Sería imposible agotar todos los temas en esta reseña, especialmente en una época tan cambiante y volátil como la actual. Sin embargo, hay algunos temas que indudablemente afectarán, en mayor o en menor medida,  la vida de todos los habitantes del planeta. A continuación, los principales.

¡Siempre es la economía, estúpido!

Todo parece indicar que la economía global en 2017 se parecerá a la de 2016. Las estimaciones de crecimiento global para el período se situarían entre el 2,5 y el 3 por ciento. Los países que aparecen como “puntas de lanza” del crecimiento económico planetario serán India y China con cifras cercanas 7,5 por ciento y al 6,5 por ciento respectivamente. En tanto que la primera economía global, la de los Estados Unidos, podría alcanzar un crecimiento del 2 por ciento.

Un síntoma de la mejoría estadounidense es que tras casi una década de no haber aumentado los tipos de interés, desde diciembre de 2015 ya subieron dos veces y la Reserva Federal anunció tres aumentos más. Sin embargo, los aumentos en las tasas de interés estadounidenses suelen no ser una muy buena noticia para el resto del mundo, porque un importante flujo de capitales globales va a refugiarse allí en vez de volcarse al sector productivo.

No obstante lo dicho, Europa y Japón alcanzarían un crecimiento más moderado, pero crecimiento al fin. La economía latinoamericana -hasta ahora en contracción- retomaría la senda del crecimiento con un avance estimado del 1,5 por ciento o levemente superior, siempre atado a lo que suceda con la economía de Brasil y Argentina principalmente. No debe olvidarse sin embargo, que estas cifras de crecimiento se refieren a la macroeconomía y no a la microeconomía, es decir, que en el bolsillo del caballero y la cartera de la dama, ese crecimiento pasará prácticamente desapercibido.

En síntesis, la economía global tiene una ligera tendencia a mejorar. No crece aún como lo hacía previamente a la crisis económica y financiera de los países centrales en 2008 y demorará bastante en alcanzar esos niveles, pero 2017 será un año de mejoría, siempre y cuando la incertidumbre política no erosione las expectativas de crecimiento económico. En tal sentido, la desconexión del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), constituye un interrogante. Solamente se sabe que el proceso comenzará en marzo y podría demorar dos años. Lo demás es incógnita tanto para británicos como para el resto del bloque comunitario y eso podría traccionar en contra de los intereses económicos del viejo continente. También podría impactar negativamente el desarrollo de la crisis ucraniana, que mantiene a los europeos en abierta confrontación con Rusia, su principal proveedor de recursos energéticos.

Pero el mayor factor de incertidumbre global comenzará a revelar sus verdaderas intenciones desde el 20 de enero. Tiene nombre y apellido.

Donald Trump, el nombre de la incógnita

La distancia existente entre el discurso del presidente electo de los Estados Unidos y su praxis política puede oscilar igual que los matices de gris existentes entre el blanco y el negro. Pero desde el momento en que Barack Obama le transfiera el mando, las incógnitas comenzarán lentamente a disiparse. Sin embargo, hasta que el mundo decodifique a Donald Trump pasará un cierto tiempo, y ese tiempo estará signado por la incertidumbre. 2017 será el año en el que Trump comenzará a mostrar su verdadero rostro.

Hasta el momento, hay un énfasis especial puesto en la nueva relación bilateral que habrá entre los Estados y Rusia desde el arribo de Trump al poder. El mundo espera con ansias el devenir de ese vínculo, porque es el que puede destrabar muchos otros. Durante los dos mandatos de Obama, la relación ruso-estadounidense no pudo ser peor. Y el problema actual es que la administración estadounidense saliente está haciendo lo imposible por condicionar y entorpecer los futuros vínculos entre Vladimir Putin y Donald Trump.

Si la relación entre los dos países mejorase, podría arribarse a una solución acordada para la crisis en Ucrania, impactando positivamente en el vínculo entre Rusia y la UE. Podría encontrarse una salida acordada para la crisis siria y, por lo tanto, una luz de esperanza para la tragedia humanitaria de los refugiados. Juntos, Rusia y los Estados Unidos podrían limitar las ambiciones globales de China, o ponerle límites a los caprichos del líder norcoreano Kim Jong Un. Y por sobre todo lo anterior, una cooperación activa entre las dos superpotencias militares del planeta, podría llevar a una política de limitación de la fabricación de armas de destrucción masiva y de combate efectivo contra el terrorismo.

El nombre del caos global

El Estado Islámico (ISIS) representa en la actualidad el rostro visible del terrorismo fundamentalista que azota a todo el planeta y estará muy presente en 2017. Los recientes atentados en Turquía son muestra de que, pese a su fracaso en construir un Estado con dominio territorial, la capacidad operativa para hacer daño, causar muerte y generar paranoia colectiva, está intacta. Ese es justamente el objetivo de los terroristas, no solamente de los de ISIS. Provocar no ya la sensación de que algo malo puede suceder, sino la certeza de que no se puede estar tranquilo en ningún sitio.

Los permanentes cambios en las metodologías empleadas y los objetivos, generalmente la población civil, como así los sitios escogidos para los atentados, vinculados en los últimos tiempos con el ocio y la recreación, permiten pensar que el objetivo de los terroristas es justamente corroer la forma de vida occidental y, en última instancia su valor más emblemático, la libertad. Al generar la paranoia de la inseguridad, el terrorismo refuerza en Occidente el discurso de partidos políticos y movimientos reñidos con la democracia, que se encuentran ahora en ascenso.

La ola de derecha

Para ser precisos, habría que hablar no de una, sino de dos olas de derecha. Una de ellas está constituida por partidos de la derecha política tradicional que forma parte de un recambio político propio de las reglas de juego de la democracia. Es especialmente visible en Latinoamérica, donde tras varios años de gobiernos de tinte progresista, aparecieron Horacio Cartés en Paraguay, Mauricio Macri en Argentina, Pedro Pablo Kuckzynski en Perú, Michel Temer en Brasil -aunque de manera cuestionable- y se aproximan cambios similares en Chile, y posiblemente suceda otro tanto en Ecuador y Bolivia.

La otra ola de derecha, es la más preocupante, por tratarse de partidos o movimientos políticos antisistema, reñidos con los valores democráticos y con claras manifestaciones xenófobas e intolerantes. En Europa del Este gobiernan ya en Hungría y Polonia. Pero países con mayor poder y peso específico global ven aumentar el caudal electoral de estos grupos como el Ukip en el Reino Unido, el Frente Nacional en Francia el Partido de la Libertad en Austria, la Liga del Norte en Italia y movimientos similares en Holanda y Alemania. Uno de los peligros de esta otra ola de derecha es que se nutre de la paranoia terrorista y confunde deliberadamente a refugiado e inmigrantes con potenciales terroristas. En su discurso y su acción, terroristas y ultraderechistas se retroalimentan.

Brasil ¿epicentro de un terremoto político latinoamericano?

Desde marzo, Brasil puede provocar un tembladeral latinoamericano. Si el Supremo Tribunal Federal homologa los acuerdos de delación premiada que la Fiscalía suscribió con más de 70 empresarios acusados -algunos condenados- por corrupción en el marco del escándalo del petrolao, comenzarán a rodar cabezas de políticos en Brasil y en varios países de la región. No solamente en el país vecino numerosos políticos aceptaron sobornos a cambio de facilitar contratos principalmente de obra pública. Las declaraciones involucran a políticos en Argentina, Perú, Venezuela, México y Colombia.

Estos temas no excluyen en ningún modo a otros que se están gestando y los nuevos que irrumpirán sin previo aviso. El futuro siempre depara sorpresas.