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Un día después de las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) que dejaron a Alberto Fernández en condición de favorito para ganar las presidenciales del 27 de octubre, Jair Bolsonaro inició en la provincia de Río Grande do Sul, limítrofe con Argentina, una cadena de declaraciones imprudentes y riesgosas para el vínculo entre los dos países. Si esa izquierdacha vuelve a la Argentina vamos a tener una Roraima en Rio Grande do Sul, aseguró el mandatario, en referencia a la situación de esa provincia del norte de Brasil que limita con Venezuela y que enfrenta cotidianamente el arribo de migrantes que huyen de su país. En días posteriores, profundizó sus declaraciones despectivas hacia quienes podrían suceder a Mauricio Macri en el gobierno argentino.

¿Por qué?

Bolsonaro se conduce de esta manera principalmente porque responde a sus necesidades de política interior. En siete meses y medio de gobierno dilapidó por propia impericia y necedad la mitad del apoyo que tenía al asumir la presidencia.

La caída de la popularidad presidencial en un tiempo tan reducido, condujo a Bolsonaro a buscar apoyos en el exterior para apuntalar su gobierno y para eso hizo un culto de la afinidad personal e ideológica en detrimento de vínculos políticos fundados en el pragmatismo y la diplomacia. De hecho, adoptó decisiones en materia de política exterior que arruinaron una larga y destacada trayectoria de coherencia de la diplomacia brasileña. 

Es así como se condujo a generar una suerte de eje ideológico y personal con los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y de Argentina, Mauricio Macri. Ese eje le permitió exhibir algunos éxitos nominales como el Acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, la inclusión de Brasil como aliado extra OTAN de los Estados Unidos y la posibilidad de avanzar en un acuerdo de libre comercio entre los tres países. Más aún, a fines de junio Bolsonaro le propuso a Trump realizar una cumbre de mandatarios conservadores en Buenos Aires para apoyar la reelección de Macri en los comicios de octubre.

En este contexto, los recientes resultados electorales en Argentina pusieron a la defensiva al presidente brasileño, que se encuentra ante la posibilidad de perder a uno de sus principales aliados en diciembre. Y eso no es todo, porque si las expectativas económicas globales respecto de una inminente recesión mundial se confirman, el escenario electoral que Donald Trump deberá enfrentar en 2020 podría ser adverso. Tras haber contribuido a la crispación y a la división social de los estadounidenses, Trump se sostiene casi exclusivamente sobre el argumento de la prosperidad económica. Pero si esa prosperidad se agota, arrastrará las ambiciones reeleccionistas del empresario devenido político. Si eso sucediera, en enero de 2021 Bolsonaro se encontraría virtualmente solo en el mundo.

El miedo como aliado

Bolsonaro agita el miedo de que Argentina emule los pasos de Venezuela en el intento de lograr que los brasileños se atemoricen y se abroquelen a su alrededor. Al mismo tiempo, agita ese mismo miedo para que eventualmente los argentinos revean su voto en las primarias y decidan inclinarse en las elecciones generales de octubre por su aliado, Mauricio Macri. 

El problema, es que esa estrategia de corto plazo supone incendiar los puentes con un eventual gobierno de Alberto Fernández a costa de comprometer los nutridos vínculos comerciales, culturales, sociales y políticos entre Brasil y Argentina. Porque ambos países se necesitan. Así lo entiende buena parte del gabinete de Bolsonaro, un sector de los militares que lo apoyan y hasta el vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourao. Son numerosos los funcionarios y políticos del entorno presidencial que le recomendaron a Bolsonaro no inmiscuirse en el proceso electoral argentino. Pero la terquedad del presidente no parece encontrar límites. 

Quizás eso se deba a que Bolsonaro no sólo infunde miedo sino que también lo padece. La crisis comercial entre China y los Estados Unidos, sumada a la situación política y económica en Argentina, son factores que atemorizan al presidente respecto del riesgo de que las inversiones en Brasil o bien se fuguen o bien decidan no acercarse. Por otra parte, Bolsonaro teme que el resurgimiento kirchnerista en Argentina infunda valor a los sectores progresistas brasileños y que éstos se aglutinen en torno al Partido de los Trabajadores en un Congreso en el cual el oficialismo es minoría.

¿Qué pasaría con el Mercosur?

Algunos funcionarios brasileños dejaron trascender que Brasil puede rever su participación en el bloque sudamericano. Otro grupo de consejeros de Bolsonaro más pragmáticos plantean conveniente continuar en el bloque formado por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay.

La eventual suscripción de un acuerdo de libre comercio entre Brasil y los Estados Unidos requiere -debido al marco legal del Mercosur- la aprobación de los restantes socios. Existe la posibilidad de que ese acuerdo termine por convertirse en el punto de quiebre entre Brasil y sus socios del bloque regional. 

Aunque el Mercosur se mantuviera a flote, una relación conflictiva entre los gobiernos argentino y brasileño podría obstruir la aprobación del tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea anunciado a fines de junio. No obstante lo dicho, ese acuerdo tiene dudosas posibilidades de prosperar pero a instancia de los europeos, dado que los sectores agropecuarios de países como Francia y Polonia, prometen ejercer presión sobre sus gobiernos en reclamo de políticas proteccionistas.

Independientemente de todo lo anterior, no puede soslayarse que la equiparación de Argentina con Venezuela es ridícula. No son países equiparables ni en su estructura económica, ni en su cultura, ni en su estratificación social y mucho menos en su régimen político. Desde 1983 Argentina jamás volvió a acercarse a la instauración de un autoritarismo como el que efectivamente existe en Venezuela. Tampoco existen elementos tangibles que permitan concluir que el sistema político argentino adopte un rumbo similar al del venezolano.

Habrá que esperar los resultados electorales en Argentina para evaluar con mayor exactitud cómo será el vínculo por venir entre los gobiernos de los dos países, con la esperanza de que prime la política por sobre el personalismo.