Las cartas están echadas. Cada vez se conocen más detalles y pormenores de los movimientos que llevaron al peronismo santafesino a una interna que no debió ser. Tal vez, esta interna empezó mucho antes de lo que todos conocieron por estos días. Pero Omar Perotti sabía perfectamente que su vice Alejandra Rodenas, el ex ministro de Defensa Agustín Rossi, su hermano Alejandro (hoy precandidato a concejal en Santa Fe) y el senador provincial Armando Traferri se habían reunido en más de una ocasión a hablar mal de él y su desempeño en la gestión y sobre todo en su manera de conducir al peronismo santafesino. Habían logrado espacios importantes en el gobierno pero la cabeza del Ejecutivo no los registraba. Nunca les dio juego y eso los freezó de una manera intolerable.

El sector de Rossi se embaló mal con la posibilidad de un apoyo nacional y fue a buscar la unidad pero no sin antes mostrarle los dientes a Perotti, y después vino el paso en falso y los cables cortados con la Rosada que desembocaron en la renuncia de un funcionario nacional que se fue ovacionado por su gestión en el ministerio de Defensa. Nada de esto hubiera pasado si el gobernador hubiese tenido un candidato indiscutido o si además, su liderazgo hubiese sido indiscutido. Todos, incluida Cristina Fernández, sabían perfectamente bien los caminos por los que transitaría Perotti, pero su capacidad electoral fue indiscutible y por eso sólo María Eugenia Bielsa se animó a enfrentarlo en 2019.

Su tirria común hacia Rossi ahora los juntó para reformular la estrategia que pone a Marcelo Lewandowski al tope de la lista de precandidatos a senadores nacionales del Frente de Todos. Perotti con Bielsa y La Cámpora, parece mentira pero así es. Sobre todo porque esta interna nace en Santa Fe y no en Buenos Aires y porque se fue moldeando al calor de una gestión que se centralizó en un solo hombre.

Por más apetitoso que suene es pasado. Y demuestra sobre todo que Cristina y Perotti son cultores de un pragmatismo político que es común en estas ligas y que sólo enoja al que pierde en esas movidas. Cualquier debate ideológico al respecto está demás o sólo funciona como mecanismo de respuesta o resignación. Siempre hay heridos y tanto los que “sufren” como los que tiran del gatillo saben a qué juegan. Y es así en todos los frentes políticos. Si no, pregúntenle a Rubén Giustiniani lo que significó rebelarse en su momento y permanecer una década afuera del Partido Socialista hasta el actual retorno al redil del Frente Progresista. O lo pasó el propio Miguel Lifschitz que tuvo que masticar cuatro años de bronca cuando Hermes Binner decidió que su sucesor sería Antonio Bonfatti y no él. O también se lo puede consultar  al actual intendente Pablo Javkin cuando el PS le tiró todo el aparato encima para sacarlo de la carrera hacia el Palacio de los Leones.

No hay internas blandas, todas son picantes porque en la mayoría de los casos se discute poder. Uno se le animó al otro, de lo contrario no hay confrontación. Hoy los dos nucleamientos del Frente de Todos se lanzan formalmente de cara a la sociedad. El sector que orienta el gobernador buscará “kirchnerizarse” un poco más para ir a buscar parte del voto que ya tiene Rossi y del otro lado harán lo inverso -aunque se prevé con más dificultad- para buscar el voto peronista tradicional y algunos independientes que en los últimos comicios se inclinaron por el gobernador.

Ya hay varias encuestas dando vueltas, pero es difícil medir cuando nada empezó y esquivar los números que vienen con determinada intención. El electorado sigue siendo el mismo, el que está golpeado por la pandemia y la inflación. El que sólo ha tenido respuestas parciales a sus problemas estructurales. Y los que van a las urnas en general no saben ni quieren saber de sofisticadas estrategias políticas. A diferencia de lo que pasa en las coaliciones, la gente cuando se pelea lo hace en serio y a veces es para siempre.