Por extraño que pueda parecer, Messias es el segundo nombre del político más controvertido del momento en Brasil, quien cuenta con una intención de voto del 17 por ciento de acuerdo a los últimos sondeos de opinión, lo cual lo sitúa en el segundo lugar por la carrera presidencial.

¿Quién es?

Jair Bolsonaro es un exmilitar que desde 1991 ocupa una banca como diputado nacional por el Estado de Río de Janeiro. Actualmente es miembro del partido Social Cristiano, una agrupación menor pero en crecimiento. Sin embargo, Bolsonaro es un fiel exponente del “transfuga” político brasileño, es decir, del dirigente que cambia de filiación a distintos partidos en el curso de su carrera política, de acuerdo a su propio criterio de oportunidad.

Ideológicamente, Bolsonaro tiene un pensamiento reaccionario en casi todos los frentes. Reivindica la dictadura militar que gobernó entre 1964 y 1985. Defiende la venta libre de armas, la tortura de delincuentes y las ejecuciones extrajudiciales por parte de la policía. Desprecia a las personas homosexuales, a los extranjeros, a los mulatos y a los pueblos originarios. Está en contra de los avances en materia de derechos de género. Pese a todos eso, Bolsonaro seduce a un sector del electorado que no ve una salida convencional a la crisis política, económica y ética que atraviesa el país.

El candidato

Frente al 34 por ciento de intención de voto de Luis Inazio Lula Da Silva y a menos de un año de las elecciones presidenciales, Bolsonaro ocupa un preocupante segundo lugar en las encuestas. Algunos analistas consideran que su candidatura puede desinflarse al exponerse ante sus adversarios a lo largo de una campaña que promete ser áspera. Sin embargo, luego del “efecto Trump”, nadie se atreve a descartar totalmente que un candidato tan radicalizado pueda quedarse con la presidencia del mayor país de Latinoamérica.

Debido a sus exabruptos ha sido comparado varias veces con Donald Trump, un espejo en el que él mismo se identifica. Pero el discurso de este diputado -el más votado en Río de Janeiro en las últimas elecciones- excede incluso los desatinos del presidente estadounidense. 

Su batería de ataques não tem fim. “Los gays son producto del consumo de drogas”. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”. “Los policías que no matan no son policías”. “Las mujeres deben ganar menos porque se quedan embarazadas”. 

Varios de sus ataques llegaron a la justicia. Fue condenado a indemnizar a una diputada a la que le dijo que no la violaría porque no se lo merecía por fea. También debió pagar una reparación a las comunidades descendientes de esclavos negros, de las que dijo que “no sirven ni para procrear”. 

Y ante ese panorama, él no se inmuta. “No serán la prensa ni el Tribunal Supremo quienes van a decirme cuáles son mis límites”, expresó públicamente. A semejanza de Trump, Bolsonaro intenta desprestigiar a los grandes medios de comunicación, a los que acusa de manipular sus declaraciones para atacarlo. Los corresponsales de los medios extranjeros ya comenzaron a pedirle entrevistas, aunque no es raro que los deje plantados a último momento.

El fenómeno de Bolsonaro, se alimenta -como el de Trump- en las redes sociales: sólo en Facebook  cuenta con casi cinco millones de seguidores. Los analistas políticos y sociológicos han tenido que ponerse a revisar las teorías acerca del conservadurismo de los brasileños, además de constatar la desconfianza de una buena parte del país respecto de sus políticos. Un dato llamativo en este sentido es que el 60 por ciento de los votantes de Bolsonaro tienen menos de 34 años, y no conocieron la dictadura militar que él reivindica.

Bolsonaro también obtiene mejores resultados entre los más ricos y escolarizados. Lo que resulta atractivo de su personalidad para numerosos votantes es justamente su discurso antisistema, pese a formar parte activa del Sistema Político brasileño desde hace un cuarto de siglo. Sus seguidores entienden que él es el único que no haría lo mismo que el resto de los políticos si estuviera en el poder. 

La popularidad del exmilitar, que pese a todo lo dicho tiene una imagen negativa en el 33 por ciento de la población, esta estrechamente vinculada a lo “políticamente incorrecto” de su discurso. Sus expresiones mas reaccionarias repiquetean en la cabeza de muchos brasileños como una solución posible. Una de ellas, que reza que “el mejor delincuente es el delincuente muerto”, le granjeo el seguimiento de millones de brasileños atemorizados por la violencia cotidiana de un país con más de 60 mil asesinatos al año. El derechista radical también capitaliza el odio que una parte del país, -sobre todo en un amplio sector de la clase media- ha cultivado contra Lula. Y se mueve como nadie en medio de la histeria moralista que se ha apoderado de una parte importante de la sociedad. No obstante ello, el propio Bolsonaro debe aclarar todavía cómo una parte de los fondos destinados a financiar su ultima campaña, fueron a parar misteriosamente a sus cuentas personales.  

La intolerancia creció en los últimos meses y se tradujo en el hostigamiento a artistas, feministas y miembros del movimiento LGTB. Esas acciones fueron avaladas con entusiasmo por Bolsonaro y sus seguidores. 

Bolsonaro apela a la emocionalidad y no a la racionalidad, una modalidad que esta ganando terreno  peligrosamente en la política occidental.  El “Messias” brasileño alimenta la idea de combatir la violencia con más violencia y su discurso moralizador encontró terreno fértil en una sociedad hastiada de ella y de una dirigencia que cotidianamente le reporta disgustos. 

Pese a todo, las encuestas revelan que una mayoría de los brasileños defienden posiciones progresistas sobre derechos humanos, matrimonio entre personas del mismo sexo o aborto.

Si Brasil estuviera en una situación mas equilibrada y no estuviera atravesando la fenomenal crisis en la que esta sumido, cualquier candidato convencional seguramente lo aplastaría. De hecho, recién emerge ahora, en este contexto particular, cuando hace ya 25 años que se mueve en la arena política. Dicho de otro modo, en un contexto normal, Bolsonaro no sería más que un fantoche de la política. En el escenario de crisis actual, aparece para muchos, como un Messías.