Wuhan es la ciudad capital de la provincia de Hubei, en la región central de China. Allí es donde supuestamente se produjo hacia fines del año pasado el brote de Covid-19 que en poco tiempo se desparramó por todo el planeta. Aún queda por demostrar si el virus surgió efectivamente en China o, como han dado a entender las autoridades del país, podría haber sido implantado. Al comienzo, las cifras de contagiados y muertos en China alarmaron al mundo. Pero desde hace poco tiempo, los datos conocidos en Occidente superaron y opacaron lo ocurrido en el Gigante Asiático.

Las cifras que el gobierno chino ofrece a la Organización Mundial de la Salud (OMS) prácticamente se estancaron en torno a los 81 mil quinientos casos y a los 3 mil trescientos muertos, mientras que los Estados Unidos, Italia y España superaron largamente la cantidad de contagiados y de muertos.

Días atrás, un informe de la inteligencia estadounidense que fue filtrado parcialmente a la agencia de noticias Bloomberg, expresó que el gobierno chino habría ocultado el alcance real del virus falseando la cifra de muertos e informando menos casos que los realmente alcanzados.

Entre las conjeturas y la realidad

Tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales comenzaron a proliferar las conjeturas que alimentaron tanto a los escépticos que ponen en duda las estadísticas oficiales de China como a quienes sostienen toda clase de teoría conspirativa.

Sólo un día después de conocerse la filtración del informe de inteligencia estadounidense, las autoridades chinas acusaron al gobierno de los Estados Unidos de intentar resposabilizar a China por el alcance del brote de Covid-19 en el mundo. Más aún, fueron las propias autoridades chinas las que dejaron entrever que el virus podría haber sido una suerte de ataque perpetrado desde fuera.

Es importante en este punto hacer un esfuerzo por anclarse en la información circulante con cierto grado de credibilidad. Desde la agencia Bloomberg se hizo público que al menos tres funcionarios estadounidenses confirmaron la existencia del informe clasificado de inteligencia, que pidieron no ser identificados y no ofrecieron más detalles respecto del contenido exacto del documento. Dos de ellos sostuvieron que el informe concluye que las cifras chinas son directamente falsas.

Puede pensarse que el informe de la inteligencia estadounidense también podría estar viciado, ya fuera por intencionalidad de responsabilizar a China, ya fuera por afán de distraer la atención respecto de los desaciertos del propio gobierno de Donald Trump. Sin embargo, existen otros reportes tendientes a confirmar que las autoridades chinas maquillaron las cifras del alcance de coronavirus en el país.

La semana pasada, la revista Caixin, uno de los medios más respetados de China y con una destacada cobertura de la crisis sanitaria del Covid-19, publicó fotos de cientos de urnas apiladas en uno de los crematorios de Wuhan. El conductor de un camión de reparto declaró al medio haber entregado 5 mil urnas en dos días solamente para el crematorio de uno de los ocho distritos de la ciudad. Fue sobre la base de ese articulo que se produjeron la mayoría de las conjeturas y los cálculos que pusieron en duda las estadísticas oficiales.

Cuando desde la cadena Bloomberg se pusieron en contacto con los crematorios de los ocho distritos de Wuhan, no obtuvieron ningún dato. Así vuelve a ponerse en la palestra un tema central, y es el de la manipulación de la información por parte de los gobiernos. Aquellos de países con sistemas políticos democráticos, siempre encontrarán un límite a la manipulación de datos, estadísticas e información. Los gobiernos de países autoritarios pueden manipular casi todo, casi todo el tiempo.

Regular la información

Es bastante realista pensar que en cualquier país, democrático o autoritario se intentará regular el flujo de la información para evitar el caos, la paranoia y la histeria colectiva. Pero en lo que a China y a los Estados Unidos se refiere, hay una puja de poder que aparece como otra variable a tener presente. Cuando desde los Estados Unidos se señala el presunto encubrimiento de China en el comienzo de la pandemia y luego se establecen dudas respectos de las estadísticas reales y la efectividad en el combate contra el virus, no hay espacio para la inocencia ni para la casualidad. No puede perderse de vista que, en un año electoral, el gobierno de Donald Trump hará lo imposible por despegarse de su titubeante respuesta inicial ante el virus, de su error al descartar al Obama Care como un instrumento que habría sido valioso para proteger la salud pública de los sectores más vulnerables, y de cualquier responsabilidad relacionada con el hecho de que los Estados Unidos encabecen la lista de contagios y ciudades como Nueva York se encuentren al borde del colapso sanitario. Si bien es cierto que Trump moderó su retórica acusatoria contra China después de denominar al Covid-19 de manera estigmatizante como el virus chino, referentes del partido republicano han continuado con esos ataques.

Del otro lado, el gobierno chino intenta purificar su imagen inicial en todo lo relacionado con el virus. De ser el epicentro de la epidemia en Wuhan, las autoridades apuntan a que el país -con las imágenes compartidas por todo el mundo de las duras cuarentenas y la ciudadanía enclaustrada en sus hogares- se convierta en el modelo a imitar,  a partir del veloz control de la enfermedad. En las últimas semanas el gobierno chino informó que los nuevos contagios locales han llegado casi a cero y que los nuevos casos son o bien importados de otros países -motivo por el cual se ha limitado el ingreso de extranjeros al país- o bien asintomáticos. Sobre el principio del supuesto control del virus, el gobieno chino está desplegando todo su poder diplomático mediante el envío de materiales sanitarios a numerosos países afectados por el Covid-19.

Independientemente de las sospechas que recaen sobre China y de la mirada crítica que pueda hacerse sobre el accionar en los Estados Unidos -otrora un país modelo en el combate de males globales- queda la impresión de que la punta del ovillo de las eventuales soluciones a la pandemia y muy especialmente, la maduración social necesaria para enfrentar esta y otras crisis, difícilmente se encuentre en cualquiera de esos dos países. Quizás deba buscarse en aquellos otros que, con democracia, responsabilidad y participación ciudadana, están ofreciendo muestras genuinas de la  conducción de la pandemia, a saber, Corea del Sur, Singapur y Japón, entre otros.