Colombia y Venezuela son países vecinos y muchas veces adversarios. Sin embargo, el principal destino de colombianos y colombianas que huían de los conflictos armados en su país en busca de oportunidades para el desarrollo de una vida digna fue, durante décadas, Venezuela. Actualmente, los roles se invirtieron y son los venezolanos y venezolanas quienes buscan un futuro en Colombia y en otros países de Latinoamérica y el Caribe. ¿Cuales fueron las causas de esta inversión de roles entre ambos países?

Colombia deja atrás el infierno

La semana pasada se consumó el desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó que, con la entrega de 7132 rifles de asalto recolectados en campos rebeldes en todo el país, finalizó exitosamente esa etapa del proceso de paz entre el gobierno y el mayor grupo guerrillero de Colombia.

En un mundo convulsionado por antiguas y nuevas formas de violencia, por conflictos cuyos protagonistas aparecen como irreconciliables, los colombianos pueden mostrar ahora un proceso exitoso de construcción de paz que se convierte en un mensaje esperanzador y en un ejemplo para la comunidad internacional. Todo ello sin dejar de contemplar las diferencias y los desacuerdos existentes entre muchos de los protagonistas, dado que muchas víctimas y familiares de ellas se oponen al modo en el que se alcanzaron estos acuerdos. Sin embargo, no pueden dejar de contemplarse dos cuestiones. Una es que resultaría imposible alcanzar un acuerdo satisfactorio para la totalidad de los actores intervinientes. Otra, es que por defectuoso que pudiera ser éste acuerdo, es el acuerdo posible y por lo tanto, será siempre superador de un “no acuerdo”. 

El jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, expresó que la entrega de armas no significa el fin de la existencia de las FARC. De hecho, las partes acordaron que el grupo guerrillero se convertirá en un grupo político. Más aún, existiría un compromiso por parte de las FARC de trabajar junto al gobierno colombiano y el otro grupo guerrillero en el país -más radicalizado y beligerante- el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), para arribar a otro pacto que permitiera alcanzar la paz definitiva en Colombia.

Lo cierto es que, con este hito, Colombia está más cerca que nunca de concluir con el conflicto armado más largo de Latinoamérica, que dejó al menos 250 mil muertos, 60 mil desaparecidos y alrededor de 8 millones de desplazados.

A lo anterior hay que agregar un dato significativo. Al menos desde 2003 Colombia registra  crecimiento de su economía. Tal vez 2017 sea uno de los años en que ese crecimiento resulte menor, pero tratándose de crecimiento al fin, en una región que se caracteriza por variaciones muchas veces bruscas y donde el principal actor regional, Brasil, atraviesa un fuerte crisis económica.

El clima cada vez menos conflictivo y más pacífico sumado al crecimiento económico aparecen entonces como los factores impulsores de que Colombia esté mutando de país emisor de migrantes a país receptor.

Venezuela y la caída sin fin 

En la República Bolivariana de Venezuela sucede prácticamente lo opuesto a lo que acontece en Colombia. La caída del precio internacional del petróleo registrada desde 2014 junto con políticas macro y microeconómicas desacertadas, afectaron severamente el desarrollo económico y social del país. La dependencia del sector de hidrocarburos creció dramáticamente, al punto que el petróleo representa actualmente el 96 por ciento de las exportaciones. A ello se agregó que, durante las épocas de bonanza económica, entre 1999 y 2014, el país no acumuló ahorros para afrontar ciclos de crisis. 

En lo inmediato, Venezuela enfrenta un contexto de déficit fiscal -hacia fines de 2016 se encontraba por encima del 20 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI)-, así como necesidades de financiamiento externo, cuyo acceso es restringido debido a la mirada crítica de la comunidad internacional acerca del endurecimiento del régimen político Bolivariano. Los controles de precios, las restricciones en el acceso a divisas y el colapso de la participación del sector privado en la oferta de productos básicos, dieron lugar en conjunto a una de las inflaciones más altas del mundo.

Estos desbalances ejercieron presiones sobre el tipo de cambio, incluso antes del desplome del precio internacional del petróleo. El gobierno intentó contrarrestar estas presiones mediante la implementación de un régimen de tipos de cambio múltiples y de controles cambiarios adicionales. Pero estas medidas contribuyeron a un fuerte ajuste externo debido a una contracción de las importaciones. Aumentó la fuga de divisas y, al mismo tiempo, las medidas cambiarias y la regulación de la participación del sector privado en la producción y distribución de algunos productos básicos, desencadenado una situación de escasez de los mismos, presiones inflacionarias y problemas de suministro en un aparato productivo altamente dependiente de las importaciones. 

Como resultado de lo expresado, Venezuela atraviesa una severa estanflación (estancamiento con inflación). La falta de acceso a los datos oficiales dificulta la evaluación de la verdadera magnitud de la crisis, pese a lo cual se estima que el PBI se contrajo más del 12 por ciento en 2016, lo cual implica una contracción acumulada de más del 22 por ciento desde 2013. 

Pero los datos macroeconómicos no alcanzan para reflejar la tragedia cotidiana que atraviesan cada día más venezolanos, a quienes lo que ganan no les alcanza para vivir. Para cubrir las necesidades básicas de una familia en Venezuela se requiere que una persona gane 20.4 salarios mínimos, lo que representa un incremento de 481 por ciento respecto a enero de 2016, y los pronósticos para fines de 2017 no son alentadores, ya que se proyecta una inflación cercana al 680 por ciento. 

En este contexto, y ante su incapacidad para ofrecer respuestas a la población, el gobierno se torna cada vez más represivo y autoritario, incurriendo en el avasallamiento de todas las estructuras del estado, persiguiendo a opositores y reprimiendo manifestaciones en las calles.

Por estos motivos, Venezuela, que tenía un perfil de país de  destino intraregional que lo caracterizó durante varias décadas, pasó a ser en los últimos años un país emisor de personas migrantes. Desde los años cincuenta, Venezuela fue un país receptor, con un pico en los años ochenta, cuando superó el millón de inmigrantes. Posteriormente se produjo un  descenso leve, pero sostenido, hasta el año 2001. Los datos de las dos últimas rondas censales en Venezuela marcan un claro proceso de aumento de la mortalidad, reemigración y retorno de los nacionales de  aquellos países sudamericanos que antes habían hecho crecer el volumen de inmigrantes. Asimismo, aumentó vertiginosamente el número de venezolanos que busca  una alternativa de vida fuera de su país. Los destinos más comunes son Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Panamá, España y Estados Unidos, donde las solicitudes de asilo y trabajo de venezolanos han crecido hasta un tres mil por ciento en el último año.

Actualmente, Venezuela es el tercer país con mayor aumento de migrantes de Latinoamérica, detrás de Nicaragua y Cuba. Más aún, cálculos de la Universidad Católica Andrés Bello precisan que más de dos millones de venezolanos emigraron del país desde 1999, cuando comenzó el gobierno de Hugo Chávez.

Roles invertidos

Cada vez son más los venezolanos que van a trabajar o directamente se afincan en Colombia, al tiempo que se observa un fenómeno de migración interna en Venezuela desde distintos puntos del país hacia las zonas fronterizas. Colombia y Venezuela invirtieron sus roles. 

Ante la crisis venezolana cabe desear que, independientemente del camino que cada país transite para salir de un conflicto, el ejemplo colombiano sea motivador para la región y demuestre que aunque resulte difícil encontrarla, siempre existe una salida.