Este martes, pasadas las 21, La Torre de Tesla (definida por Charly como la analogía de una utopía) ubicada en el centro del escenario del Gran Rex empezó a vibrar cuando el más grande empezó a tocar los acordes de “El aguante” con una guitarra cruda y distorsionada.

Vaya manera de empezar el concierto. La comunión entre los espectadores y Charly giró siempre en torno a una catarata de emociones fuertes y constantes en las que no había utopía posible. Charly estaba ahí. Todos lo vimos, pero sin saber bien que veíamos. Su figura es tan grande y su obra tan extensa que es imposible no viajar en el tiempo a lo largo de todo el repertorio. El amor, la tristeza, el consuelo, el enojo, la angustia, la soledad, la felicidad, la euforia, la alegría y, sobre todo, la libertad.

¿Por qué la libertad? Lo sentí desde chico cuando acompañaba a mi viejo a sus conciertos: Charly siempre nos propuso con su música un viaje a un lugar en el que no existe la vigilancia ni la autoridad. Rebeldía, coraje, generosidad, desobediencia e insumisión. El mundo de Charly vs. el mundo real que muchas veces nos aprieta, nos subordina, nos corta la libertad y el placer. Ese es el gran desafío de ir a ver a Charly. Es el desafío de animarse a sentir. A eso fuimos más de 3000 personas al Gran Rex.

Charly García en el Gran Rex

A una semana de que el músico toque en Rosario, una crónica sobre el recital que acaba de dar en Buenos Aires.https://bit.ly/2olgEN2

Publicada por RosarioPlus en Miércoles, 29 de agosto de 2018

Lo mejor de todo es que, ahora, Charly propone este desafío con un espectáculo que es muy bueno. He visto recitales en los que llegaba muy tarde, en los que se iba antes y recitales en los que casi no podía tocar. Pero lo de ayer fue maravilloso. Se vio un líder conectado con su banda, con su público, con su voz y con sus canciones. Canciones que, gracias a los músicos, sonaron muy bien y permitieron que suceda lo que uno busca cuando se acerca a este tipo de espectáculos: sentir algo.

Ese sentimiento de libertad también nos conecta con su generosidad y solidaridad. A lo largo del show, se sucedieron hermosas referencias a Luis Alberto Spinetta –con el himno Rezo por vos–, Mercedes Sosa y hasta se hizo presente David Lebón, que a los más nostálgicos habrá robado alguna lágrima mientras tocaba Peperina y No llores por mí argentina.

Algunos se preguntarán: ¿qué onda con el público de Charly? ¿Son todos viejos? ¿Van los pibes y las pibas o los más jóvenes ya no escuchan a los históricos de nuestro rock nacional? Qué sorpresa fue para mí ver entre ese montón de gente a gente joven, chicos y chicas de 10, 14, 18, 25 y 30 años disfrutar del contacto con nuestro ídolo.

Nuestro ídolo nos enseñó toda la vida. Y también nos enseña hoy, en estos momentos difíciles para la cultura argentina, que el desafío consiste en no ser condescendiente con un sistema que nos quiere complacientes. Esa es la buena noticia: La juventud yendo a ver a un Charly grande pero sabio, pícaro y valiente como siempre. Y quizás, dentro de poco, podamos decir: al fin llegó la primavera. Ojalá sea en Rosario la semana que viene.

“Chau, gracias. Hasta la próxima” dice Charly mientras termina su inmenso recital con mi tema favorito de siempre: Shisyastawuman. La fortuna y la buena suerte de poder verlo, al menos una vez más. Y sentir que la libertad es posible, también bajo el cielo de la Cruz del Sur.