En materia de Derechos Humanos, el Gobierno nacional también aplicó el gradualismo. Desde aquella recordada editorial del diario La Nación, donde a dos días del triunfo electoral ya se le pedía a Mauricio Macri que empezara a mandar a sus domicilios “por razones humanitarias y de salud” a los represores condenados por terrorismo de Estado; hasta este presente en el que algunas de esas sugerencias empiezan a materializarse. Claro que gradualmente. No son pocos los que recuerdan también que en la primera semana en funciones el ministro de Trabajo Jorge Triacca concurrió a una misa homenaje de un militar muerto en una acción de la guerrilla.

Pero aún este gobierno sabe que la sociedad civil entera –y no sólo la militancia de izquierda y los sectores más politizados- no está dispuesta a soportar gestos negacionistas del pasado y mucho menos transitar un camino sin retorno hacia la impunidad. Por eso disfrazó su decisión de ir mandando represores a sus casas con la necesidad de ir liberando espacios en los distintos penales. Mandó al Servicio Penitenciario a elaborar listas para cada lugar y, oh casualidad, entre esas nóminas había decenas de represores y entre ellos uno de los más conocidos: Alfredo Astiz.

El gobierno no habla de Derechos Humanos, no tiene discurso para eso y sabe que es un terreno que lo complica innecesariamente. Sólo aparece el tema como brulote cuando a algún diputado de Cambiemos le recuerdan el pasado de su familia asociada a la sangrienta dictadura militar. Lo único que intentó, en un principio, fue tratar de instalar que el kirchnerismo había lucrado políticamente con el tema. No resultó.

Pero avanza a paso lento sacando presupuesto oficial a los abogados querellantes, retrasando causas en todo el país, desfinanciando los archivos de la memoria y otras tantas medidas más. En silencio, limpia el terreno para trazar el camino hacia la impunidad en la Argentina. Para este gobierno la dictadura es el pasado y –quedó demostrado- este gobierno odia y desconoce al pasado. Por eso puso animalitos en los billetes, por eso el presidente confunde Rivadavia con San Martín. Porque el pasado no le conviene, no lo deja bien parado.

Porque un pasado riguroso tendría que decir obligadamente que este es el modelo económico por el que hubo que asesinar y torturar a tanta gente para imponerlo. Hoy la violencia ya no es necesaria y ese es un avance notable de la democracia argentina. Pero los objetivos económicos siguen siendo los mismos de siempre.