Mientras el foco de la atención se sitúa en el conflicto abierto entre los Estados Unidos e Irán, una verdadera guerra se libra muy cerca de Europa.

Los medios masivos de comunicación de todo el planeta y, por ende, la opinión pública global, pusieron el foco durante las últimas semanas en la escalada de tensión entre los Estados Unidos e Irán, abierta desde el asesinato del general Qasem Soleimani. Se desató cierta paranoia colectiva respecto de si estallaría o no una nueva Guerra Mundial, algo que, si bien parecía improbable, nunca es imposible. Desde todo el planeta se hicieron llamamientos a la sensatez y a la disminución del nivel de agresividad.

Finalmente, el pasado miércoles, Donald Trump anunció que su respuesta a los ataques balísticos iraníes sobre bases en Irak que albergaban a militares norteamericanos sería mediante sanciones económicas y no por la vía militar. La jugada de Trump no causó al parecer el efecto esperado, dado que unió más a los iraníes y polarizó más -si es que eso era posible- a los estadounidenses.

Sin embargo, el conflicto abierto por Trump desvió la atención de otro quizás más preocupante debido a la proximidad con Europa.

De eso no se habla

Libia se encuentra del otro lado del Mediterráneo, a menos de mil kilómetros de Roma. Allí se libra una guerra civil que resulta un dolor de cabeza para la Unión Europea (UE). No porque el conflicto con Irán no sea preocupante para los europeos, sino porque el libio es un conflicto con condimentos especiales, que involucran injerencia turca y rusa, intereses estratégicos y geopolíticos en pugna, y problemas de seguridad e inmigración irregular.

La guerra civil se enmarca dentro de la violencia desatada en Libia entre los grupos armados que derrocaron a Muamar el Gadafi en 2011 y que desde entonces se enfrentan por el control del país. El gobierno oficial con sede en la capital histórica, Trípoli, apoyado por la Organización de las naciones Unidas (ONU) y por gran parte de la comunidad internacional, es asediado por las milicias del general Jalifa Haftar. El gobierno es apoyado mediante refuerzos procedentes Turquía, mientras que Haftar es apoyado por Egipto, los Emiratos Árabes y Rusia.

Tanto Haftar como el primer ministro con asiento en Trípoli, Fayez al-Sarraj, han mantenido numerosos encuentros con distintos líderes europeos. Pero como la UE está dividida respecto de a quién brindar su apoyo, favorece por omisión la injerencia de Turquía y de Rusia. Por su parte, los gobiernos de esos dos países persiguen una mayor presencia en el Mediterráneo y este conflicto les ofrece la principal plataforma para conseguirlo.

Es particularmente importante al respecto la posición del gobierno italiano. Libia es una antigua colonia de Italia, país que aún mantiene numerosos intereses económicos en la zona. El primer ministro, Giuseppe Conte, mantuvo reuniones con los líderes de las dos facciones en pugna. La preocupación del gobierno italiano radica en que un acuerdo con las milicias locales libias se convirtió en el principal freno a la llegada de refugiados. En tal sentido, el aumento de la inestabilidad en Libia es sinónimo de un aumento en el flujo migratorio en la ruta del Mediterráneo central.

El Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y Vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, afirmó que se está por llegar a un punto de inflexión, y alertó sobre el peligro que implica la cuestión en Libia. Lo cierto es que UE ha perdido influencia en los conflictos próximos y ha quedado relegada a un rol expectante frente a las crisis en Irán y en Libia.

Pese a mantener los canales de comunicación abiertos con el objetivo de mantener la calma y postularse como la organización mediadora natural para encontrar una salida al conflicto libio, la UE ha quedado relegada frente a gobiernos ya sea más agresivos o más efectivos al momento de negociar como los de los Estados Unidos y Rusia.

Una paz insatisfactoria

El miércoles pasado tuvo lugar un acuerdo entre Vladimir Putin y su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, para lograr un alto el fuego en Libia que no reporta ningún beneficio para la UE. Se trata en los hechos de un reparto del territorio y la influencia en el país norafricano. Los gobiernos de Rusia y Turquía hicieron un acuerdo similar respecto de Siria y ahora apuntan a repetir el mismo esquema con el cual ambos logran lo que quieren, léase, mayor influencia en el Mediterráneo.

Por lo pronto, los líderes ruso y turco han hecho un llamamiento a comenzar las negociaciones entre las distintas partes en conflicto, y las autoridades de la UE pretenden ocupar un rol mediador para defender sus intereses desde el lugar que les queda más cómodo, el de la diplomacia y las palabras.

Los europeos apuntan -casi candorosamente- a parar la guerra y a frenar las interferencias extranjeras en un conflicto que, según ellos, debería solucionarse en una mesa de negociación entre libios. Mientras tanto, los gobiernos ruso y turco, actúan.

El presunto alto el fuego que comenzaría en breve no tranquiliza a las autoridades de la UE que no confían ni en Rusia ni en Turquía. La situación en Libia tiene consecuencias directas sobre Europa y no solamente por la inmigración irregular, los intereses estratégicos y geopolíticos, sino principalmente por lo que implica para la seguridad comunitaria. La inestabilidad de la región constituye una oportunidad para que los terroristas del Estado Islámico (ISIS) liberados tras la salida estadounidense de Siria encuentren un nuevo destino.

Hace ya mucho tiempo que la UE se encuentra a la deriva respecto de temas preocupantes sobre los que no se llega nunca a ningún acuerdo ni a ninguna posición común. Si la indefinición se mantiene, el liderazgo europeo se erosionará irremediablemente, hasta que no quede nada de él. Los espacios de poder nunca permanecen vacíos mucho tiempo.