Para comprender el impacto de los resultados electorales del 19 de noviembre, hay que situarse en el escenario previo, en el cual las principales consultoras de opinión le otorgaban a Sebastián Piñera y su agrupación Chile Vamos, entre el 44 y el 46 por ciento de intención de voto, lo cual lo situaba en la antesala de una segunda presidencia.

Sin embargo y, a pesar de que el espectro ideológico y político del centroizquierda está fragmentado, Piñera alcanzó un modesto 36,6 por ciento de los votos. Alejandro Guillier, representante del oficialismo de la Fuerza de la Mayoría accedió al segundo lugar con el 22,7 por ciento de los sufragios, pero con la posibilidad de dar una pelea mano a mano mucho más dura que la esperada.

Unas elecciones singulares

Para comenzar, hay que destacar que la participación electoral en Chile es voluntaria. Eso explica por qué sobre 14 millones y medio de habilitados a sufragar, sólo votaran 6,7 millones de personas, lo que representa el 46,7 por ciento del padrón electoral.

Además, los chilenos no están acostumbrados a la proliferación de partidos políticos y mucho menos a la proliferación de candidatos presidenciales. En realidad, este fenómeno se está registrando cada vez más frecuentemente en las democracias occidentales. España pasó de tener un sistema de dos partidos a otro de entre cuatro y cinco, al igual que Francia. En el Reino Unido, si bien siguen estando sobrerrepresentados los partidos Laborista y Conservador, cobraron protagonismo los partidos Liberal Democrático, Nacionalista Escocés y el ultraderechista Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP). En Alemania, desde hace tiempo son cinco los partidos que disputan poder, a los cuales se sumó la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD). En Italia hay un casi permanente reacomodamiento de agrupaciones políticas que ven crecer con preocupación a los antisistema del Movimiento Cinco Estrellas. Argentina y Brasil también protagonizan una atomización de fuerzas partidarias que al mismo tiempo que expresan pluralismo, son síntoma de la debilidad cada vez más notoria de los partidos políticos como instrumentos indispensables del entramado democrático. 

Chile ya no es una excepción en ese sentido, y el centroizquierda se desparramó en al menos tres grupos distintos. Por su parte, la derecha de corte conservador tradicional de Piñera, compitió contra la derecha extrema y reivindicadora de la dictadura pinochetista, representada por José Antonio Kast, que cosechó un -nada despreciable- 8 por ciento de los sufragios.

Merece una mención especial el sector de izquierda reunido en torno al nuevo Frente Amplio, cuya candidata procedente del Comunismo, Beatriz Sánchez, estuvo muy cerca de desplazar a Nueva Mayoría del ballotage. Con el 20,2 por ciento alcanzado el pasado domingo, el Frente Amplio se convirtió en la tercera fuerza del país y sumó 20 diputados y un senador nacional.

Otro dato a tener en cuenta fue el cuarto lugar que alcanzó la fuerza política más tradicional que competía, la Democracia Cristiana, de la mano de Carolina Goic, que apenas arañó el 6 por ciento de los votos, provocando un terremoto político en su interior con la consecuente renuncia de Goic a la conducción partidaria.

Por su parte, Marco Enríquez Ominami, recurrente candidato a la presidencia desde 2010 y representante de un espacio progresista, alcanzó el 5,7 por ciento de los sufragios. Tanto él, como la Democracia Cristiana y el Frente Amplio, expresaron públicamente su apoyo a la candidatura de Guillier.

¿Quién puede ganar?

El juego de apoyos políticos ya se abrió, pero quedará sujeto a la voluntad de los chilenos y no de todos ellos, sino de aquellos dispuestos a asistir a las urnas. Habrá quienes no se sientan representados por ninguna de las dos opciones, aunque deberían al menos pensar que no votar es una forma de no hacerse cargo de decidir quién se hará cargo de los destinos del país en los próximos 4 años.

En suma, las particularidades de la política chilena frente al ballotage, hacen que, si se sumaran los apoyos de las agrupaciones del centroizquierda a la candidatura de Guillier y los del centroderecha a la candidatura de Piñera, el primero estaría acumulando porcentajes en torno a los 54 puntos, y el segundo reuniría poco más de 44 por ciento. Pero eso corresponde a una interpretación aritmética de la política y sería un error imperdonable.

A Piñera todos lo conocen, ya fue presidente. En realidad, es Alejandro Guillier quien deberá esforzarse por demostrar cualidades para unificar en torno a su persona al arco del centroizquierda y especialmente a los independientes, que ven en la figura de Piñera la encarnación de un gobierno que tendería al retroceso en cuanto a derechos adquiridos y de una gestión de estilo empresarial, que además debería hacer concesiones a una derecha representativa del pasado turbulento. Guillier es periodista y cuanta con las cualidades histriónicas necesarias para lograrlo. En su contra pesa el ser un outsider de la política y por eso provocar cierta desconfianza en algunos sectores de firme compromiso progresista. Resulta difícil predecir quién será el ganador en un ballotage tan singular en un país tradicionalista como Chile.