La prolongada transición del gobierno provincial empieza a preocupar a varios sectores y en diversos planos, fundamentalmente por la inseguridad que no encuentra cauce en Santa Fe y que ya no distingue entre grandes centros urbanos y pequeñas poblaciones rurales.

Hacia adentro del socialismo también ha sido tema de disputa interna. Por más que insistan Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz en aventar el fantasma de un vacío de poder, lo cierto es que hay una muy escasa comunicación entre ellos y un interés muy marcado de parte del mandatario electo en diferenciarse y distanciarse lo más posible del fracaso en las políticas públicas de seguridad. Esta situación tiene acorralado a Bonfatti que, sin poder, en el último tramo de su gestión difícilmente podrá encontrar una medida que mejore las perspectivas en la materia.

Apenas se animó a mostrar cifras que indicaban una baja en el índice de homicidios en la provincia fue criticado duramente por la oposición, pero lo que es peor, fue después desautorizado por dirigentes de su propio partido como la intendenta Mónica Fein y el mismo Lifschitz. A propósito de la postura de Fein, por primera vez en años encontró cómo pararse frente al tema, algo que muchos le reclamaban que era ponerse firme como jefa comunal y más allá de su pertenencia política reclamar con vehemencia ante el poder central de la provincia que es el principal responsable en la materia.  

La cosa se fue agravando en las últimas semanas porque siguieron los hechos graves y resonantes como entraderas violentas, asesinato de comerciantes asaltados, paro masivo de taxis reclamando por un chofer atacado y hasta una reunión de la CGT Rosario para reclamar seguridad para todos los trabajadores.

Ante esa perspectiva, el ministro Raúl Lamberto que se había llamado a silencio habló con cierta prudencia hasta que pisó la baldoza floja y dijo lo único que no podía decir en este marco: Pidió más tiempo para que se vean los cambios en seguridad. Si hay algo que ya no tiene este gobierno es precisamente tiempo. Y si hay algo que no tienen los ciudadanos es paciencia. La combinación de ambas cosas no cierra por ningún lado.

Parece que sólo queda esperar el cambio de gobierno, pero para eso falta y en ese tiempo que resta la sensación de vulnerabilidad se hace más evidente.