Hace una semana Mariano Rajoy logró finalmente ser investido presidente de gobierno por segunda vez, tras un bloqueo político en el parlamento que demandó dos elecciones generales, una el 20 de diciembre de 2015 y otra el 26 de junio de este año.

Durante diez meses los españoles votaron dos veces y conformaron dos parlamentos distintos. En ambas oportunidades, el Partido Popular (PP) liderado por Rajoy fue el más votado. Pese a ello, el líder del PP nunca logró reunir los apoyos necesarios para formar gobierno. Pese a que desde distintos sectores se le pidió que diera un paso al costado, él apeló a la paciencia y esperó a que el hilo se cortara por lo más delgado. Finalmente eso ocurrió cuando la profunda crisis en la que se sumió el Partido Socialista Obrero Español (Psoe) permitió una sesión parlamentaria donde fue la abstención de los legisladores socialistas lo que le permitió al PP formar gobierno, aunque en clara minoría. Rajoy mostró fortaleza individual, pero creó un gobierno débil desde su nacimiento.

El bloqueo

La parálisis política que impidió que España definiera su gobierno tras dos elecciones en seis meses,  denominada “bloqueo político”, fue de hecho la búsqueda del eslabón más débil de una cadena compuesta por los dos partidos políticos tradicionales -el Psoe y el PP- y las dos fuerzas emergentes: Ciudadanos, de orientación liberal, y Unidos-Podemos, de izquierda. En otras palabras, la política española estuvo tironeando durante casi un año para ver dónde se rompía esa cadena, cuya característica distintiva es que el bipartidismo imperante desde el retorno a la democracia parece encaminarse a su fin.

Luego de las elecciones del 20 de diciembre, el eslabón más débil parecía ser el líder socialista Pedro Sánchez, cuestionado internamente tras el peor resultado de la historia de su partido. Posteriormente a las elecciones del 26 de junio, el eslabón débil parecía ser el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, sometido a una enorme presión para que aceptara el rol aliado y sostén del PP.

Unidos-Podemos, esquivó la debilidad reuniendo a las dos fuerzas de izquierda en ascenso, con el objetivo de forzar al Psoe a negociar con ellos. Sin embargo, no lo lograron.

Para muchos, el eslabón más débil siempre fue el propio Rajoy. En realidad, el hecho que hubiera abierto el juego político y hubiera concluido con el bloqueo, habría sido el paso al costado de Rajoy. Su mayor éxito político y la mayor muestra de su habilidad a lo largo de esos diez meses, fue lograr que los españoles no percibieran eso.

El líder del PP se mantuvo inconmovible, apenas sostenido por los votos de los españoles que, aunque nunca le dieron a él y a su partido el sustento necesario para formar gobierno por sí solo, lo pusieron al frente en dos elecciones reñidas. De allí que el hombre apelara a su mayor fortaleza, la paciencia.

El eslabón más débil

El secretario general del Psoe, Pedro Sánchez, optó luego de las dos elecciones donde su partido alcanzó un segundo lugar que reflejaba un permanente drenaje de votos, por no negociar con Rajoy, esperando que el candidato del PP se estrellara contra la más inútil de las barreras que se puedan concebir en política, la del “no es no”. Porque en política, el no nunca es no, excepto cuando quien lo sostiene quiere meterse en un callejón sin salida. En ningún aspecto de la vida resulta conveniente decir “de esta agua no he de beber”, porque puede suceder que en algún momento haya que enfrentarse a la disyuntiva de beberla o morir de sed. En política, el “no” inteligente no es el de la intransigencia, sino el que abre las puertas de la negociación. Porque en su esencia, la política es un arte practicado por negociadores.

El secretario general del Psoe y su comisión ejecutiva optaron por clausurar todas las salidas, se llamaron a silencio y no buscaron nunca negociar su “no”. El destino final de ese camino hubiera sido llegar a unas terceras elecciones donde el Psoe podría haberse enfrentado a una catástrofe. Al Psoe le va mal desde 2011, cuando perdió 4,3 millones de votos. Profundizó su caída en 2015, con la deserción de otros 2,5 millones de votantes y siguió cayendo en junio de 2016.

Ante estas perspectivas, una parte de los miembros de la comisión ejecutiva del partido renunció para provocar la caída de Pedro Sánchez. Esta “rebelión en la granja” que produjo su salida de la conducción fue lo que permitió la abstención de los parlamentarios socialistas que habilitaron de ese modo la conformación del gobierno en minoría del PP.

¿Terminó la crisis política?

Indudablemente no. Esta solidaridad forzada entre el PSOE y el PP podría herir de muerte al bipartidismo español. Con su abstención, el PSOE posibilitó la formación del nuevo gobierno, pero lo hizo solamente para fugar hacia adelante de su propia crisis de legitimidad. Compró tiempo a un costo muy alto y nada más.

El PP obtuvo lo que quería -el gobierno- pero ¿a qué costo? El de la debilidad. Al no tener mayoría en el parlamento -ni siquiera mediante su ocasional sociedad con Ciudadanos- el gobierno de Rajoy se enfrenta a un proceso donde cada medida deberá ser negociada, donde deberá asumir siempre los costos, donde a sus adversarios les resultará siempre más redituable decirle que no. Porque Rajoy deberá profundizar el ajuste en España, el único camino que conoce para salir de la crisis económica y social que padece el país, un ajuste reclamado por los socios de la Unión Europea, y que no tendrá suficiente legitimidad propia para llevar a cabo. La debilidad parlamentaria será lisa y llanamente el reflejo de la debilidad del gobierno en la calle.

Algunos analistas ya especulan con que será un gobierno corto y auguran que no sobrevivirá a una legislatura en la que todos los grupos competirán por ver quién vota más en su contra.

El destino del PSOE y el del PP podría emular al de los partidos Colorado y Blanco en Uruguay. Antiguos rivales, debieron aliarse hasta para intentar doblegar al Frente Amplio. Al principio lo lograban, hace ya más de quince años que no.

Quienes más cómodos aparecen en este escenario, son los integrantes de Unidos-Podemos. Ellos afirman que el PP y el PSOE caminaron de la mano para que Rajoy sea investido presidente, y que como consecuencia, la coalición Unidos-Podemos aparece como la “alternativa” en España para “construir un país más justo que no cargue la salida de la crisis sobre los hombros de los trabajadores”. El problema es que muchos españoles aún desconfían de ellos y su constante actitud de desafío al sistema político.

Mariano Rajoy se mostró fuerte durante el bloqueo político, pero su gobierno es débil desde su nacimiento. Esa debilidad será la que posiblemente revele lo inútil del esfuerzo por tapar las carencias de un sistema de partidos políticos tradicionales que parece haberse agotado.

En el medio de estas pujas electorales y reacomodamientos políticos, se encuentran los españoles, atravesando altas tasas de desocupación y desconfiando cada vez más de su dirigencia política a la que identifica como un grupo de sujetos sólo preocupados por ellos mismos.