Los discursos de odio no sólo siempre existieron sino que también es posible ubicarlos en las insatisfacciones económicas o las frustraciones sociales diversas. Y así como las redes sociales
amplificaron su llegada y masividad, el aceleramiento del capitalismo financiero también lo hace y de manera eficiente. 

El periodista y economista Diego Rubinzal cree que es imprescindible “entender y visibilizar las condiciones sociales que ‘habilitaron’ el pasaje al acto de los odiadores”, señala en referencia al intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner. Y Rubinzal recuerda que hace un año el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín publicó un trabajo donde precisaba que “más de un 26 por ciento de los
ciudadanos argentinos promovería o apoyaría discursos de odio”.

También cree que el huevo de la serpiente se incuba en determinados climas epocales. “La globalización neoliberal es un caldo de cultivo de la insatisfacción ciudadana. La pérdida de derechos, la incertidumbre económica y la desigualdad crean un ambiente permeable a la búsqueda de “soluciones” fáciles y chivos expiatorios”, asegura Rubinzal. “La identificación de supuestos culpables (la casta política, los planeros) es un discurso mucho más sencillo de instalar que, por ejemplo, analizar las implicancias y limitaciones que supone el carácter bimonetario de la economía argentina”, sostiene el economista.

Por eso es más sencillo para políticos como Patricia Bullrich y José Espert sostener “soluciones” para conflictos como el que atraviesa el sector del neumático cuyo gremio ha participado de manifestaciones y toma de edificios como el del ministerio de Trabajo de la nación. “Cárcel o bala” pidió el diputado para zanjar la cuestión y ahora hay en la Cámara que integra un pedido de expulsión en su contra. 

Pero esos discursos de odio tienen raíces económicas y siempre representan proyectos de derecha. El problema es que otros dirigentes y candidatos van a buscar votos allí porque entienden que es un sector que crece y no se puede desperdiciar. Por eso, con modales, pero en la misma dirección que Espert la senadora santafesina Carolina Losada impulsa un proyecto antiobrero que limite el derecho de huelga para los casos en los que haya manifestaciones frente a las plantas fabriles.

Es claro que el sector a odiar se referencia básicamente en el peronismo y sobre todo en la denostación de dirigentes sindicales con mala imagen en la sociedad. El gobierno de Mauricio Macri encarceló a dirigentes obreros de esas características, pero no lo hizo sólo por la venalidad que rodeaba a muchos de ellos sino porque no podía tenerlos como aliados y en muchos casos entorpecían negocios de empresarios amigos.

El odio es también el fracaso del diálogo y por ende de la política. Y esa es también una responsabilidad a asumir por la dirigencia que debe seguir trabajando para que las sociedades vean resultados en lo comunitario, en lo programático de la política pública. Si la mayoría
se deja tentar por el camino más fácil al poder será difícil ver los cambios. Y no es casualidad que el progresismo esté en retroceso en la mayor parte de este mundo.