Un nuevo frente de conflicto asoma entre las principales potencias militares del planeta, esta vez en una región con fuerte impacto sobre el ambiente.

El Océano Ártico se ha convertido en el foco de un nuevo frente de disputa geopolítica entre las principales potencias globales, que pujan por hacerse con un pedazo de su enorme valor como ruta comercial y fuente de recursos naturales no explotados. Colateralmente, la afectación de esa zona en una disputa, podría tener consecuencias preocupantes respecto a lo que refiere al calentamiento global.

El secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, anunció hace poco tiempo que su país no tolerará acciones agresivas por parte de Rusia y de China en esa región, a la que calificó como los canales de Suez y Panamá del siglo XXI, debido a su potencial para reconfigurar el mapa del comercio internacional.

El Océano Ártico alberga el 13 por ciento de las reservas mundiales no descubiertas de petróleo, el 30 por ciento de las reservas de gas y tiene abundancia de uranio, oro, diamantes, diversidad de minerales y millones de kilómetros cuadrados de recursos sin explotar.

Pompeo participó recientemente en una reunión ministerial del Consejo Ártico -formado por Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y los Estados Unidos- celebrada en la ciudad finlandesa de Rovaniemi. En ella no hizo ninguna referencia al cambio climático, y prefirió concentrarse en los beneficios que aportaría el uso de nuevas rutas comerciales árticas. Ellas permitirían reducir el tiempo de viaje entre Asia y Occidente en hasta 20 días, lo que hace del área un jugoso corredor comercial global.

El malo siempre es el otro

Un informe realizado por Washington en noviembre de 2018 sostuvo que, pese a que hay un bajo nivel de amenaza militar en el Ártico, existe la necesidad de fortalecer la presencia militar en la zona para salvaguardar los intereses de Estados Unidos. ¿A qué se refiere el informe?

China invirtió alrededor de 90 mil millones de dólares en la región ártica entre 2012 y 2017. Construyó un rompehielos y mantiene presencia en la zona. El gobierno estadounidense considera que al igual que en otras regiones del planeta -como el sur de Asia o algunas regiones de África- el gobierno chino despliega un comportamiento agresivo en el Ártico.

En realidad, el gobierno de los Estados Unidos tiende a escudarse en la supuesta preocupación por que el frágil ambiente del Ártico no quede expuesto a la misma devastación ecológica causada por la flota pesquera china en los mares frente a sus costas o por la actividad industrial no regulada en su propio país. Sin embargo, lo que lo preocupa verdaderamente es que los intereses estadounidenses en esa estratégica región se vean superados por la presencia de chinos y rusos.

Al gobierno de Vladimir Putin se lo acusa de utilizar la región ártica para expandir su poder militar gracias a su flota de buques rompehielos, lo que supone para Pompeo un nuevo factor desestabilizador para la seguridad mundial.

Desde que en 2014 abrió una vieja base militar en la zona ártica de los tiempos de la Guerra Fría, Rusia ha renovado todos sus emplazamientos en la región, y ha construido 475 nuevas bases áreas, militares, y puertos de gran calado.

Asimismo, el gobierno ruso intenta demostrar que las cordilleras subacuáticas Lomonósov y Mendeléiev son la extensión natural de la plataforma continental de Rusia, hipótesis que, de ser confirmada, permitiría a Rusia reivindicar en el futuro los derechos exclusivos sobre la explotación de los recursos minerales en esa zona.

Ante los avances chino y ruso en la región, lo que hace Pompeo es plantear que el gobierno de su país se prepara para dar batalla, no porque le preocupe la preservación del ambiente, sino porque no quiere quedarse afuera del reparto de rutas comerciales.

Al diablo con el ambiente

Lo cierto es que las tres potencias tienen puesto su interés en el hecho de que el deshielo del Ártico abrirá nuevas posibilidades para explotar sus recursos naturales. En el lecho marino del Ártico se encuentra el 25 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y gas natural. También el estaño, manganeso, oro, níquel, plomo y platino están presentes en grandes cantidades.

Algunas investigaciones señalan que el Ártico puede quedar libre de hielo por primera vez en la historia de la Humanidad hacia 2040 o tal vez antes. Son numerosos los científicos que están preocupados por el ascenso de las temperaturas en el Ártico, porque podrían causar que grandes cantidades de agua fría derretida entrase en el Atlántico Norte, perturbando los patrones de corrientes oceánicas globales. Potencialmente podrían ocurrir después drásticos cambios en el clima de la Tierra.

En no más de cincuenta años, el océano Ártico será perfectamente navegable durante el verano. De hecho se sabe que el espesor de la capa de hielos del océano Ártico disminuyó un 40 por ciento durante los pasados cincuenta años y los resultados indican que si esto continúa, la fusión de los hielos será más rápida cada vez, culminando con la desaparición de éstos durante el verano, con serias consecuencias para el equilibrio ecológico de la zona y para el hábitat de ciertas especies, como el oso polar que necesita de esas capas de hielo para sobrevivir y cazar sus alimentos.

Otras preocupaciones se refieren a la contaminación radiactiva del océano Ártico por, concretamente, los residuos radiactivos rusos en el mar de Kara y por pruebas nucleares realizadas durante la época de la Guerra Fría en lugares como Nueva Zembla.

Los gobiernos de Rusia, China y los Estados Unidos no parecen sin embargo demasiado preocupados por el futuro ambiental del planeta, aunque sus autoridades saquen a relucir el asunto sólo para ponerle límites al otro.