No caben dudas que el fútbol es parte de la vida cotidiana y, además, ha sido un elemento para la construcción de la identidad nacional desde las primeras décadas del siglo pasado. Desde los años 20 se fue constituyendo como un componente muy importante en la vida de los argentinos. Entre 1945 y 1955 fue un momento crucial para la incorporación de los sectores populares al deporte que, junto con la educación y la propaganda estatal intentaba afirmar la identidad nacional.

Beatriz Sarlo plantea que en la actualidad las instituciones que producían nacionalidad se han deteriorado o han perdido sentido, pasando a primer plano otras formas que existieron antes, pero nunca tanto como hoy ya que cubren todos los vacíos de creencia. Por tanto, en la llamada posmodernidad que estamos viviendo, el fútbol opera como aglutinante: es fácil, universal y televisivo. O visto de otra manera, a través del fútbol se incluye a quienes de otra manera se excluye.

Pablo Alabarces en su obra “Peligro de gol” señala que el deporte hoy es la principal mercancía massmediática, el género de mayor facturación en la industria cultural y el espectáculo de mayor audiencia de la historia de la televisión.

Ya la ilusión de “M´hijo el dotor” y la educación como motor de ascenso social, plasmado en la obra de F. Sánchez, deja paso a otras formas legitimadas de progreso y este deporte es una de ellas. Maradona, Tevez, Messi, entre otros, son claros ejemplos de ello. Esto podría servir para focalizar al deporte como un punto de vista para pensar y reflexionar acerca de las sociedades actuales y el lugar que cada uno ocupa en ellas.

Históricamente el fútbol es un juego de hombres; incluso, la mirada al deporte ha sido construida desde el lugar del varón, resultando muy dificil la integración de géneros.

Rastreando en la historia, a partir del siglo XIX, la institucionalización del fútbol pasó por instancias tales como la escolarización, el esparcimiento y luego la profesionalización. Mujeres, varones y niños compartieron los dos primeros momentos, pero, con el tiempo, la práctica y su representación constituyeron parte del mundo masculino con reglas y valores que pertenecen a su dominio. En este sentido, Archetti afirma que el fútbol, en tanto arena expresiva, constituye el ethos masculino, que afirma su virilidad. De allí los cánticos en la cancha, en tanto ritual de hombres, de “hijos nuestros” o acerca de sometimientos sexuales.

Sin embargo, y a pesar de lo planteado, hoy por hoy, la mujer no sólo va al estadio, sino que es un valor preciado que circula en la agenda de los medios y conduce programas de televisión dedicados especialmente al tema.

Ellas, junto a los hombres, fueron construyendo las identidades locales, a través de un “sentimiento” compartido entre los que siguen a un equipo. Para ambos la cancha es un espacio que les pertenece y que pueden administrar con sus propias reglas. Basta una recorrida por las calles rosarinas los domingos de clásicos para ver que el fútbol es una pasión permanente y suprema. Binellos afirma que un repertorio de creencias, estilos y valores y símbolos producen procesos densos y dinámicos de sentimientos identitarios: historia común de campeonatos vividos, de triunfos, de gloria y sufrimientos.

Ahora bien, muchas veces el lugar que ocupa la mujer en los Mundiales de fútbol decrece por cuatro años y sólo participan en la carnavalización que acompaña a estos eventos, en tanto se disfrazan o adoptan ciertas actitudes, siendo este carnaval una ruptura con la hegemonía o un desahogo popular contenido que, ayudado por los medios, se convierte en una puesta en escena futbolística. Y pasado el mes en el que el fútbol es protagonista la emoción decrece, como decrecen las publicidades, las interpelaciones políticas y comerciales.

Pero más allá del lugar que ocupa cada mujer en el fútbol, más allá de los procesos de negación y exclusión que pretenden algunos hombres respecto de ella en el tema y, sin desconocer que lo masculino es parte de las prácticas y de los significados de este juego, el fútbol ya es un terreno conquistado por el género femenino.

El deporte, como todo proceso social, no es algo dado y permanente, sino, por el contrario, dinámico. Por ende, al decir de Hall, las mujeres y sus prácticas en el escenario futbolístico aparecieron en las fisuras y las grietas de las formas dominantes masculinas.

El espectáculo deportivo se vuelve a inaugurar una vez más en pocos días. Un nuevo ritual nacional operará como la articulación entre el deporte y los argentinos. Aprovechar el mundial de fútbol para disfrutar de un buen espectáculo es una opción válida, retomarlo para pensar qué sociedad tenemos y queremos debería ser una obligación de todos los que la conformamos. El juego ya empezó.