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Durante un largo período de la historia de la humanidad, la mujer fue considerada como un mal necesario, un ser inferior, sistemáticamente despreciado por los hombres. Tanto griegos como romanos y predicadores cristianos denunciaron sus vicios y la estigmatizaron como un ser tramposo y funesto.

Un cambio cultural e histórico muy importante empezó a producirse después de la segunda Edad Media a partir del código del amor cortesano que rendía culto a la dama amada y exacerbaba sus perfecciones morales y estéticas. En los siglos XVIII y XIX es reivindicada como esposa, madre y educadora de los niños a la que ponen en pedestal filósofos, ideólogos y poetas. Incluso la mujer entra en escena a partir de cambios estructurales importantes, tales como derecho a la instrucción y trabajo asalariado. Sin embargo, esta mujer, no es identificada aún como alguien igualitario y autónomo y mucho menos se reconocían a sí mismas como sujeto colectivo.

Durante la Revolución Francesa, Olympe de Gouges antes que la llevaran a la guillotina se preguntaba: ¿Estarán las mujeres siempre divididas entre sí? Yasmine Ergas en “Historia de las mujeres” señala que ese angustiado grito fue escuchado doscientos años después, cuando las feministas intentaron buscar la unidad a partir de la división. 

Si bien en 1949, en el libro "El segundo sexo" Simone de Beauvoir, había definido al ser femenino por su subordinación al hombre, ya en 1905 en representación de las feministas francesas, Schirmacher afirmaba que el hombre siempre se tuvo a sí mismo como medida de todas las cosas y quien quería ser su igual, tenía que ser igual a él, hacer lo que él hacía a fin de asegurarse su respeto porque lo único que contaba como igualdad era la asimilación.

A estos dos momentos históricos señalados, Gilles Lipovetsky, les llama “la primera y la segunda mujer” para introducir una nueva categoría: “la tercera mujer” que se dio a partir de la década del 60 con el advenimiento histórico de la mujer sujeto, debido a  las transformaciones sociales y culturales. Considera el filósofo que, desde hace tres décadas aproximadamente, se mueve en la escena del mundo occidental una mujer que conquistó el poder de disponer de sí misma, de decidir sobre su cuerpo y su fecundidad, el derecho al conocimiento y a desempeñar cualquier actividad. Aunque, dice el pensador  francés, este cambio "no significa una mutación histórica absoluta que hace tabla rasa del pasado. Nos equivocamos, yo incluido, señala, cuando creímos que se había instalado un modelo de similitud de los sexos, es decir, un proceso de intercambiabilidad o de indistinción de los roles masculino y femenino". El lugar predominante de la mujer en el rol familiar se mantiene no solamente a causa del peso cultural y de las actitudes egoístas de los hombres, argumenta, sino porque estas tareas enriquecen sus vidas emocionales y relacionales, y dejan en su existencia una dimensión de sentido.

La mujer de hoy

En las sociedades posmodernas, los códigos culturales como las responsabilidades familiares permiten la auto organización, el dominio de un universo propio, la constitución de un mundo cercano emocional y comunicacional y se prolongan cualquiera sea la crítica que las acompañen por parte de las propias mujeres.

Por tanto, esta Tercera Mujer, señala el pensador, rechaza el modelo de vida masculino, el dejarse tragar por el trabajo y la atrofia sentimental y comunicativa; representa una suerte de reconciliación de las mujeres con el rol tradicional, el reconocimiento de una positividad en la diferencia hombre-mujer. "La persistencia de `lo femenino' no sería ya un aplastamiento de la mujer y un obstáculo a su voluntad de autonomía, sino un enriquecimiento de sí misma". La larga marcha por la autonomía de las mujeres no está terminada. Lipovetsky considera que en el futuro será más importante la movilización y responsabilidad individual que las movilizaciones colectivas. Será un feminismo más individualizado, menos militante, el que se vislumbra en todo caso en las naciones europeas. Un feminismo que no parte en guerra contra la femineidad y que no diaboliza al hombre. Hoy por hoy, la mujer reivindica tener estudios y trabajo, pero al mismo tiempo no rechaza las diferencias existentes entre ambos sexos, asegura el filósofo.

El autor no niega que el feminismo de los 60 y los 70 haya puesto sobre el tapete temas importantes, pero  no se ha entendido la transformación de lo femenino, que es lo que él llama Tercera mujer. El sexo, el hogar, el trabajo, la preocupación estética no la hacen más o menos femeninas. Sin embargo, hoy por hoy, persiste la desigualdad en los roles, ya que la mayor parte de las mujeres desean ser cortejadas, deseadas... y esto explica que la tradición se perpetúe, comenta Lipovetsky. Por tanto existe la necesidad imperante de recomponer la identidad femenina.

Para ello, no sólo se necesitará de mujeres luchando por un status social, sino de hombres preocupados y ocupados de temas que no son exclusivos del rol femenino: atención de hijos, tareas domésticas, deberes compartidos, capaces de ayudar a encontrar el lugar de la mujer  en todas las áreas de la sociedad,  en todas las esferas que ambos comparten.

No es tarea fácil permitir que crezca esta Tercera Mujer, sobretodo si se la ubica un plano de rivalidad. Mujer y varón sólo podrán compartir espacios en un plano de igualdad, donde ambos convivan en armonía, respetando roles y sabiendo que caminan por senderos paralelos, diferentes, pero complementarios.