Aunque el chino sea un sistema político autoritario, con partido único y con un líder tendiente a perpetuarse en el poder, dista de ser completamente ajeno a las protestas. Las expresiones públicas contra las decisiones adoptadas por las administraciones locales o regionales son más frecuentes que lo que en Occidente se supone. Sin embargo, las manifestaciones ocurridas en las últimas semanas en por menos 10 ciudades, han planteado un desafío para el gobierno de Xi Jinping, tanto por su extensión y su virulencia, como por el hecho de que todas compartían el mismo blanco, la política de “Covid cero”, cuya responsabilidad recae directamente sobre el poder ejecutivo.

Virus, confinamiento y furia contenida

El descontento se profundizó y se propagó en las últimas semanas, pero es anterior. En la gran mayoría de los países se han levantado gran parte de las restricciones impuestas durante la pandemia, pero China parece estancada en 2020. Eso se hizo más notorio con la transmisión del Mundial de fútbol, en la que puede verse a grandes multitudes dentro y fuera de los estadios de Qatar sin barbijos u otras medidas de protección contra el Covid-19.

Actualmente no existe un confinamiento general en el país y algunas de las medidas más duras se relajaron. Sin embargo, el gobierno central le exige a las autoridades locales que impongan confinamientos estrictos en aquellos lugares en los que se detectan brotes del virus. Ante esa eventualidad, se llevan a cabo test masivos a toda la población y, quienes dan positivo quedan confinados en sus hogares o en establecimientos estatales vigilados. Se cierran todas las escuelas y los negocios, excepto los del rubro alimenticio.

Pese a estas medidas no logró evitarse que se registrara la mayor ola de casos desde que empezó la pandemia. Y eso no es lo peor. El enojo de la población lleva meses acumulándose debido al aumento de muertes  consecuencia del confinamiento que, pese a la estricta censura ejercida por las autoridades chinas, ha circulado ampliamente por las redes sociales del país.

Desde personas que perecieron debido a las deficiencias en el acceso al sistema de salud producto de las restricciones impuestas por la política Covid cero, hasta la prohibición de abandonar sus casas que recayó sobre los habitantes de la región de Chengdu, sacudida por un terremoto de magnitud 6,6 y  que ocasionó la muerte de 65 personas, la furia se fue concentrando.

Días atrás, las fuerzas de seguridad reprimieron duramente las violentas protestas que estallaron en la mayor fábrica mundial de iPhones, en la ciudad de Zhengzhou. La fábrica había sido confinada en octubre por el aumento de casos de Covid, lo que provocó que algunos trabajadores se escaparan de las instalaciones. La empresa, Foxconn, contrató entonces a nuevos trabajadores con la promesa de mejores condiciones laborales. El incumplimiento de lo acordado y el hartazgo por las estrictas medidas anticovid, alimentaron el estallido, que tuvo repercusión en todo el país.

Con el ánimo social al límite, el 24 de noviembre se produjo el incendio de un edificio en Urumqi,  capital de la región autónoma de Xinjiang, en el cual murieron 10 personas. La región se encuentra desde agosto bajo estrictas medidas de confinamiento y, aunque las autoridades aseguran que los residentes del edificio incendiado tenían libertad para abandonar sus viviendas, cundió la idea de que las medidas impuestas contra el virus contribuyeron a la tragedia. Esa fue la gota que colmó la paciencia china.

El factor inédito

Desde entonces, las protestas se propagaron por grandes ciudades en todo el país, entre ellas, Pekín, Shanghái y Wuhan. El factor inédito es que la población se atrevió a criticar abiertamente el liderazgo del presidente Xi Jinping, reelegido para cumplir un tercer mandato hace pocas semanas, durante el último Congreso del Partido Comunista Chino.

Este desafío popular sin precedentes en un sistema político de las características del chino, abre un enorme signo de interrogación acerca de la respuesta que adoptará el gobierno. Durante las manifestaciones pudieron escucharse gritos pidiendo la renuncia de Xi Jinping o del conjunto del  Partido Comunista, que gobierna desde 1949. Las críticas al presidente o al Partido se pueden pagar con la cárcel.

Las manifestaciones alcanzaron la capital el domingo pasado, donde centenares de personas se concentraron en la ribera de un río, cantaron el himno nacional y escucharon discursos. Antes, en la prestigiosa universidad de Tsinghua, decenas de personas realizaron una marcha pacífica y también entonaron el himno nacional. También se registraron protestas en la ciudad de Chengdu y en las más centrales urbes de Xian y Wuhan, donde se originó la pandemia hace casi tres años.

Muchas personas decidieron protestar en silencio mostrando simplemente una hoja en blanco, como símbolo de todo aquello que quisieran decir pero que las autoridades les prohíben. Si bien durante la última semana las grandes concentraciones parecen haberse calmado, el descontento continúa en efervescencia en las redes sociales.

Posibles respuestas

Para un gobierno autoritario, monolítico y acostumbrado a mandar pero no a escuchar, la situación no resulta fácil de manejar. Hasta el momento, no hubo reconocimiento oficial del notorio descontento social y la respuesta a las manifestaciones ha sido represiva aunque comedida. Recuérdese que no existe libertad de información e internet es estrictamente controlada por el Estado. La censura se extendió incluso a las imágenes del Mundial de fútbol: se eliminan las imágenes en las que se ve al público y se las reemplaza por otras del banquillo o de los jugadores para evitar mostrar cómo en otras partes del mundo han desaparecido casi por completo las restricciones contra el Covid.

A lo anterior se agrega que el Estado vigila cada movimiento a través de las aplicaciones de los teléfonos celulares y cámaras en las calles, con lo cual se sabe mucho de las personas, lo que dicen, con quién se comunican o donde estaban en un momento concreto. No obstante y, a pesar de la censura, noticias e imágenes de las manifestaciones han sido compartidas masivamente en las redes sociales del país, alimentando la protesta.

La política de Covid cero está íntimamente ligada al presidente Xi, es por eso que resulta difícil pensar que el gobierno pudiera retroceder con ella y, por el momento, no hay un horizonte claro respecto de cuándo y cómo podrían relajarse las restricciones.

Mientras que el resto del mundo utilizó los confinamientos y el distanciamiento social para ganar tiempo mientras se llevaban a cabo campañas masivas de vacunación, China depende aún de los controles para mantener al virus a raya. Pese a que desarrolló vacunas propias, estas no se mostraron tan efectivas como las occidentales, que ofrecen una protección aproximada del 90 por ciento contra la muerte o la enfermedad grave. La Sinovac por ejemplo, alcanza una protección de aproximadamente 70 por ciento. A ello se agrega que la campaña de vacunación no fue tan extensa como en otros países y gran parte de la ancianidad no fue inmunizada. Además, los prolongados confinamientos provocaron que mucha gente no desarrollara una inmunidad natural hacia el virus. Esta combinación hace que las nuevas variantes de Covid-19 se extiendan más rápidamente aún que al comienzo de la pandemia.

Y aquí surge la paradoja, porque China cuenta con una de las tasas más bajas del mundo de muertes por el virus (aproximadamente 5200). Pero las estimaciones indican que acabar con la política de Covid cero podría conducir a una rápida saturación de los hospitales y provocaría más de un millón y medio de muertes en muy poco tiempo.

La política de Covid cero también tiene un impacto económico tanto en China como en el mundo, dado que los mercados, ya golpeados por los aumentos de los precios en los sectores energético y alimenticio, se resienten cada vez que la denominada “fábrica del mundo” se lentifica producto de los confinamientos. El crecimiento económico del país también se resiente e impacta  retroalimentando el malestar de la población.

Ante semejante escenario, cabe preguntarse cómo responderá un gobierno autoritario que interpreta que ceder es síntoma de debilidad, sabe que reprimir lo conducirá a la condena global y concluye que, de no ejercer una violencia lo suficientemente ejemplificadora, podría profundizar aún más las protestas chinas.