Cataratas de tuits, agresividad discursiva, mentiras disfrazadas de verdad, irritabilidad,
cruzadas contra los medios masivos de comunicación adversos, coqueteos con los
grupos políticos reaccionarios, desprecio público a dirigentes políticos de otros países,
incentivación de la polarización social, y la lista continúa. En todo eso Jair Bolsonaro se
parece a su homólogo estadounidense Donald Trump. Pero las similitudes terminan en la
mera superficialidad, en la estética, no en el contenido. Por más esfuerzos que hagan
admiradores y detractores de uno y otro por asemejarlos, se trata de dos personas muy
distintas.

Parecido no es lo mismo

Bolsonaro podrá parecerse a Trump, pero distan de ser iguales. Carece de su astucia y de
sus probadas habilidades como empresario y negociador. Sin hacer una apología de
Donald Trump, quien para muchas personas en todo el mundo es un dirigente sismático y
deleznable, sería una torpeza no observar que el estadounidense esconde -detrás del
torbellino confrontativo de sus formas- una gran inteligencia y una intuición política que lo
colocó por delante de todos quienes pregonaban las formas políticamente correctas.

Si bien ya se sabe que lo políticamente incorrecto es muchas veces percibido por la
opinión pública como síntoma de honestidad intelectual, resulta suficiente con escarbar un
poco más allá de la superficie para comprobar que eso no es cierto. Como todo político,
Donald Trump a veces dice la verdad y a veces miente. Su principal logro comunicacional
consistió en captar posturas, pensamientos y sentimientos de muchas personas que no se
animaban a decir lo que pensaban en voz alta. Y él las dijo. Para esas personas, Trump
se convirtió en vocero de la verdad frente a una posverdad que resulta ni más ni menos
que un relato hecho a la medida de los grupos de poder que efectivamente son los que
conducen los destinos de empresas, países, sindicatos, religiones, etc.

Pero además, el presidente estadounidense es un hombre conocedor del mundo de los
negocios donde desarrolló una táctica que aún rinde sus frutos: primero golpea y luego
negocia desde una posición de fuerza con un adversario aturdido.

Como si eso fuera poco, Trump se mueve ante los medios de comunicación -los
tradicionales y los no tradicionales, incluyendo redes sociales- como pez en el agua,
producto de su propio paso por ellos durante muchos años, especialmente como
conductor de El aprendiz.

Además, Trump parece tener muy claro cuando y contra quienes dirigir sus exabruptos. No se lo escucha ni se lo lee defender una dictadura, aunque de hecho lo haga con
aquellas que son afines de los intereses estadounidenses.

Todos estos instrumentos le sirvieron a Trump para convertirse en presidente, para
obtener unos resultados aceptables en las elecciones de medio término el año pasado y
para aspirar a la reelección el año entrante. Del otro lado, está Bolsonaro.

No por peinarse a la gomina se canta como Gardel

Alejandro Dolina relató en alguna oportunidad que el célebre poeta Víctor Hugo tenía
predilección por las manzanas asadas con crema. Luego agregó que muchas personas
compartían esa misma predilección culinaria, pero eso no las dotaba de una pluma
prodigiosa como la del reconocido escritor. Aplicó la misma idea al famoso peinado a la
gomina de Carlos Gardel. No por peinarse igual, una persona adquirirá la privilegiada voz del Zorzal Criollo. Algo semejante sucede con Trump y Bolsonaro. El Trump
aparentemente imprevisible, el tuitero serial, el de los raptos de verborragia agresiva, es
un hombre preparado que genera conflictos deliberadamente porque el caos y la
conflictividad son los ámbitos en los que desea moverse. No hay que equivocarse, Trump
provoca el conflicto porque prefiere moverse en él.

Por el contrario, a Bolsonaro le estallan los conflictos en la cara y reacciona de mala
manera ante ellos por que no fueron buscados y porque tampoco él tiene otra respuesta
mejor para ofrecer. Porque en última instancia, Bolsonaro carece de la inteligencia y de la
habilidad en los negocios que a Trump le sobran. Muestra de ello fue como no pudo
asimilar la derrota de su aliado Mauricio Macri en Argentina y su fastidio más allá de lo
habitual no ya con un resultado inconveniente para él, sino con la decisión soberana del
pueblo argentino. Otro ejemplo de cómo el presidente se ofusca con la realidad fue su
reacción frente a las revelaciones de la Rede O Globo de que uno de los sicarios
señalados como presunto asesino de la concejal Marielle Franco, habría accedido al
edificio donde vivía Bolsonaro. Habría sido alguien desde su propio departamento quien le
habría abierto la puerta a través del portero para que accediera a una reunión con quien
está señalado como el otro sicario. Dicho sea de paso, el sicario y el actual presidente
brasileño, compartieron hasta diciembre del año pasado el mismo condominio, lo cual no
quiere decir que necesariamente Bolsonaro esté implicado en el asesinato de Franco,
aunque la reacción del mandatario lejos de aplacar las sospechas, las avivó.

Under pressure

Trump y Bolsonaro estarán próximamente sometidos a una presión extrema. Trump
porque apunta a su reelección en los comicios del 2 de noviembre del año entrante y el
panorama no supone que vaya a ganar fácilmente. Además de los dos competidores que
asoman entre los demócratas -Joe Biden y Elizabeth Warren- parece inminente el
lanzamiento de Michael Bloomberg, el multimillonario exalcalde de Nueva York de 77 años
que supondría una nueva amenaza para el presidente. Todo ello sin contar que un pedido
de juicio político contra él prospera en la Cámara de Representantes, aunque esa podría
ser un arma de doble filo para los demócratas que podría a la larga beneficiar a Trump.

Bolsonaro, con baja popularidad -sólo el 29 por ciento aprueba su gestión de gobierno- y
con un contexto de alianzas regionales en proceso de desmoronamiento, deberá enfrentar
la inminente libertad de Luis Inazio Lula De Silva. Se espera que, una vez libre, Lula
movilizará masas en las calles y traccionará votos para los comicios municipales de 2020.

Pese a que los datos de la macroeconomía parecen comenzar a sonreirle a Bolsonaro,
habrá que observar con cuidado si él tiene la capacidad de trasladar las buenas nuevas a
las percepciones sociales o si seguirá como hasta ahora, destilando enojo.Pero recuérdese, al menos hasta ahora, el enojo de Trump ha sido estratégico. El de Bolsonaro, una mera consecuencia de la frustración frente una realidad que le disgusta.