Si de algo sabe este gobierno de Cambiemos, es de inventar enemigos y guerritas. Pueden ser docentes bonaerenses, pilotos de aerolíneas, mapuches o –ya se vió- lumpenanarquistas. También árabes del Hezbollah, aunque sean los hijos de los “turcos” de al lado que viven hace 40 años en el mismo barrio. No se trata de minimizar la violencia, pero sí de establecer cuándo la misma es utilizada y alimentada por quien supuestamente dice combatirla.

Los mecanismos de desacreditación sindical fueron puestos en marcha desde el inicio de la presidencia de Mauricio Macri. Si eran gremios amigos como la Uatre del Momo Benegas, no importaba que sea un corrupto impresentable. Hasta Hugo Moyano fue rubio y de ojos celestes en un comienzo, hasta que se pasó al bando contrario y se kirchnerizó con ganas en los últimos tiempos. Obvio, más por conveniencia que por convicción.

Pero lo importante es ocultar lo que realmente buscan esas peleas gremiales. Cuando el presidente dice irresponsablemente que la ciudad de Buenos Aires se inunda por la “plata que se destina a mantener a Aerolíneas Argentinas”, oculta que en realidad el paro de los gremios aeronáuticos que fue tildado de salvaje persigue la idea de conservar los derechos laborales conseguidos. En este caso la “guerra” es para imponer el modelo Flybondi, una aerolínea que parece tomarnos el pelo ya desde el nombre mismo. Pilotos y aeromozos precarizados, con menos salarios, sin horas extra y –por supuesto- menos inversión para las tareas de mantenimiento y seguridad.

Obvio que la gente tirada en los aeropuertos por horas comenzará a odiar a los sindicatos aéreos; y hasta alguno con mayor conciencia se preguntará por qué no buscan otra forma de protesta. Es una pregunta razonable, pero tiene respuesta inmediata cuando nos informamos que nunca atendieron desde la acéfala Secretaria de Trabajo a ninguno de los dirigentes gremiales del sector. Los están desgastando y enfrentando con la gente. Es muy evidente, sin embargo cuesta horrores que se vea.

Es tan alto el tupé presidencial que Macri lo despidió a Jorge Triacca diciendo que ya buscaría a otra persona que “siga dándole tanto a los trabajadores como le dio Jorge”. Ser ministro o secretario de Trabajo o de Producción en este gobierno, es como ser almirante en Bolivia.

Algo parecido pasa con los docentes. Han logrado –y aquí no son los primeros- que gran parte de la población odie a los maestros. ¿Qué destino puede tener una sociedad que se enfrenta a sus maestros, responsables de la educación de sus hijos?

En este caso, el oficialismo también utiliza una herramienta extraída del arcón de Durán Barba y que le ha dado muchos resultados. La anécdota. Parece funcionar siempre. Es así entonces como, por ejemplo, el concejal Roy López Molina cuenta  y se muestra en redes sociales con una maestra a la que visitó y elogia personalmente por su sacrificio. Pero es su mismo gobierno el que recorta partidas y desacredita a los maestros que pelean por sus derechos y salarios. Queda claro que la visión de la maestra ideal es la abnegada que ni piensa en su salario, que protagoniza un martirologio prolongado en pos de los alumnos, sin quejarse jamás.

También funciona con “Pedrito” un niño chaqueño o santiagueño –da lo mismo- que viaja descalzo por kilómetros para asistir a su escuela rancho sin perderse ni una sola clase. La meritocracia que propone la salvación individual para suprimir los peligrosos sueños colectivos.

También hay un marketing de la violencia, el terrorismo y la inseguridad. En ese marco una improvisada terrorista anarquista que está grave por sacarse una selfie mientras pretendía instalar una bomba casera; tiene que ser aumentada y exagerada para que se valore la respuesta en ese sentido. Más que nada en el marco de la reunión del G20 en Buenos Aires.

Lo mismo pasa con el narcotráfico, cada hecho es publicitado como si fuera un golpe letal a las drogas, aunque se trate casi siempre de perejiles pobres que quedan enganchados en ese delito. No es que haya que perdonar ninguna de estas actitudes que son contempladas claramente con penas en el código, pero es prudente y saludable poner a cada una de ellas en su real dimensión y establecer claramente qué hay detrás de cada enfrentamiento real o inventado.