La noticia de un fantasma en la oscuridad de la autopista Rosario Santa Fe se hizo eco en las redes sociales. Al menos dos portales llegaron a afirmar que empleados del peaje ubicado en el kilómetro 17 de esa traza, pretendían renunciar atemorizados por ruidos inexplicables en el horario nocturno. Una tenebrosa foto daba cuenta del esotérico fenómeno. Tras conocerse la información, que resultó ser falsa al menos en parte, los empleados apostados en las cabinas de la concesionaria vial recibieron tantos insultos y alusiones a su falta de contracción al trabajo, que el sindicato que los nuclea tuvo que salir a aclarar la situación. “Manga de vagos, ustedes le tienen miedo al fantasma del laburo”, fue lo más suave que le espetaron. Aunque la verdad es que ninguno había presentado la renuncia.

Pero estoy segura de que muchos de los que pasaron ese día en tono burlón por las cabinas, rezan para que el auto no se les pare en esas cercanías. Y tan pronto aminoran la velocidad, suben la radio a todo volumen y provocan tal aturdimiento que los oídos sean incapaces de captar algún sonido extraño y perturbador. No es sólo una suposición: esa misma noche que debimos ir con la misión de retratar al fantasma en la oscuridad de la autopista y transmitir en vivo para el noticiero, el camarógrafo dejó entrever que prefería arriesgar su vida en un incendio a cumplir tamaño cometido.

 Al llegar, el viento que sacudía la copa de los árboles en los campos linderos y las bajas temperaturas creaban un panorama desolador. No pudo divisarse, sin embargo, fenómeno paranormal alguno, ninguna luz con forma de mujer, como habían descripto ciertos automovilistas. No obstante, lo verdaderamente llamativo fue la reacción de los camioneros al conocer las razones de nuestra presencia. Hombres rudos, de gruesa contextura, que como muchas otras veces iban a dormir sobre el asfalto a la espera de descargar en el puerto, comenzaron a inquietarse, sacaron a relucir rosarios, estampitas y hasta un señor de Pichanal (Salta) le prestó a otro un diente de ajo. Desconozco las razones, salvo los atributos exorcizantes divulgados en las leyendas vampirescas.

 “A la pucha, ¿así que anda un ánima? ¿Y cómo es?”, me preguntó intrigado uno de los transportistas esperando que le diera una respuesta. Le mostré la foto publicada en el portal informativo y rápidamente se reunió un grupo de hombres en torno al celular. Jóvenes, mayores, menudos y no tanto… Los más escépticos se burlaban de los otros. Pero nadie volvió al camión sin persignarse o prender un cigarrillo, anti mi más absoluto asombro.

 La falsa historia inventada oportunamente y exagerada por un ejercicio periodístico de dudosa responsabilidad agigantó un mito que crece en la oscuridad  del kilómetro 17 de una autopista escondedora, capaz de agitar miedos infantiles y poner a prueba la cordura del más sobrio.