El lunes 22 una explosión en el estadio Manchester Arena al final de un concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande, produjo 22 muertos y 59 heridos. Un día después, murió James Bond. En realidad fue Roger Moore, el actor que interpretó al personaje de ficción en mayor número de ocasiones, quien falleció en Suiza a los 89 años. Pero bien podrían interpretarse los hechos como una de esas raras burlas del destino: el agente secreto más famoso de todos los tiempos murió un día después del peor atentado perpetrado en su país, sin poder evitarlo.

El ataque, el atacante y los objetivos

Se especuló en un comienzo con la hipótesis de que el ataque suicida habría sido obra de un “lobo solitario”. Los lobos solitarios son individuos que realizan acciones terroristas sin el apoyo de un grupo, un movimiento o una ideología. Sin embargo, las investigaciones apuntan a una célula terrorista o incluso a una red, especialmente si se tiene en cuenta que el nivel de sofisticación empleado para fabricar el explosivo excedería por mucho el conocimiento de la persona que lo detonó.

El terrorista suicida fue identificado como Ismael Abedi y en las horas posteriores al atentado se detuvieron a al menos nueve personas, incluyendo a dos hermanos y al padre del autor en Trípoli, Libia.

Los hermanos se vieron por última vez la semana pasada en dicho país, antes de que Abedi regresara a Manchester para consumar la masacre. Las fuerzas de seguridad libias sostienen que el hermano detenido en el país africano era consciente de los detalles de los planes del suicida.

Desde el ministerio del Interior aseguraron que el atacante era conocido por los servicios de seguridad del Reino Unido. También denunciaron a los servicios de inteligencia de los Estados Unidos por filtrar a la prensa información sobre la investigación del ataque ocurrido en Manchester. No es la primera vez que se acusa a la administración Trump de publicar ese tipo de secretos. Una de esas revelaciones asegura que la familia de Abedi advirtió a la policía británica sobre su radicalización.

Salman Abedi regresó de Libia días antes del ataque, tras permanecer tres semanas en el país y estaba monitoreado por los servicios de inteligencia británicos por sus posibles conexiones con el Estado Islámico y Al Qaeda, aunque era considerado una figura periférica y sin mayor relevancia.

El terrorista suicida aparentemente logró franquear un primer control aprovechando que la atención de los agentes de seguridad se centraba en la salida de los asistentes al concierto. Así se explica que pudiera llegar hasta el hall del recinto con el explosivo que hizo estallar en el momento en que los 21 mil espectadores abandonaban el recinto, ante los ojos de muchos padres que esperaban la salida de sus hijos.

El atentado fue reivindicado por el Estado Islámico (ISIS), que se jactó de haber elegido como objetivo lo que denominó un "desvergonzado concierto", repleto de niñas, niños y adolescentes. Como sucediera en París en 2015, y luego en Niza y Berlín, el ataque se perpetró en situaciones de esparcimiento, celebración u ocio. El objetivo de los terroristas es sembrar el pánico y provocar en los occidentales la certeza de que es imposible estar seguro en ningún sitio.

Otro objetivo posible -aunque en principio incomprobable- sería la intención de los terroristas de incidir en la voluntad popular de los británicos, que el próximo 8 de junio tendrán elecciones generales, con la consecuente conformación de un nuevo Parlamento y la elección de un nuevo primer ministro.

La extrema derecha creció en Occidente en los últimos años impulsada -entre otros fenómenos- a fuerza de la paranoia sembrada tras cada ataque terrorista. Es muy probable entonces que los partidos de centro y de izquierda británicos vean mermar sus ya escasas chances de vencer en las elecciones del 8 de junio. Asimismo, debería observarse con atención el eventual crecimiento de la agrupación política más radicalizada del país, el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por su sigla en inglés), para evaluar la correlación entre terrorismo, paranoia y ultraderecha.

Datos preocupantes

Alrededor de 850 británicos marcharon al extranjero a luchar para ISIS desde la proclamación del califato en 2014. Pero en la medida que el grupo terrorista fue perdiendo sus posiciones, los extremistas con pasaporte británico comenzaron a huir de regreso al Reino Unido. Las autoridades temen que al contar con experiencia en combate, estos yihadistas puedan usar explosivos y armas de fuego para desencadenar una ola de ataques.

Se estima que para asegurar una vigilancia de 24 horas a un individuo sospechoso, es necesario involucrar un máximo de 30 empleados de las fuerzas especiales. Sin embargo, los recursos limitados del MI5 permiten llevar a cabo una vigilancia constante solo a 50 supuestos terroristas simultáneamente. Además, el MI5, criticado por sus fallas en anteriores atentados, indicó que Abedi no figuraba en la lista de 350 yihadistas registrados tras su regreso del conflicto.

El ataque terrorista en Manchester expuso la vulnerabilidad de los servicios secretos británicos. Este dato es extremadamente preocupante, teniendo en cuenta de que se trata de uno de los dos o tres servicios secretos más prestigiosos y efectivos del planeta.

Asimismo, el Reino Unido es uno de los países donde proliferan las cámaras de vigilancia en los espacios públicos, las cuales han demostrado su utilidad para reconstruir los hechos, pero una dudosa eficacia al momento de prevenirlos.

Trump, los árabes y Bond

En la misma semana en que se produjo el ataque, el presidente de los Estados Unidos, Donad Trump visitó Oriente Medio. En el marco de esa gira, estuvo en Arabia Saudita, cuyo gobierno es considerado un aliado estratégico. Los principales grupos terroristas y fundamentalistas islámicos reconocen su inspiración y hasta su financiamiento en la vertiente wahabita del Islam, que es la practicada en Arabia.

Se trata de una monarquía retrógrada y opresiva, sostenida en la riqueza que le dio el petróleo. Existen claros indicios de que es desde ese país desde donde parten flujos financieros que sostienen a Al Qaeda y a ISIS, muchas veces a través de empresas transnacionales, algunas de las cuales esponsorean a reconocidos equipos de fútbol.

Pese a lo dicho, los sucesivos presidentes de los Estados Unidos, lejos de condenar al régimen saudí y de exigirle la aplicación de reglas de juego democráticas como se hiciera en Afganistán, Irak o Libia, mantienen con él una relación cordial. Esto se debe principalmente a tres razones: la monarquía árabe actúa como un contrapeso de la influencia ideológica de Irán en el mundo islámico, es un histórico proveedor de petróleo de los Estados Unidos y es dueña de una fracción considerable de los bonos de la deuda externa de ese país. Trump parece encaminado a seguir los pasos de sus predecesores.

En definitiva, la muerte de James Bond, o mejor dicho, del viejo James Bond, reclama la aparición de servicios secretos y de agencias de inteligencia con una dinámica acorde a los tiempos que corren, quizás menos volcados al seguimiento de individuos y más propensos al seguimiento de los flujos de dinero y las fuentes de financiamiento del terrorismo, ocupado en desbaratar el tráfico de armamento, orientados a desplegar una política preventiva más eficaz y, por sobre todas las cosas, investigando los motivos últimos por los cuales tantos y tantas jóvenes en todo el mundo sienten un vacío tan desgarrador en sus vidas que aceptan llenarlo con ideologías de odio y muerte que poco tienen que ver con las religiones que dicen encarnar. El nuevo James Bond requiere más trabajo de oficina con crecientes conocimientos tecnológicos antes que armas.

Roger Moore, quien será siempre recordado por haber encarnado a 007, detestaba en realidad la violencia. Por eso, de todos los actores que interpretaron al personaje, fue el que más veces pidió ser reemplazado por dobles de riesgo. Decía que lo que él disfrutaba de ponerse en la piel del agente, era el glamour, los casinos y las damas. Seguramente el mundo sería un mejor lugar si más personas eligieran el disfrute por sobre la imposición sorda de las propias ideas.