Los tarifazos de fin de año de entre el 30 y el 45% en luz y gas, constituyen por ahora para los argentinos la única realidad concreta en el escenario que plantea el gobierno nacional. Ni un millar de mapuches armados desfilando por la 9 de Julio podrían diluir el impacto que tendrá en el bolsillo de los consumidores que se enfrentarán –según los cálculos más optimistas- a una suba del 3% de inflación mensual. A dos años de vigencia de esta gestión, lo único que no pudo hacer es lo que principalmente venía a hacer.

Es probable que un nutrido grupo de ciudadanos hoy viva más tranquilo sin las largas cadenas nacionales de parte de Presidencia y que esté satisfecho con que no se despilfarren dineros públicos en el fútbol televisado. Pero sí tienen que admitir que el precio de esos y otros cambios, son demasiado caros. Muchos podrían decir “no importa, estoy dispuesto a pagarlos”. El problema está en que muchos no van a poder pagarlos.

Es probable que Mauricio Macri tenga más conejos para sacar de su galera, pero si no contiene los precios ni detiene la caída del consumo, poco importarán los lindos animalitos que ilustran nuestros nuevos billetes. Ese cambio “chiquitito pero significativo” como describió el Jefe de Gabinete Marcos Peña.

La derrotada y desperdigada oposición empieza a notar estos cambios de humor social. No se engaña, sabe que nadie está pensando en “volver” y que lo que espantaba del gobierno anterior, sigue haciéndolo. Pero ve los resquicios, las hendijas por donde empieza a filtrarse el descontento y la desilusión. Y eso hace que se anime. Por ejemplo a votar en contra de la reforma previsional que –con todo- tuvo media sanción en el Senado pero en un escenario de tanto costo político que llegará a Diputados en estado reservado. Ese mismo escenario en el que resulta imposible explicarle a la sociedad que el único camino es golpear a los jubilados que un 70% no llegan a cubrir la canasta básica; es el que hizo que la reforma laboral pasara para el año próximo y ahora con destino bastante incierto.

La euforia de los resultados electorales de octubre empezó decaer. Los vasos rotos de la fiesta, esos de los que nadie quería hablar,  empezaron a verse en los rincones.