Tras casi tres meses de incertidumbre y parálisis, los dos partidos más votados en las elecciones del 4 de marzo, el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y la Liga del Norte, gobernarán Italia con un jurista casi desconocido como primer ministro. Giuseppe Conte es el nombre del elegido para ejercer el poder ejecutivo, como una salida acordada entre los dos partidos para evitar un choque de personalismos entre los líderes de ambas fuerzas.

Sin embargo, el gobierno tendrá de hecho un doble comando a cargo de los jefes partidarios Luigi Di Maio (M5S) y Matteo Salvini (la Liga), lo que asegura desde el comienzo un gobierno anómalo que puede generar dificultades de gestión. Lo que parece seguro es que los problemas no quedarán circunscriptos exclusivamente a Italia, sino que la incertidumbre se extenderá más allá de sus fronteras.

¿Conflicto en puerta?

Las comparaciones con la crisis desatada en el seno de la Unión Europea (UE) por la crisis de la deuda externa de Grecia ya están a la orden del día, con la salvedad de que Italia no es Grecia, es mucho mayor. Su economía es diez veces más grande. Su deuda pública de 2,3 billones de euros es siete veces más grande y es -ni más ni menos- que la mayor de la eurozona y la cuarta mayor del mundo. A diferencia de Grecia, Italia es demasiado grande como para dejarla caer y también es demasiado grande como para rescatarla.

La incertidumbre actual recae en la capacidad de gestión del nuevo gobierno para conducir un escenario tan complejo o si éste en realidad no hará más que desatar una crisis. Por ahora, el nerviosismo en los mercados es moderado. Parece haber un umbral de tiempo para ver cómo actúa el nuevo gobierno.

Sin embargo, la situación podría empeorar de un momento a otro, producto de las tensiones entre el gobierno italiano y la UE. Según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, en ningún estado miembro de la UE -a excepción de Grecia- se erosionó tanto la sensación de cohesión de los ciudadanos con la UE entre 2007 y 2017 como en Italia. Este último año, su posición -según este criterio- cayó al puesto 23 sobre 28 miembros que tiene el bloque. Esto no es solamente consecuencia de la crisis económica. Entre 1997 -cuando se estableció la eurozona- y 2017, el producto bruto interno (PBI) per cápita real de Italia creció un 3 por ciento, es decir, menos que el de la maltrecha Grecia. También cunde entre los italianos la sensación de que los socios europeos los han abandonado al momento de afrontar la crisis migratoria.

En definitiva, muchos italianos se sienten lejos de la UE. Y se sienten igualmente lejos de su dirigencia política tradicional. Esta es la causa de que se haya formado un gobierno a priori incoherente, integrado por un partido antisistema con tendencias progresistas y otro reaccionario, que fueron los que más votos acumularon en marzo, los primeros con más fuerza en el sur, y los últimos en el norte, división que refleja además las profundas divergencias culturales del país.

Estos desórdenes son responsabilidad tanto de Italia como de la UE. El bloque regional no ha logrado alcanzar el objetivo de inflación ni generar una demanda adecuada. Esto ha dificultado lograr los necesarios ajustes postcrisis en la competitividad. La negativa de Alemania a reconocer que esto supone un problema ha empeorado mucho más las cosas. Pero los italianos tampoco entendieron la necesidad de efectuar reformas económicas e institucionales sustanciales para que Italia progrese, sobre todo dentro de una unión monetaria con Alemania.

Ante este cuadro, el programa común del M5E y la Liga contiene suficientes puntos como para provocar un conflicto con la UE y la eurozona. El programa prevé un aumento del gasto público, impuestos más bajos y ataques a las normas fiscales y monetarias de la eurozona. Si en algo coinciden ambos partidos es en que el interés de Italia tiene una amplia primacía por sobre el interés de la UE y, en tal sentido, esperar que el nuevo gobierno siga aplicando recetas económicas de austeridad o políticas  de tolerancia con los inmigrantes sería una torpeza.

Pero también sería torpe suponer que la UE podría avalar sin más cualquier medida que la coalición gobernante adoptara. Si el nuevo gobierno rompiese las normas, el Banco Central Europeo no podría ayudarlo. De producirse un conflicto, la inestabilidad financiera conduciría al ajuse fiscal. Pero eso sólo ocurriría si los italianos no estuviesen dispuestos a recurrir a la cesación de pagos de la deuda. A fines del año pasado, 686 mil millones de euros de bonos públicos italianos (el 36 por ciento) estaban en manos de no residentes. Es más, en marzo de 2018, el Banco Central italiano debía a sus socios -sobre todo al Bundesbank- otros 443 mil millones de euros. En la actualidad, las posiciones de deudores y acreedores dentro del Sistema Europeo de Bancos Centrales sobrepasan su escala durante la crisis griega de 2012. Si Italia dejara de pagar, los daños podrían ser enormes. No obstante, incluso esto ignora un impacto económico, y también político, mayor. Italia resultará más difícil de presionar que Grecia, sobre todo porque un eventual Italexit sería una amenaza mucho más peligrosa que el Grexit. Más aún, tras el impacto del Brexit, una eventual salida de Italia de la UE significaría prácticamente el acta de defunción para el bloque regional más importante del mundo.

¿Y ahora?

Ante el panorama descripto hay distintas alternativas. Una posibilidad es que el nuevo primer ministro, Giuseppe Conte, lidere un gobierno convencional ante la percepción de un agravamiento de la crisis.

También es posible que avance en las políticas acordadas entre los dos partidos, desatando el pánico en torno a la deuda y los bancos italianos. Sin el apoyo del Banco Central Europeo, esto podría imponer limitaciones a la transferencia de dinero de los bancos fuera del país o a su conversión en liquidez. Italia quedaría a todos los efectos fuera de la eurozona. Eso supondría una crisis de consecuencias incalculables. ¿En ese caso el gobierno daría marcha atrás? Una vez más, es probable que lo hiciese. Pero el daño causado a la confianza podría tardar años en repararse. La economía italiana perdería su limitado ímpetu, e invertiría su tendencia. La salida de capital, personas y empresas podría ser devastadora.

Teniendo todo esto en cuenta, otras elecciones podrían dar lugar a la emergencia de un gobierno aún más radical o, en el peor de los casos, hasta la unidad de Italia podría ponerse en entredicho.¿Quedaría contenida la crisis en Italia? Una vez más, posiblemente. Sin embargo, una crisis grave también podría afectar a otros países. Cabe señalar que España también incrementó su deuda con el  Banco Central Europeo. La presión sobre la eurozona podría ser considerable, hasta llegar a la disyuntiva de reformarse o desaparecer.

Muchos italianos responsabilizan a la UE por su situación. Puede ser que resulte injusto, pero es inevitable, dado que muchas de las decisiones que ahora los afectan se toman en la UE. Sin embargo, el intento por quitarse de encima a la UE por el cual han votado y que ha formado gobierno, no parece ser viable. Si el nuevo gobierno avanza por ese camino, es muy probable que desate el caos. Si no lo hiciera, frustraría a los votantes, que bien podrían optar por partidos más radicalizados aún.

Hasta que Italia no recupere la prosperidad, su política y su posición en la UE penderán de un hilo. Ante semejante vulnerabilidad, cualquier cosa podría suceder.