La última semana Joe Biden, el expresidente de Barack Obama y actual candidato a la presidencia de los Estados Unidos, develó el último misterio que quedaba previo a las elecciones del 3 de noviembre: quién lo acompañaría en la fórmula para enfrentar a Donald Trump. 

La elegida fue Kamala Harris. En palabras del propio Biden el día que anunció a su acompañante, Harris es hija de inmigrantes y ha vivido en persona los desafíos que significa crecer como una mujer negra e indio-estadounidense. Pero por sobre todas las cosas, Harris es la esperanza  encarnada de muchas niñas y mujeres estadounidenses de romper de una vez por todas el techo de cristal. Algo que no pudo lograr Hillary Clinton. Algo que parece una quimera en un país que -pese a proclamarse cuna de la libertad- aún no puede desandar con determinación una historia de racismo, xenofobia y machismo.

¿Por qué Kamala?

Más allá de las circunstanciales conveniencias de campaña, que suponen una ventaja contar con una mujer exitosa, hija de inmigrantes y afroamericana en la fórmula presidencial, Kamala es dueña de las virtudes y las elecciones propias que la llevaron al lugar en el que se encuentra. A sus 55 años Harris es abogada especializada en ciencias políticas y economía y protagonista de una notable carrera como fiscal primero en la ciudad de San Francisco, luego en el Estado de California -el más poderoso del país- y es actualmente senadora. En palabras del propio Biden, es inteligente, fuerte, tiene experiencia y es una luchadora de la columna vertebral de este país: la clase media. Y agregó que ella sabe cómo gobernar, sabe cómo tomar decisiones difíciles. 

Pero también está lo que Biden no dice pero queda en evidencia. Kamala Harris está lejos de ser una figura con bajo perfil como las que suelen requerirse para el cargo y es el opuesto que compensa a Biden prácticamente en todo. Su energía, su juventud, su agudeza discursiva y su ambición,  contrastan notoriamente con las características propias de Biden, quien cumplirá 78 años en noviembre, es dueño de una mesura rayana en el aburrimiento y permite leer entre líneas que la suya es una candidatura de transición. Vista de este modo, la elección de su compañera de fórmula bien podría ser entendida como la elección de su sucesora en la presidencia de los Estados Unidos.

Biden conoce a Harris desde su época como fiscal general en California, cuando trabajó estrechamente con su hijo Beau, quien trabajaba como fiscal en su propio Estado, y falleció de cáncer cerebral en 2015. El candidato a presidente ha recordado públicamente y con orgullo como junto a su hijo, Kamala enfrentó a los grandes bancos, ayudó a la gente trabajadora y protegió de abusos a mujeres y niños. Estos relatos muestran que su elección se funda no solamente en las virtudes políticas de Harris, sino también en la comodidad de compartir un espacio con alguien conocido y que eventualmente supondría un relevo casi familiar.

Para el partido demócrata, Kamala supone una candidata óptima. Tiene experiencia en campaña, primero como senadora y luego como precandidata presidencial. Es sociable y fluida, sabe manejarse en campaña, estrechar manos y ofrecer varios discursos diarios, algo de lo que carecía su adversaria para llegar a la candidatura vicepresidencial, la diplomática Susan Rice.

Harris también tiene la habilidad de saber adaptar su imagen al contexto político. Pese a su reputación de dura en la lucha contra el crimen y el narcotráfico cuando era fiscal, es ahora una de las más enérgicas defensoras de las leyes de justicia racial en el Congreso. La senadora presenta su pasado en la abogacía como una experiencia que le ha permitido entender las fisuras del sistema penal de justicia, que ahora apuesta por reformar.

Kamala también tiene un aura que recuerda a Barack Obama. La historia personal de ambos refleja la sensibilidad a flor de piel que cunde al menos en un sector de la población estadounidense por estos días. De padre jamaicano y madre india, Harris ha sido la primera mujer en ocupar la fiscalía de San Francisco y luego la de California. Un hito en un país donde ocho de cada diez fiscales son hombres y nueve de cada diez, son blancos. Harris es, además, la segunda mujer negra que ocupa un escaño del Senado. Kamala Harris se convirtió además en la primera mujer arfodescendiente de la historia de los Estados Unidos en formar parte de una fórmula presidencial.

Simultáneamente se trata de una moderada afín al establishment demócrata. Sus casi cuatro años en el Congreso la convierten en un vehículo de comunicación entre los poderes ejecutivo y legislativo, una característica que se espera que cumpla con eficiencia un vicepresidente. 

En el sistema presidencialista estadounidense, la vicepresidencia es generalmente decorativa, elegida para compensar los puntos débiles del candidato. El propio Biden aportó en su oportunidad lo que le faltaba a Barack Obama: experiencia en política exterior y relaciones con el partido republicano. Pero el cargo también ha servido muchas veces como trampolín para alcanzar la presidencia, ya fuera por fallecimiento del mandatario o por cálculo político. Así sucedió con Harry Truman, Richard Nixon, Lyndon Johnson, Gerald Ford y George Bush padre. También podría resultar para Joe Biden.

Harris es también funcional a una estrategia política en la cual será ella sea quien ataque a Donald Trump, reservando para Biden el rol mucho más sereno, moderado y conciliador que la hora requiere, y que coincide plenamente con la personalidad del candidato.

La aparición de Harris en la campaña y lo que seguramente será un creciente protagonismo, compensará las apariciones públicas del candidato demócrata que han sido bastante limitadas debido al peligro que implicaría una alta exposición ante el contexto signado por la pandemia de Covid-19 y teniendo en cuenta que él pertenece a la población de riesgo. 
Además, Biden tiene una prolongada trayectoria política pero siempre se destacó como un político que habla más de la cuenta, lo cual lo ha llevado a exageraciones y errores que sus colaboradores han intentado disimular.

Hay quienes sostienen que Biden estaría planeando su mandato como único, a modo de transición entre la era Trump -caracterizada por la polarización discursiva y el enfrentamiento social y cultural- y una nueva era caracterizada por un nuevo encuentro social, la efectivización de los derechos civiles y la igualdad de género. Kamala parece ser una representante ideal de esa nueva era. Más aún, hay quienes predicen una eventual presidencia de Biden con el mandatario recluido en su despacho firmando decretos y que solo aparecería para dar los discursos de rigor. En ese caso, la atención se focalizaría en Harris.

Campaña al rojo vivo

Falta transitar la nominación oficial de las fórmulas presidenciales demócrata y republicana en las convenciones partidarias respectivas. Esta vez, será un mero trámite sin sobresaltos. Pero hasta el 3 de noviembre, cabe esperar una campaña áspera. En ella, Kamala Harris no será una espectadora, será protagonista. 

Ya le pidió a Trump y al vicepresidente Mike Pence que asumieran la responsabilidad por la controvertida gestión de la pandemia. Con más de 5 millones de infecciones reportadas y 165 mil muertes como consecuencia del Covid-19, meses después seguimos sin un liderazgo o plan real del presidente de los Estados Unidos sobre cómo controlar esta pandemia. No hay ayuda real para los gobiernos estatales y locales, que intentan llenar el vacío de liderazgo de la Casa Blanca, expresó Harris.

Con una clara ventaja en los sondeos de opinión en casi todos los Estados decisivos y a nivel nacional, los demócratas buscan un camino seguro, centrado y previsible en el que Donald Trump sea quien cometa los errores. Esperan que el presidente continúe con los insultos y las descalificaciones: ha llamando a Kamala Harris nasty (asquerosa en inglés). Biden y ella aspiran -desde la compostura y el decoro de la política americana tradicional- a convertirse en los artífices de una nueva unidad nacional. 

Queda por delante una campaña en la que podrá verse y oírse de todo. Habrá que guardar un espacio para el asombro