Juan Facundo Quiroga fue, quizás, el caudillo federal más recio de nuestros pagos. Nacido en cuna de oro y sin tener la necesidad de ver si llegaba a fin de mes, fue  también un verdadero matrero, un gaucho malo del interior que no se echaba para atrás si tenía que sacar el facón para arreglar alguna ofensa o alguna mano de naipes adversa. Facundo fue, en palabras de Sarmiento, "una sombra terrible", un "provinciano, bárbaro, valiente, audaz".

Dominando, sin necesitar el título formal de Gobernador, las provincias de La Rioja, San Juan, Catamarca, Tucumán, San Luis, Mendoza, Salta y Jujuy, siempre tuvo una obsesión por Córdoba, tradicional estandarte unitario.

Si el perro es el mejor amigo del hombre, el caballo es el mejor amigo de los próceres. Facundo tenía, por supuesto, su equino predilecto, un "moro", un soberbio exponente ecuestre gris que era más que un simple caballo, era su confidente, su “asesor”. En numerosas memorias se reseña que Facundo le hablaba al oído y el animal, con ciertos gestos preestablecidos, predecía los resultados de las batallas. De hecho había quienes afirmaban que las victorias del caudillo riojano se debían más a la inteligencia de su caballo que al sable del jinete.

El arrollador andar de la sociedad Quiroga – Moro (nunca habían perdido) fue detenido por José María Paz, o "General Paz" como mejor se lo conoce, un  manco tanto o más guapo que Quiroga. La batalla fue la de La Tablada, en 1829, en suelo cordobés. Preparándose para el enfrentamiento, el moro no se dejó ensillar, estaba indomable, no quería saber nada con batallar, predecía un resultado adverso y aun así Facundo decidió ignorarlo. Quiroga, con el moro retobado, se batió con Paz, quien finalmente lo venció.

Perseguidos por soldados unitarios hasta más allá de las fronteras cordobesas, las tropas de Quiroga debieron desprenderse de varios caballos que ya no daban más, uno era el moro. Meses después, ya en 1830, Facundo volvió a atacar Córdoba buscando vengarse de Paz y seguramente cogoteando de un lado a otro buscando a su caballo. Se fue otra vez con el rabo entre las piernas: derrotado nuevamente y sin noticias sobre su moro.

Otro referente federal, el santafesino Estanislao López, venció en 1831 a Paz, lo apresó y se adueñó de todo lo que el manco tenía, incluida la mágica bestia de Quiroga. Uno pensaría que entre dos de un mismo “equipo” no iba a haber dramas, que López le devolvería a Quiroga su tan amado caballo y que todo sería alegría en el bando federal. Pero Quiroga y López se odiaban y el santafesino se hizo el tonto cada vez que el riojano le preguntaba por su amado equino. Esto hizo explotar a Quiroga que, enojado por la tontera de López, amenazó con abandonar las tropas federales. El gaucho recio se convertía, prácticamente, en un nene caprichoso.

Juan Manuel de Rosas, mediador -y seguramente ofuscado por tan infantil escena- le escribió a López en 1831 diciendo que con todo este temita del caballo "parece que estuviéramos los Federales destinados a no tener un día de gusto cumplido" y le pidió, amablemente y en modo señorita de pre-escolar, que le devolviera el caballo a Quiroga, cuya pérdida la sentía "más que la de toda su fortuna" solicitando, con palabras lindas, que no se creara tanto lío por tan poca cosa: "no valore la suerte del país por la estimación de un desaire particular".

Quiroga le escribía amargas palabras a Rosas por la reacción de López y Rosas no tenía otra alternativa que contestarle cosas como "suponiendo que fuese cierto que el general López tiene el caballo (...) ha estado muy lejos de su intención agraviarle (...) lo mira como una alhaja de un amigo recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que creyese conveniente hacerlo".

Facundo, encaprichado, quería que la ocasión fuese lo más inmediato posible y a López no le importaba en absoluto crear la ocasión, de hecho, don Estanislao no paraba de hacerse el tonto escribiéndole a Rosas que el reclamo de Quiroga por ese "maldito caballo" era "injusto" "extravagante" e "infame" y que era un animal tan ordinario que "doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera...". Muy ordinario…pero no lo devolvía.

El primo de Rosas, Tomás Manuel de Anchorena, el hombre más rico del país, le ofreció a Quiroga pagarle el caballo y que se dejara de embromar. Pero Facundo seguía amargado, le escribió que se hallaba “disgustado más allá de lo posible" y que estaba "seguro que pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual y (…) que no soy capaz de recibir a cambio de ese caballo [ni todo] el valor de la República Argentina". Y así siguió la cosa, Quiroga reclamando el caballo y López desentendiéndose.

Facundo Quiroga moriría en 1835 en Barranca Yaco, asesinado despiadadamente en el mismo suelo en donde caía siempre derrotado, la provincia de Córdoba. Estanislao López dejó este mundo en 1838, en su caserón santafesino. El moro mágico…nunca se supo dónde, cuándo y ni siquiera si alguna vez murió.

(*) Abogado. Integrante de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR