El próximo martes habrá elecciones de medio término en los Estados Unidos y comenzará a definirse el escenario político con rumbo a las presidenciales de 2020.

Se trata de las primeras elecciones determinantes desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Están en juego los 435 escaños de la Cámara de Representantes, un tercio de los cien asientos del Senado, 36 gobernaciones y cientos de cargos públicos estatales y locales. Pero por sobre todos los datos, las elecciones del martes 6 de noviembre constituirán, un verdadero referéndum para el presidente Donald Trump.

Desde la vereda de enfrente, los comicios serán una oportunidad crucial para el Partido Demócrata tras la derrota de Hillary Clinton en las elecciones de 2016 cuando, además de la presidencia, los rivales republicanos obtuvieron el control de las dos cámaras del Congreso.

Las dificultades de retener el poder

Históricamente, el partido del presidente suele ser derrotado en las elecciones de medio término, debido a que los votantes tienden a limitar el poder presidencial o, a veces, simplemente a castigar al mandatario cuando se ha alejado demasiado de lo que se esperaba de él. En el pasado reciente, los demócratas de Barack Obama perdieron el control de la Cámara de Representantes en 2010 y, en 2014, perdieron el dominio en ambas cámaras del Congreso frente a los republicanos.

Donald Trump, que se encuentra en plena guerra con los medios masivos de comunicación social tradicionales y atraviesa una polémica por la designación de un juez de la Corte Suprema de Justicia, adoptó un rol protagónico en esta campaña electoral, sosteniendo su discurso nacionalista, proteccionista y xenófobo, en el afán de mantener aglutinado al heterogéneo electorado que en 2016 lo llevó a la presidencia. Sabe que si el Partido Republicano pierde escandalosamente, aquellos que lo consideran un advenedizo comenzarán a abandonarlo. La derrota en una o ambas cámaras legislativas supondría una pérdida de margen de maniobra política en el corto plazo y el riesgo de no alcanzar la tan ansiada reelección en 2020.

Por su parte, si los demócratas se hacen con el control de la Cámara de Representantes -tal como los sondeos de opinión indican que sucederá- tendrían la capacidad de bloquear la agenda legislativa de Trump, aunque en ese caso, el presidente no se privaría de refrescarle constantemente al electorado, que los demócratas son los responsables de sus eventuales fracasos. Los demócratas aspiran a ganar las elecciones de medio término para volver a mostrarse competitivos.

Un cambio de mayorías en el Congreso podría abrir la posibilidad de que un proceso de destitución -impeachment- del presidente prosperase en caso de que se hallaran delitos graves en la investigación que el fiscal especial Robert Mueller lleva a cabo acerca de la injerencia rusa en los comicios de 2016. Para que la expulsión del presidente se concretase, los demócratas deberían contar con mayoría en ambas cámaras, algo que parece poco probable. Todo parece indicar que en el Senado los republicanos retendrían la mayoría, sin contar que, para que el impeachment fuera aprobado, necesitaría de una mayoría especial de dos tercios. No obstante ello, el pedido de juicio político al presidente en la Cámara de Representantes resultaría útil a los fines de una estrategia de desgaste de Trump ante la opinión pública.

Cambios posibles

El dominio del Senado constituye de por sí una batalla difícil. Hay 100 escaños, dos por cada Estado, y el mandato de cada senador es de seis años. Actualmente, los republicanos controlan 51 asientos y los demócratas 49, incluidos dos independientes que votan alineados con ellos. Del total de las bancas, en éstas elecciones se renovarán 35, de las cuales solo nueve están en poder de republicanos. En síntesis, para hacerse con la mayoría en el Senado, los demócratas tendrían que mantener sus 26 escaños sometidos a reelección y, además, ganarle otros dos a los republicanos. No es una tarea sencilla. El consenso de las encuestas es que los conservadores mantendrán su mayoría.

En lo que respecta a la Cámara de Representantes, compuesta de 435 escaños, vale decir que se renueva cada dos años en su totalidad. Pese a ello, son solamente unas cincuenta bancas las que se considera que corresponden a distritos que pueden cambiar de un partido a otro. Actualmente, los republicanos controlan 241 asientos y los demócratas 194. Para alcanzar la mayoría en la Cámara, los demócratas necesitan mantener sus escaños actuales y arrebatarle 24 a los republicanos. La mayoría de los distritos en juego están ahora en manos republicanas. La estrategia demócrata es ganar el 6 de noviembre en los 23 distritos que ahora están en manos republicanas -pero en los que venció Hillary Clinton en 2016- y sumar otro asiento de algún distrito reñido.

Los temas de la campaña

Uno de los asuntos centrales ha sido el auge de candidatos fuera del establishment demócrata, entre ellos varios que se declaran socialistas y con propuestas contundentes, como la eliminación de la agencia de deportaciones de los Estados Unidos.

Esto sucede cuando Trump y los republicanos sostienen un duro discurso antiinmigratorio y se remiten constantemente a la buena marcha de la economía, aunque evitando mencionar la rebaja de impuestos por temor a ser etiquetada como favorable a los más ricos. A diferencia de 2016, los demócratas no han convertido la campaña en un plebiscito sobre la capacidad moral de Trump, por temor a ofender a sus votantes, sino que han puesto el foco en políticas concretas para la ciudadanía, especialmente en temas como la salud. La campaña también se vio alterada por un asunto que no se sabe a quién beneficiará más. Se trata de la acusación de acoso sexual contra Brett Kavanaugh, quien fue aprobado como juez de la Corte Suprema el 6 de octubre gracias a los votos de la mayoría republicana en el Senado.

Durante toda la campaña Trump participó activamente en respaldo incluso de aquellos candidatos republicanos en situación de desventaja. El presidente apunta a que, si los republicanos pierden su mayoría en la Cámara de Representantes, no se lo pueda responsabilizar a él. Es una apuesta por mantener al partido abroquelado en torno a él en caso de derrota, y un éxito personal en caso de victoria, que lo catapultaría prácticamente sin escalas como candidato a la reelección en dos años.

Mujeres

Pero si hay un dato a destacar respecto de estas elecciones, es la sucesión de hechos que desencadenó una inédita movilización política de las mujeres. Primero, la victoria de Trump en un contexto en el que su machismo había quedado claramente expuesto a partir de la filtración de un vídeo en el que presumía de tocar sin permiso a las mujeres. Segundo, la derrota de Hillary Clinton, la primera mujer candidata a presidente por uno de los dos grandes partidos, a pesar de que consiguió más votos -individuales, aunque no en el colegio electoral- que el ganador. Tercero, la multitudinaria Marcha de las Mujeres, que se celebró al día siguiente de la toma de posesión de Trump y que dejó claro que el feminismo iba a ser un frente de resistencia clave. Cuarto, la irrupción del movimiento Me Too, a partir de las acusaciones de abusos sexuales contra el poderoso productor de cine Harvey Weinstein, que volvió a poner el foco en el desequilibrio de poder entre hombres y mujeres. Quinto, la designación para la Corte Suprema de Brett Kavanaugh.

La fractura de género es cada vez mayor en la política estadounidense y constituye uno de los fenómenos más destacados de la actualidad. Fue el Partido Demócrata el que tomó nota más rápidamente de estos hechos, y las tendencias le dan la razón: las mujeres tienden a votar a los candidatos demócratas, y los hombres, a los republicanos. El género, por lo tanto, se convierte, junto con la etnia, la edad y el eje rural-urbano, en uno de los factores que permiten predecir el voto.

El aparente distanciamiento de las mujeres respecto al Partido Republicano se refleja en la dificultad de esta formación para nominar a candidatas. Uno de los motivos de que los republicanos se hayan quedado atrás en términos de paridad de género estaría relacionado con la reciente radicalización que han experimentado las bases del partido. La mayoría de las mujeres republicanas en cargos electivos pertenecían al ala más moderada del partido, y el electorado republicano se ha vuelto tan conservador que los moderados no pueden ganar primarias en la mayor parte del país, mujeres incluidas.

En definitiva

En el saldo final, pueden adelantarse algunas conclusiones. Se espera que por primera vez el gasto en unos comicios legislativos llegue a los 5 mil millones de dólares, lo cual supone un incremento significativo y una revalorización de las elecciones de medio término.

Queda por confirmar si esta compulsa ofrecerá como resultado el inicio de una nueva era en la política estadounidense, con una mayor presencia de mujeres en cargos clave. En otras palabras, se  podrá advertir si el avance feminista es solamente una reacción frente a Trump o si el presidente actúa como un mero elemento acelerador de una tendencia previa e irrefrenable.

Más allá de la cita en las urnas del martes, si se mira al horizonte de 2020, cuando se celebrarán las elecciones presidenciales, también cabe pensar que este empuje de las mujeres no se va a evaporar a corto plazo. Algunos nombre como el de Elizabeth Warren, senadora demócrata por Massachusetts, Kamala Harris, por California, o Kirsten Gillibrand, por Nueva York, suenan con fuerza para tratar de evitar un segundo mandato de Donald Trump.