La transición parece ser el problema más grave de la Argentina. Los gestos, las fotos que no fueron, los anuncios de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el lugar donde Mauricio Macri recibirá los atributos presidenciales, en definitiva las impugnaciones seriales a la gestualidad kirchnerista. Lo cual lejos de ser novedoso, marca claramente una continuidad de los últimos años.

Pero la mayor parte del electorado entrevió que esta gestualidad política era lo importante y no las políticas de fondo. No es una impugnación a ese pensamiento, porque la política tiene –como la economía- un componente emocional que no hay que desdeñar.

Lo que simplemente está haciendo el sector político de Cambiemos antes de asumir es ratificar la imagen que ya había proyectado de Cristina para beneficio propio: Haga lo que haga la presidenta, tendrá un costado crítico. Esto es así y más aún cuando ahora existe ratificado en las urnas un porcentaje de la población que quiere asistir a una retirada de un gobierno en ese estilo. Es casi folclórico denostar al que se va, es una consecuencia inmediata de la pérdida del poder.

Pero es cierto que el oficialismo podría haber retaceado el suministro de material “inflamable” a los que aún son opositores. Cuestiones menores, pero que hoy hacen a la centralidad política del país.

Cristina tranquilamente podría irse de la Casa Rosada sin ceder un ápice sus creencias y postulados, sólo moderando algunas señales, desorientando a los rivales, haciendo una finta que los deje realmente mal parados.

Hoy como ayer, la presidenta es el blanco preferido de todos los dardos opositores. Lo que muchos no advirtieron todavía es que las impugnaciones no son para la mujer que gobernó durante ocho años el país; sino que apuntan al corazón de un proyecto inclusivo y redistributivo que los sectores concentrados de la economía no quieren ya ver repetido en la Argentina. Pero eso es algo que está en el fondo y a veces se tarda un tiempo para verlo en su real dimensión e importancia.