplendor.

En Brasil se desistió de adquirir la vacuna Sputnik V luego de que el ente sanitario de ese país (ANVISA) considerara que faltaban datos técnicos para verificar su seguridad y eficacia. El director del Fondo Ruso de Inversión Directa (FRID), Kirill Dmitriev, mencionó que la "presión política" estadounidense habría incidido en la decisión brasileña de no comprar la Sputnik V. Es lo opuesto a lo que sucede en Argentina, donde se adquirieron millones de dosis de la vacuna creada en Rusia y además comenzará a fabricarse en el país bajo el nombre de “Sputnik Vida”, pero donde al mismo tiempo hay suspicacias en torno a la imposibilidad -hasta el momento- de que ingresen vacunas fabricadas por el laboratorio estadounidense Pfizer.

No se trata solamente de conjeturas. El diario The Washington Post reveló un informe del Departamento de Salud de 72 páginas que señalaba que funcionarios del gobierno del expresidente  Trump trabajaron para “convencer” a Brasil de que rechazara la vacuna Sputnik V.

La diplomacia de las vacunas desplegada por Rusia conlleva la idea de generar buena voluntad o buena predisposición hacia los países que han aportado las dosis. Puso en alerta a los Estados Unidos, porque la pandemia agudizó los problemas socioeconómicos en África, Asia del Sur y especialmente en Latinoamérica, abriendo una oportunidad para una mayor asistencia rusa. Es por eso que, viendo que se estaba rezagando respecto de Rusia y China, el gobierno de los Estados Unidos ahora está preocupado por recuperar el terreno perdido, especialmente en su área de influencia latinoamericana. Justamente esta semana se conoció la intención estadounidense de donar dosis a países de la región, Argentina entre ellos.

Alinear los planetas

Aunque resulte difícil, no es imposible que Putin y Biden alcancen puntos de encuentro. Quizás el problema mayor sea que el grupo de poder al que Biden representa ubica a Rusia como una amenaza. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de que no los una el amor sino el espanto, concretamente hacia China, que aspira a ocupar el vértice del poder global.

Respecto de las vacunas, si Biden destraba el tema de la aprobación de Sputnik V por parte de Europa, se habrá ganado el derecho de pedirle algo a cambio a Putin. Quizás ese algo esté relacionado con la reciente investigación que Biden lanzó respecto de la posibilidad de que el Covid-19 se haya fugado de un laboratorio chino. Si desde los Estados Estados Unidos y también desde Rusia se sindicara a China como la causante del mal, el Gigante Asiático recibiría un golpe durísimo.

Hay otros aspectos para trabajar en común, tales como la situación en el Cáucaso, lo que está sucediendo en Siria tras la guerra civil, el equilibrio de poder en Oriente Medio. Son cuestiones en las cuales sería más conveniente cooperar que competir.

Si los planetas no se alinearan y la competencia se profundizara, siempre habrá intereses sobre los cuales golpear. Es el caso de la construcción del gasoducto ruso-alemán Nord Stream 2. Biden sabe que ese es quizás el punto más sensible de Rusia, pero también lo es para Alemania, un aliado estratégico que este año enfrentará la difícil tarea de elegir quién sucederá a Angela Merkel.

Putin y Biden tendrán en sus manos el poder de crispar o serenar a un mundo convulsionado.