Para cualquier fuerza política gobernar con un 40% de pobres y una inflación anual de más del 50%, además de un endeudamiento superior a los 50 mil millones de dólares; es imposible. El peronismo, además, no se lo puede permitir porque estas cifras son directamente contrarias a su razón de ser. Pero no es con el antagonismo potenciado que hoy vive la Argentina donde se encontrará el camino de la salida. Aunque hay una diferencia que es notoria: la oposición señala todos estos guarismos –a los que contribuyó en gran medida a engordar– pero jamás habla de cómo salir de allí.

La única propuesta concreta es el proyecto de Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau para terminar con las indemnizaciones por despido con el canto de sirenas de que avanzar sobre los derechos laborales creará más empleo en Argentina. No sólo es una falacia sino que es retrógrado y antidemocrático maquillar una ley como la 22.250 del año ’80, firmada por Jorge Videla, Llamil Reston y José Alfredo Martínez de Hoz, para volver a presentar un proyecto flexibilizador que ya se intentó en varias oportunidades. Y siempre salió mal, como la famosa "Banelco" de Alberto Flamarique y Fernando De la Rúa.

Lo cual marca no sólo la responsabilidad política sino también la empresaria. Cuando Rodríguez Larreta y Lousteau hablan, le hablan a alguien. Se comprometen con un sector que quiere liberarse de las cadenas sindicales. Porque, hay que señalarlo, aún el más rancio y corrupto gremialismo significa una barrera para la voracidad empresaria. Pero el problema que tiene hoy el peronismo y los sindicatos es que una buena parte de los obreros vota en contra de sus propios intereses y ahí es donde una batalla cultural se ha perdido. Por errores propios también, pero básicamente por un discurso de poder que tiene anclaje en el ejército de monotributistas que nunca ha visto de cerca los beneficios de pertenecer a un gremio y que no se reconocen como trabajadores orgánicos. Hasta el Estado los tiene en gran medida y la informalidad de la economía nacional del orden del 40% crea ese escenario líquido para el mundo laboral.

Así las cosas, las elecciones se resuelven en “un mundo de sensaciones”, como cantaba Sandro. Pero la realidad pasa bien lejos de allí. Pasa por la necesidad de encontrar acuerdos profundos en la política y en los negocios y no por las mínimas ventajas que pueda obtener uno u otro en cada escrutinio electoral. Y hay gestos en ese sentido aunque no ocupan las primeras planas.

La reunión de “dueños” y dirigentes como Sergio Massa y Máximo Kirchner ocurrida hace pocos días en San Isidro, es un paso en esa dirección. Quizás las veleidades políticas de Francisco De Narváez hayan contribuido un poco al encuentro. El hombre parece haber comprendido que su habilidad pasa por los negocios y no por otro lado. Después de ganarle nada menos que a Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, dilapidó su capital político pero adquirió la cadena de supermercados Wall Mart en Argentina. Y ahora se ve con el hijo de Néstor y Cristina, otro de los que entiende muy bien de qué se trata conversar por un modelo de país. 

De este polo de poder están afuera Héctor Magnetto y José Aranda de Clarín, además de Paolo Rocca de Techint porque creen que el gobierno está débil como para semejante convocatoria. Pero sí asistieron Marcelo Mindlin (ex amigo de Mauricio Macri), Javier Madanes mano derecha de Marcos Galperín dueño de MercadoLibre, Alejandro Simón de SanCor y Hugo Eurnekian, sobrino de Eduardo que dirige el sector energético de la Corporación América, entre otros según la información de primera mano del periodista Diego Genoud.

Es que esta batalla resumida en “la grieta” tiene no sólo altos costos políticos sino también económicos. Muchas empresas poderosas valen menos que algunos años atrás y eso impulsa a algunos sectores a tratar de firmar la paz.

En este campo es también donde se debate internamente el gobierno. Están los que quieren “quemar las naves” e ir por todo, total son desprestigiados igual por más gestos que hagan hacia el poder; y los que saben que esa alternativa duraría menos que la intervención de Vicentin propuesta por el presidente Alberto Fernández y que fue desactivada por unas decenas de pobladores de Avellaneda movilizados por las calles. La otra postura pasa por juntar poder en las urnas, pero también entre el establishment que no encuentra lugar en la excesiva concentración que marcan los peces más gordos.

Por el momento el país volverá a las urnas el próximo 14 de noviembre, quizás en el más banal de los escenarios electorales, pero determinado por la más profunda de las crisis potenciada por los dos años de pandemia. Nada puede salir bien de ahí, pero la realidad pasa por otro lado y está ocurriendo en el mismo momento.