El Fondo Monetario Internacional analiza seriamente reabrir sus oficinas en Buenos Aires que están cerradas desde 2012. Un claro símbolo de estos tiempos. Más allá de cualquier pensamiento político e incluso ideológico, nadie duda que fue tan bueno que el FMI haya cerrado sus oficinas porteñas, como es tan malo que piense en reabrirlas. La cena presidencial con Christine Lagarde, la titular del organismo, refleja una vez más el pensamiento mágico neoliberal: Si tratamos bien a nuestros financistas, nunca nos van a dejar de apoyar. Lo mismo pensaba y decía Domingo Cavallo en 2001. Es muy curioso que gente que se la pasa hablando de plata y de negocios, no concluya que se trata simplemente de eso: Plata y negocios.

Los detalles que nuevamente nos encontramos discutiendo los argentinos –en base a necesidades que la administración de Cambiemos ha creado de la nada- nos llevan otra vez a la lectura pormenorizada de una macroeconomía demencial donde tasas, déficit y variables que se manejan fuera del país, son el alimento cotidiano de analistas y titulares de diarios. Los datos de la economía real (precios, salarios, desempleo, cierre de fábricas y comercios) sólo están en la discusión como una estadística negativa que se va a revertir cuando pase “la tormenta” o se alineen los planetas financieros o nuestro déficit llegue a cero. Es decir, ninguna medida, ningún aliciente, ningún acompañamiento del Estado hacen falta para contener este drama. La tragedia social que desataron se arreglará, según el gobierno, cuando logren acomodar todas las variables financieras y la tormenta amaine.

La metáfora meteorológica que instrumenta el oficialismo desde hace unas semanas (el presidente Mauricio Macri dijo “tormenta” ocho veces en su última y deslucida conferencia de prensa); es perfecta por cuanto supone reaccionar a fenómenos naturales y externos. Por lo tanto, el neoliberalismo a raja tabla pasa a ser la naturaleza del hombre y de un país. Supone que el hombre no puede tomar medidas y decisiones que alteren ese “orden natural” y frenen las tormentas. Es igual a la meritocracia: Si el rico lo es porque se lo merece, el pobre también. Por eso, por ejemplo, el “plan de viviendas” del gobierno nacional pasa por otorgar títulos de propiedad de las villas que ocupan hace décadas. Como preguntaba en campaña por los barrios humildes la dirigente ucedeísta Adelina Dalesio de Viola: “¿Qué quieren ser propietarios o proletarios?”.

En rigor, la única tormenta que no puede soportarse es la que se enfrenta sin elementos. Una intensa lluvia sin paraguas ni piloto moja mucho más. Eso lo sabe todo el mundo.