¿A dónde te vas de vacaciones? ¿Cuándo salís unos días? Estas, entre otras similares, son preguntas obligadas a partir del mes de octubre, no sólo entre tus amigos; hasta los programas de radio y TV te piden que les cuentes, a través de las redes sociales, cual es el destino elegido en enero. Pareciera ser una obligación, producto de la posmodernidad y de la necesidad de demostrar que salimos de la metrópoli y visitaremos una ciudad nueva, especialmente con mar, ya que está mejor posicionada en el ranking capitalista que una con sierras

 

¿Para qué sirven las vacaciones?

Esa sería una buena pregunta para hacernos. El sueco Owe Wikström, en su obra Elogio de la lentitud, invita a reflexionar sobre la vida cotidiana y a emprender una búsqueda personal de los momentos y lugares que permiten hacer altos en el camino. Aclara que, a través de las pausas, de la introspección y de comprender la importancia de la lentitud, se puede alcanzar un estado de conciencia más elevado y un mayor disfrute de la vida.

 

Cuando uno piensa en el futuro pareciera que el tiempo aporta cierto respiro para trazar una nueva oportunidad, para proyectar lo que podría llegar a ser. Ahora bien, ¿cómo utilizarlo inteligentemente o aprovecharlo de manera tal que el presente abarque una mirada más personal y profunda? Porque, a menudo, obsesionados por mostrar- nos, se dejan de lado cuestiones importantes que necesitan ser reflexionadas o cuestionadas.

 

El escritor Pierre Sansot, en su obra Del buen uso de la lentitud, reflexiona sobre la relación con el tiempo y preconiza que para alcanzar la felicidad hay que interesarse creativamente por el instante, por el Otro, en definitiva, por el mundo; un verdadero arte de vivir, concluye. El tiempo, acompaña y revela la forma de ir hacia las cosas y hacia los demás y también de realizarnos; y hacerlo nuestro aliado será condición necesaria para poder sobrevivir.

 

Muchas veces estamos invadidos por cierto activismo que nos desconcentra, nos impide volver a nosotros mismos y saborear la felicidad, las pequeñas y las grandes alegrías. El último autor mencionado propone un ejemplo: vagar. "Vagar es avanzar libremente, lentamente por una ciudad apresurada, no dar importancia más que a lo maravilloso del instante. El ocioso tiene algo de soberano y fluido en el porte. La mirada curiosa e interesada del paseante respira la inteligencia, y ambos me parecen agradables". Incluso podríamos tener actitudes como escuchar, ser capaz de recibir realmente la palabra de los demás. Para ello no basta con abrir los oídos; es necesario humildad, paciencia y un esfuerzo evidente. "Un pensamiento que no es el mío cobra sentido en mi interior. No lo persigo, no corro tras él, no lo interpreto a partir de mis prejuicios. Y al aceptar las pausas, los silencios, me enriquezco gracias a una experiencia inesperada", señala Sansot.

 

El éxito social

En realidad, lo cuestionable es la preocupación por el éxito social ficticio, aquello que queremos que un Otro valore y me reconozca vigente y me enmarque en un ambiente de disfrute pleno, aunque no sea real. Entonces subimos una foto a las redes demostrando nuestro momento célebre.

¿Pero cuál es nuestra verdad? ¿La que mostramos o la que somos?

La propuesta es lograr una existencia más rica y más sana, más vívida; es ser feliz, a pesar de los contratiempos y disfrutar de las merecidas vacaciones que no necesariamente tienen que ser en enero, pero sí tienen que encontrarnos plenos o en una postura abierta para disfrutar ese tiempo de ocio y usarlo para cuestionar lo que no queremos, cambiarlo si es posible, pero dispuestos a ser felices.

 

(*) Dra en Ciencias de la educación (UNR)